Jalisco

Chicho, el misericordioso

Si las suman bien, tiene cinco oportunidades para hacerse del conocimiento que da un profesor en un semestre al resto de jóvenes que sí aprueban en periodos normales

Juan estudia una carrera en la Universidad de Guadalajara y durante un semestre completo tuvo una irregular asistencia a clases. Los motivos pueden ser tristes, trágicos, censurables o ridículos, pero para efectos institucionales, el chico no aprendió nada sobre patologías congénitas en el camino que recorre para convertirse en médico.  Pero un tropezón lo tiene cualquiera: Juan puede inscribirse para una evaluación extraordinaria, estudiar como enajenado,  aprenderse todo lo que debió haber estudiado en clases y seguir su camino hacia el Olimpo de la bata blanca.

Pero Juan no aprueba el examen extraordinario,  no se sabe por qué. Nuevamente la institución ignora si los motivos son repugnantes, si hay que ayudar al joven, si hay que comprenderlo o si hay que juzgarlo. Para la institución y para la sociedad que lo recibirá después como médico, el único asunto que se ve es que él no entiende nada sobre las enfermedades heredadas.

Pero el futuro de Juan aún no se desdibuja. Puede inscribirse otra vez en el curso, asistir a clases, hacer las lecturas, llevar los trabajos y discutir los problemas de las malformaciones en el corazón de un probable paciente.

Pasan los meses y por alguna razón, otra vez cualquiera (triste, trágica, comprensible o reprobable), Juan reprueba el curso, pero necea, terquea, y se inscribe, por segunda vez en su vida,  en un examen extraordinario para demostrar que sí sabe algo sobre el síndrome de Down.  Llega el día y Juan no alcanza la soñada calificación aprobatoria.  La Universidad de Guadalajara lo da de baja: no puede ser que queriendo convertirse en médico no logre aprender una parte básica.

Juan patalea, apela, y las autoridades se muestran benévolas. La normatividad universitaria, en el reglamento de evaluación y promoción de alumnos, permite revisar su caso y darle una nueva oportunidad. Si lo pide y su caso lo amerita, podrá entrar, por tercera ocasión, a ocupar un lugar en el salón de clases de la siempre insuficiente universidad pública.  Si vuelve a tener un problema, ahora sí no habrá miramientos y saldrá de la institución.

Este cansado recorrido es el que puede hacer cualquier estudiante de la Universidad de Guadalajara. Si las suman bien, tiene cinco oportunidades para hacerse del conocimiento que da un profesor en un semestre al resto de jóvenes que sí aprueban en periodos normales. Cinco oportunidades. Y no lo va a creer: a algunos les parecen pocas. César Barba Delgadillo, “El Chicho”, dirigente de la Federación de Estudiantes Universitarios, propuso ayer en el seno del Consejo General, reformar la norma para que cualquier joven pueda, después de cinco oportunidades, pedir clemencia otra vez. Y es que, al misericordioso de Chicho le preocupa que existan motivos misteriosos que conduzcan cinco veces (¡cinco!) a la reprobación.  Y si lo mencionó en su campaña para ser dirigente de la FEU, pues entonces que la sociedad, la institución, la calidad educativa y las dinámicas de aprendizaje se vayan por un tubo.  Para el líder estudiantil, seis oportunidades para Juan apenas pueden llamarse justas.
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