Jalisco

— Herbert

Debido a la premura de la renuncia del secratario, pudo haberse tomado como un chiste

Aún no se disolvían del todo los ecos del panegírico encomiástico —permítase el apólogo esdrújulo— con ribetes de letanía lauretana que le dedicó el gobernador del Estado (“Por donde Herbert pasa, deja progreso; donde Herbert pisa, el pasto reverdece; donde Herbert se lava las manos, de los grifos empieza a manar leche y miel; donde Herbert manifiesta su presencia, más clara la Luna brilla y se respira mejor...”), cuando el mundo se estremecía con la noticia, administrada brutalmente, de sopetón, sin anestesia, a la opinión pública: Herbert Taylor —uno de los llamados “supersecretarios” de la administración estatal y uno de los artífices del arribo triunfal de Jalisco al Primer Mundo— deja la Coordinación de Innovación y Desarrollo. Y como el personaje en cuestión estaba en la tesitura de hacer suya la frase de Luis XVI, “L’etat c’est moi” (o, en el caso, “La Coordinatión c’est moi”), a la dependencia en cuestión, para no dejarla expuesta a la posibilidad de que, en manos de un pecador standard, se desvirtuara, se le sometió al procedimiento más sensato que cabía, por drástico que pudiera parecer, dadas las circunstancias: la eutanasia.

La premura de la decisión impidió, incluso, que a la susodicha Coordinación se le aplicara la unción de los enfermos. Simplemente, como Cleto —el de la canción de Chava Flores—, la famosa Coordinación (“A la que tantos deben tanto”, hubiera dicho Churchill) “murió, murió, murió...”.

—II—

A los jaliscienses, anonadados, la noticia les llegó un poco a la manera del chiste que algún socarrón acuñó hará medio siglo, cuando comenzaron a circular los primeros automóviles Volkswagen —que, al paso del tiempo,  se volverían casi una plaga— por las calles de México...

Un tipo se baja de la banqueta, e inopinadamente lo arrolla un perrazo San Bernardo. Apenas empieza a levantarse, todo maltrecho, cuando, ahí mismo, un Volkswagen lo atropella. Con el auxilio de varias almas caritativas que pasaban por el lugar, se consigue reunir el cuerpo y el alma del pobre infeliz. Cuando estuvo, al rato, en condiciones de responder a la pregunta obligada —“pues, ¿qué le pasó...?”— ésta fue su respuesta:

—Lo del perro fue tremendo... pero lo que casi me mata es la lata que traía amarrada en la cola.

—III—

(El perro, para efectos del chiste, sería la derrota del “Tri” ante Argentina; el Volkswagen..., la renuncia de Herbert).

Pero Jalisco es fuerte. Es probable que sobreviva.
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