Entretenimiento
Luto por la pérdida de un artista irrepetible
De característica personalidad, transgresora e irredenta, Juan José Ávila mejor conocido como Kraeppellin falleció a causa del cáncer de páncreas
"La vida me ha tratado duro como le he pedido. He tenido pruebas terribles de imaginación y eternos infiernos con evacuaciones de días en el baño. He vivido la carrilla morbosa. Soy un comunista que no se conforma. Tengo necesidad de palpar sobre las mantas. No soy repetitivo: mi grafismo es inaudito", rezaba Kraeppellin como un mantra en septiembre de 2007, cuando las salas del Museo de las Artes (Musa) de la Universidad de Guadalajara se llenaron con su obra en una muestra retrospectiva cuyo título solo podía ser concebido por él: Caminando por el muelle del existencialismo, descubrí un yate muy simpático que voceaba la frase: suban a la nave de los locos, que va a empezar el viaje.
"Todo el mundo se va a parar el cuello y van a poner sus apellidos en alto ahora que el Musa me hace una exposición que abarca desde el primer año de mi vida", decía Kraeppellin entonces. Ésta fue la última muestra del artista en la ciudad.
Kraeppellin estaba emparentado con las familias Leaño Aceves y Ávila Trujillo, pero renunció a todo reconocimiento social -igual que lo hizo a la carrera de ingeniería electromecánica a poco más de un año de haberla iniciado-, con tal de dedicarse de lleno a la labor por la que se le conoció hasta el día de su muerte: el arte. Se decía budista, admirador de Colunga, de Garval y también vegano.
Carlos Navarro, crítico y coleccionista de arte realizado por tapatíos, lamenta la pérdida del creador. Ha dicho que, después de crear su personaje, Kraeppellin hizo un performance artístico desde entonces. "Él fue, encarnado en su persona, su objetivo en el arte. Para hacer tamaña decisión, creo, tuvo la determinación más entregada renunciando voluntariamente al estatus social y a muchos afectos familiares. Perdió su extremo aislamiento y seriedad para hacerse extrovertido; perdió la vergüenza, pero no era grosero, altanero ni afrentoso. Una persona así solo pudo encontrar su nicho en la práctica humana que todo lo abraza: el arte, aun a pesar de la sociedad. Kraeppellin rebasaba cualquier parámetro superior de inteligencia. Era el más divergente artista de la ciudad".
Kraeppellin afirmaba que le gustaba la autodestrucción. Durante su carrera recorrió, según decía, "el nihilismo, el realismo, el existencialismo… hasta el ‘valemadrismo’". En la memoria de los que lo conocieron seguirá presente. El genio creativo de este personaje será prueba de un talento único que ni la muerte podrá borrar.
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