Internacional

Cuatro mil soldados de EU muertos en Irak

La guerra continúa y aumenta la lista de soldados que reciben la ciudadanía en forma póstuma

BAGDAD.- La cifra total de soldados estadounidenses muertos en Irak llegó a 4.000, luego que cuatro efectivos militares murieron al estallar una bomba al costado de una carretera en Bagdad, un hecho que probablemente dará aliento a los reclamos de retiro de las fuerzas al entrar la guerra en su sexto año.
Se alcanzó este hito sombrío durante una jornada en la que cohetes y morteros cayeron en la Zona Verde protegida por Estados Unidos y una ola de atentados dejó un tendal de 61 iraquíes muertos en todo el país.
Un vocero militar iraquí dijo el lunes que se hallaron las plataformas de lanzamiento de los cohetes que cayeron en la Zona Verde, donde se encuentran la embajada estadounidense y edificios del gobierno iraquí.
"Esperamos resolver este asunto profesionalmente para evitar bajas civiles'', dijo el portavoz Qassim al-Mussaui.
Los cuatro soldados de Estados Unidos realizaban una patrulla con su vehículo cuando estalló una bomba al costado de un camino alrededor de las 10 de la noche del domingo, en el sur de Bagdad, informó el ejército norteamericano. Otro soldado fue herido en el ataque.
El conteo de The Associated Press de los 4.000 muertos se basa en informes del Pentágono e incluye ocho civiles que trabajaban para el departamento de Defensa.
Decenas de miles de iraquíes han muerto desde la invasión norteamericana lanzada el 20 de marzo de 2003, aunque los cálculos varían según las fuentes.
La más conservadora de ellas, Iraq Body Count (recuento de cadáveres en Irak) que se basa en informes de prensa, calcula que entre 82.349 y 89.867 civiles iraquíes han muerto en el conflicto.

¿Ciudadanía póstuma de soldados justifica el sacrificio?

