Jalisco
El black jack del cártel del Golfo
Por: Isaac de Loza
Para los agentes investigadores, el obtener información, declaraciones y confesiones de unos sujetos que, días antes, apuntaban contra ellos sus rifles de asalto con una precisión solamente adjudicada a un entrenamiento paramilitar que lleva al individuo a usar los ojos como una artera extensión del gatillo, no resultó sencillo. Capturaron a soldados de una poderosa organización delictiva que no revelarían datos vitales a menos que el método exacto fuera utilizado.
En contraste a la labor de seguridad que, en teoría, debían realizar las fuerzas operativas de mayor renombre en la Entidad, las capturas clave iniciaron gracias a la acción de la Policía Municipal de Tequila, que abatió el estigma de la derrota sufrida en mayo pasado, cuando el escaso número de tiros que portaban sus oficiales le hizo perder a la corporación un elemento operativo, y la noche del 28 de septiembre protagonizó un tiroteo contra “halcones” al servicio del cártel del Golfo, a raíz de una revisión de protocolo. Dos individuos fueron arrestados tras la gresca, un líder de célula pereció y un sujeto más resultó lesionado, aunque la situación legal de este último, al igual que sus cómplices ilesos, ya se vislumbraba tras las rejas.
A raíz de ello, la fiscalía del Estado inició con su labor de investigación y, 24 horas más tarde, un nuevo arresto tuvo lugar en el mismo sitio. La relación de este sujeto con los tres pistoleros capturados un día antes se confirmó a la brevedad y el reloj de las indagatorias inició su cuenta regresiva.
Las confesiones vertidas por estos cuatro gatilleros abrieron un nuevo expediente que, el 8 de octubre, motivó un operativo de inteligencia, otra aprehensión como consecuencia y la continuidad de las pesquisas. La delincuencia organizada respondió a la ofensiva de la autoridad y, la mañana siguiente (9 de octubre), los segundos transcurridos se narraron por los medios informativos en detonaciones realizadas, oficiales asistidos, confusiones por los radios de comunicación y un helicóptero averiado por los ataques. Horas después, el saldo oficial se revelaba: cuatro hombres perecieron y 17 fueron sometidos.
Después del traslado a Guadalajara y las primeras averiguaciones, los datos vertidos por fuentes oficiales puntualizaban que únicamente ocho de los señalados tomaron participación directa en el desafío a la autoridad; los nueve restantes, por una extraña equivocación, resultaron ser hombres “de bien”, dedicados al campo, que se encontraban en el lugar y hora equivocados.
Conocedora del gran riesgo que significaba mantener cautivos a más de 10 sicarios (o indiciados, según dicta el principio de inocencia en el país), esperando a declarar la transgresión por la cual se les acusaba, la Policía Investigadora se adelantó a los hechos y solicitó la medida cautelar de arraigo para lidiar con los sospechosos. 96 horas no eran suficientes para completar sus pesquisas y el protocolo de escudriñamiento siguió su curso legal. El tiempo de las entrevistas a los agresores que evitaron la muerte en batalla y, a cambio, obtuvieron reclusión, se extendió y el filtro informativo fue mayor.
Los agentes investigadores consiguieron y, eventualmente, revelaron el nombre y apodo de los sujetos que blandieron fuerzas en su contra en todos estos hechos delictivos. Por sorprendente que parezca, se trataba únicamente de siete hombres y una dama de 17 años quienes mantuvieron a raya a un impresionante número de elementos (más de 250) de diversas corporaciones, en la crónica de una guerra que dio inicio a las siete de la mañana en las faldas del cerro Lo de Guevara, en Magdalena.
En los resultados revelados, trascendió que además de los indiciados, cuatro hombres perecieron en el prolongado tiroteo. Semejando el número de empleados en la nómina de un sistema capitalista clandestino, la tierra del ópalo atestiguó la caída del “Bravo Cuatro” y el “Bravo Cinco”, así como de dos servidores públicos. El posible “superior” o jefe directo de los “bravos” cifrados, el “Bravo Uno”, habría perecido días antes, a manos de los policías tequilenses.
Gracias a los datos aportados por los guardianes del narcotráfico bajo sospecha, se consiguieron testimonios que llevaron a la certeza de que los responsables de un tiroteo ocurrido en febrero pasado dentro de un restaurante campestre en Hostotipaquillo, Jalisco (que dejó nueve finados como saldo), se encontraban sentados en la sala de interrogatorio. En adición a lo anterior, varios asesinatos, desapariciones y víctimas deshechas en ácido en territorio de Magdalena y Tequila fueron declarados ante cámaras en la casa de arraigo. Finalmente, la fiscalía mostró a la sociedad que el número de delitos que se ha adjudicado el brazo armado del cártel del Golfo en Jalisco sumó 21 decesos más.
A una encarnizada batalla a muerte contra la autoridad, sólo dos resultados precedían. En esa ocasión, el primero y más sencillo solamente lo tomaron cuatro individuos; sus restos ahora se encuentran en un sitio alejado de la sangre y cocaína que daban sustento a sus familias. En contraste, los hombres que están bajo investigación de las autoridades estatales y federales solo pueden esperar un largo enclaustro durante lo que resta de su existencia… a menos que las pruebas en su caso revelen que se trata de hombres de bien dedicados al campo, que al igual que los sujetos libres de sospecha, se encontraban en el lugar y hora equivoca dos…
EL INFORMADOR/ Isaack de Loza
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