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''A Dios le pido''

Pareciera que en Colombia una versión no afinada del sistema presidencialista estaría gestando a uno de sus ''demonios''

Pareciera que en Colombia una  versión no afinada del sistema presidencialista estaría gestando a uno de sus “demonios”.

Se ha argumentado la inconveniencia de realizar comicios  no simultáneos. Pero algunos continúan optando por un ciclo electoral con potenciales secuelas.

El pasado 14 de marzo las elecciones arrojaron un fortalecimiento del uribismo en las cámaras. Muchos confiaban  que el siguiente paso sería que las elecciones presidenciales respaldaran esa clara señal.
A escasos días de los comicios las encuestas dan vencedor en segunda vuelta a Antanas Mockus, candidato del Partido Verde, organización que en la contienda legislativa  alcanzó  tres escaños la cámara baja diputados y cinco en el Senado.

¿Qué repercusión tendría una victoria de Mockus?

El escenario sería el de un presidente electo con amplio respaldo popular, pero que contaría con escasos apoyos partidarios en el Congreso, lo que podría traducirse como una conflictiva relación entre ejecutivo y legislativo.

El arribo de Antanas a Casa Nariño desplazaría el Índice de Complejidad Institucional (ICI)  de Colombia de 51 puntos (alto) a 64 (muy alto), casi el más elevado de un país de la región. Su Gobierno estaría gestionando tras las líneas enemigas, a un paso de ser aspirado por el agujero negro de la ingobernabilidad.

Los poderes constitucionales del presidente de Colombia son comparativamente más amplios que los del resto de sus colegas. Pero sin los debidos apoyos partidarios es más factible que contribuyan a exacerbar la confrontación con el Congreso. Antecedentes regionales evidencian que cuando los presidentes asumen en soledad o con apoyos partidarios exiguos son más factibles los conflictos, que suelen concluir con la renuncia o destitución del ejecutivo o la disolución del Congreso (Brasil 1992, Perú 1992).

Con un ciclo electoral compacto, el efecto de arrastre habría producido un único e indiscutido ganador para el ejecutivo y el legislativo; condición básica para la gobernabilidad. Al menos esa es la materia prima de la estabilidad democrática, tanto en el sistema parlamentario como el semipresidencial. Ambos parten de una premisa: para gobernar es necesario un claro respaldo mayoritario en las cámaras, cualquier otra variable entraña un desgaste  para  la sociedad.

La franja entre elecciones ha propiciado que en el imaginario de  los votantes gane fuerza la idea de que resultaría idónea una repartición de los poderes fundamentales entre el uribismo y Mockus. Un cálculo peligroso. En la práctica, los uribistas estarían más preocupados por conservar los privilegios de espacios de poder abiertos tras ocho años  de gestión.

Entretanto, el giro de los acontecimientos es seguido con lupa desde Caracas y Quito. Calculan que con Mockus podría alcanzar a distenderse la relación bilateral. Se frota las manos también el presidente dominicano Leonel Fernández, encomendado por la región para limar las asperezas en la relación colombo-venezolana. Sabe que es más factible cosechar manzanos en las cálidas arenas de Punta Cana que lograr una  tregua entre Chávez y Santos.

Mientras, en el Departamento de Estado, completan a toda marcha el perfil de Antanas, el filósofo y matemático de origen lituano que una vez se bajó los pantalones ante sus alumnos, el profesor devenido alcalde exitoso de Bogotá, el hombre que gusta de regalar flores a sus adversarios y cuyas reacciones dejan un sentimiento de distensión entre sus votantes.

No sorprendería que si consiguen tabular semejantes rasgos decidan que lo más sensato es dejar todo a la voluntad del Señor.
 
Maestro Orestes Díaz Rodríguez, Universidad de Guadalajara.
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