Un pujante indocumentado guatemalteco que soñaba con recibirse de arquitecto. Un médico nigeriano. Un chino que decía que llegaría a ser general del ejército estadounidense. Un indio cuya lápida es la primera con la espada que simboliza la fe sij en el Cementerio Nacional de Arlington.
Estos son algunos de los más de cien soldados extranjeros que recibieron la ciudadanía estadounidense en forma póstuma tras morir en Irak.
El guatemalteco José Gutiérrez fue una de las primeras bajas. Murió al ser baleado accidentalmente por sus propios compañeros en Umm Qasr, en las primeras horas de la invasión.
Este joven infante de marina recibió honores que su familia jamás hubiera soñado. Su hermana fue traída desde Guatemala para que participase en su funeral, durante el cual altos oficiales rindieron homenaje a su ataúd, envuelto en la bandera estadounidense.
Su madre adoptiva, que acompañó sus restos a Guatemala, se preguntaba si era necesario que muriese para ser aceptado en los Estados Unidos.
El cardenal de Los Angeles Roger Mahony, quien ofreció la misa fúnebre, le escribió al presidente George W. Bush una carta en abril del 2003 en la que dijo: ``Hay algo terriblemente errado con nuestras políticas migratorias si hay que morir en combate para recibir la ciudadanía''.
El religioso propuso que se concediese la ciudadanía inmediatamente a todo inmigrante que se enrola en las fuerzas armadas en tiempos de guerra.
"No hay que esperar a que los traigan de vuelta en un ataúd'', afirmó.
La guerra continúa y aumenta la lista de soldados que reciben la ciudadanía en forma póstuma. Sus familiares se preguntan qué representa realmente ese documento.
El certificado de ciudadanía de Gutiérrez fue entregado a su madre adoptiva Nora Mosquera, quien se hizo cargo de él luego de que llegó ilegalmente al país. Gutiérrez era huérfano y cruzó México en trenes de carga para buscar fortuna en Estados Unidos.
"Por un lado, me parece que la ciudadanía llegó demasiado tarde para él'', dijo Mosquera. "Pero también me siento agradecida y orgullosa de él. Sabía que le abriría muchas puertas a su familia''.
"De qué sirve este pedazo de papel?'', se preguntó Fredelinda Pena tras otra emotiva ceremonia póstuma de nacionalización en Nueva York, la de su hermano Juan Alcántara, oriundo de la República Dominicana. A su lado se encontraba dormido una hija que el soldado no llegó a conocer.
Alcántara, un cabo de 22 años, falleció el 6 de agosto del 2006 en una explosión en Baqouba. En su ceremonia fúnebre participaron un cardenal y un representante del Congreso nacional. Para su hermana, estos reconocimientos llegaron tarde.
"No puede prestar juramento como ciudadano desde el cofre'', se lamentó.
Hay miles de personas nacidas en el exterior enroladas en las fuerzas armadas estadounidenses. Muchas recibieron la ciudadanía, pero más de 20.000 todavía no.
Al comenzar la guerra Bush dispuso que alguien nacido en el exterior puede solicitar la ciudadanía apenas se enrola en las fuerzas armadas. Hasta entonces, los residentes legales que se unían a las fuerzas armadas debían esperar tres años.
Desde que Bush emitió esa orden, casi 37.000 soldados se han naturalizado. Y 109 recibieron la ciudadanía en forma póstuma.
Uno de ellos es el cabo de la infantería Armando Ariel González, de 25 años, quien huyó de Cuba con su padre y un hermano en una balsa en 1995 y soñaba con ser bombero. Fue aplastado por un tanque en el sur de Irak el 14 de abril del 2003.
Otros son Justin Onwordi, un médico nigeriano de más de dos metros, de 28 años, quien dejó una esposa y un hijo; Ming Sun, un chino de 20 años a quien le encantaban las fuerzas armadas y soñaba con llegar a ser general; o Uday Singh, un indio de 21 años fue fue el primer sij enrolado en las fuerzas armadas estadounidenses que muere en combate.
Muchos de los familiares de estos soldados se sienten orgullosos. Otro no tanto y algunos se sienten culpables por haberlos traído a los Estados Unidos. Muchos expresan sentimientos encontrados cuando se llevan los cadáveres a sus países de origen para enterrarlos allí.
En el entierro de Juan López en el poblado mexicano de San Luis de la Paz, soldados mexicanos le exigieron a la guardia de honor estadounidense enviada a la ceremonia que entregase sus armas, por más que estas fueran ceremoniales. La Secretaría de Defensa mexicana había prohibido previamente a los estadounidenses hacer la tradicional salva, aduciendo que los extranjeros no pueden portar armas en territorio nacional.
Los asistentes a la ceremonia fúnebre, muchos de los cuales se oponían a la guerra, presenciaron una tensa disputa de 45 minutos, mientras la viuda de López recibía la ciudadanía póstuma del soldado de manos de un funcionario de la embajada estadounidense.
Conflictos parecidos se aprecian a veces en los entierros de soldados que tienen la ciudadanía, como José Garibay, un mexicano de 21 años al que su madre trajo ilegalmente al país cuando tenía dos años. Garibay fue nombrado agente de la policía honorario, algo con lo que él soñaba.
Su madre, Simona Garibay, no puede disimular su dolor ni su desconcierto. La mujer dijo que parecía que valoraban a su hijo más muerto que cuando estaba vivo.
Defensores de la causa de los inmigrantes destacan que las personas que no son ciudadanas no pueden llegar a oficiales ni desempeñarse en ciertas tareas relacionadas con cuestiones de máxima seguridad, pero que de todos modos los reclutadores hablan constantemente de las ventajas de ser ciudadano y que algunos programas de reclutamiento están enfocados específicamente en instituciones de enseñanza en la que la mayoría del alumnado es hispana.
"Convencen a los inmigrantes de que se enrolen y después los usan con fines políticos o como carne de cañón'', sostuvo Dan Kesselbrenner, director ejecutivo de Proyecto Inmigración Nacional, coordinado por el Sindicato Nacional de Abogados. ``Es triste ver gente tan desesperada por alcanzar cierto reconocimiento en este país que está dispuesta a dar la vida por ello''.
Otros se preguntan si corresponde enrolar a personas que no son ciudadanas. Mark Krikorian, del Centro para Estudios de Inmigración, de tendencia conservadora, opina que la defensa de Estados Unidos debe ser asignada a estadounidenses, no a extranjeros cuya lealtad al país puede estar en duda. Krikorian dice que el servicio militar puede llegar a ser otra de esas tareas que los estadounidenses se resisten a cumplir.
"De qué sirve la ciudadanía póstuma? No lo va a traer de vuelta'', expresó Saveria Romeo, cuyo hijo Vincenzo, nacido en Calabria, Italia, murió en Irak.
La ciudadanía de su hijo, no obstante, le permitirá a ella naturalizarse, un beneficio del que gozan los familiares directos de los soldados muertos desde el 2003.
Romeo dice que no piensa pedir la ciudadanía porque no soporta la idea de sacar provecho de la muerte de su hijo. Además, se siente italiana.
Fernando Suárez del Solar se siente furioso con una guerra en la que no cree, que le costó la vida a su hijo, y más todavía con reclutadores que acosaron a su hijo Jesús cuando su familia todavía vivía en Tijuana.
Jesús tenía 13 años cuando fue tentado por primera vez por los reclutadores, en un centro comercial de California. A partir de entonces le imploró a su familia que emigrase. Cuando finalmente la familia se radicó en Escondido, California, Jesús se enlistó, sin haber terminado todavía la escuela secundaria.
Suárez Del Solar era un cabo de 20 años cuando una bomba lo mató en la primera semana de la guerra. Dejó una esposa y un bebé. Su muerte traumatizó a sus padres, que terminaron separándose.
El padre, de 52 años, es hoy un ferviente militante de la causa contra la guerra, que recorre el país participando en marchas antibélicas y colaborando con grupos que buscan evitar el reclutamiento de hispanos.
AP 24-03-08 IJALH

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