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Los Anteojos de Baskerville
La autogestión de la cultura alternativa
La semana pasada, el promotor cultural José Luis Paredes "Pacho" describió en un diario de la Ciudad de México un interesante recuento de las iniciativas independientes que han impulsado la creación en los últimos años. El rock mexicano, por ejemplo, que despegó en los años 80 a pesar de la censura y las prohibiciones del Estado desde 1971, logrando captar la atención e intereses de la gran industria. Espacios alternativos como Zona, Temístocles 44, La Panadería o La Quiñonera fueron plataforma en muchos casos de artistas sin lugar en los espacios oficiales. En Guadalajara, podemos recordar La Peña Cuicacali, La Peñita, El Cinematógrafo, algunos más que sobreviven como el Roxy o más recientes como el Rojo Café. En el ámbito de la industria editorial, los esfuerzos alternativos independientes también han sido determinantes, o bien los tianguis culturales como el Chopo, el primer tianguis callejero independiente en todo México, que se ha replicado en diversas ciudades del país (Guadalajara entre ellas), como un espacio creativo. En pocas palabras, la autogestión de la cultura alternativa dio una gran lección al Estado mexicano al iniciar, desarrollar y consolidar un importante número de industrias y creadores de todas las disciplinas sin su intervención.
La mayor parte del siglo pasado México vivió en crisis. Los años 80 no fueron la excepción y fue precisamente a mediados de esta década cuando el esfuerzo de las escenas independientes tuvo origen sin el apoyo del Estado ni de la iniciativa privada. Es ahí donde reside la fuerza motora de estos espacios para salir adelante por el camino del autofinanciamiento y la sustentabilidad. Sin embargo, el Estado tiene el deber de apoyar las manifestaciones y expresiones culturales alternativas como parte de su compromiso con la sociedad civil organizada, mediante fondos y estímulos. Lo anterior para generar no solo espacios creativos, sino también empresas culturales vinculadas al mercado. Dentro de la política cultural del Estado mexicano actual, este tipo de espacios alternativos están considerados en la sociedad civil organizada. Aunque hay que decir que muchos de ellos prefieren estar lejos de cualquier intento de apoyo gubernamental. Ahora, en medio de esta crisis, lo mejor sería unir la autogestión de los creadores y espacios alternativos con el principio de subsidiaridad del gobierno. En ese sentido, José Luis Paredes habla también de la necesidad de generar condiciones para el desarrollo de proyectos independientes, no como altruismo, sino como inversión creadora de empleos, ciudadanía, tejido social, de la humanización de espacios públicos, lo cual es cierto, pero para ello es necesaria la participación del Estado mediante cuatro de sus acciones: la de "ordenamiento" (jurídico); la de "regulación", en la que el Estado influye activamente en el mercado con diversos instrumentos financieros; la de "sustitución", con el Estado como protagonista del proceso económico mediante la participación directa en las organizaciones que producen bienes y servicios en el mercado; y la acción de "orientación y coordinación", mediante el Plan Nacional de Desarrollo y los programas afines. Si los promotores de espacios alternativos aprenden a jugar con el Estado y éste, además de aprender la lección iniciada en los años 80,logra diseñar de cara al Impuesto Empresarial a Tasa Única (IETU) un modelo fiscal de apoyo a la cultura en general, la crisis no será tan grave para este sector.
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