Cultura

Villoro de todos

Crónica

GUADALAJARA, JALISCO (14/MAY/2010).- Estaba cansado, durante dos días visitó seis escuelas y sostuvo una charla con la redacción; sin embargo, en su discurso e ideas, no había tregua. En cada plantel educativo se adecuó a su auditorio. Midió a su público y le dio lo que de él esperaba.

A los más chavos, les habló de su gusto por el rock, de su resistencia a leer hasta los 16 años, pese a tener un papá doctorado en Filosofía, que gracias a De Perfil se inició en el mundo de la literatura con un empate: Un libro leído por uno escrito.

Contestó todas las inquietudes de los jóvenes y los exhortó a escribir, sin avergonzarse de sus textos. “Lo primero que deben hacer es no sentir vergüenza de mostrar lo que escriben”.
Desmitificó aquello de que las musas acuden a soplar ideas en los oídos de los creativos y puntualizó que a las tres de la mañana con tres tequilas encima, cualquier idea puede parecer brillante, pero con la luz del día siguiente se verá tan turbia como la resaca.

Para escribir no hay otra fórmula que la disciplina y reconocer cuando se está cansando, parar y no hacer nada por encargo porque sale malhecho.

Un público joven, que lo miraba con escepticismo primero y con identificación después, hizo que se sentara plácidamente, envolviera sus largas piernas una en otra y recordara al maestro de la crónica deportiva: Ängel Fernández.

“Ustedes no lo conocieron, pero era mejor que el “Perro” Bermúdez, que lo consideraba su maestro”. Se reconoció extranjero en tierra de Chivas, pero fiel a su Necaxa.

Rompió en hielo, la distancia, la imagen del escritor distante cuya intelectualidad no alcanzan sus lectores.  La charla fluyó, las preguntas se multiplicaron y todos aquellos que no tuvieron recursos para adquirir un libro, acercaron el díptico que les obsequió INFOlectura y lo ofrecieron para firma, al salir, abrazaban el trozo de papel como un trofeo, ya no era Villoro el de los libros, era Juan el que vino a visitar la escuela.

Una joven que se dijo fan de Villoro, se dedicó a seguirlo por toda la gira y a falta de vehículo para hacer el recorrido, pidió raid, como si el escritor fuera el artista de moda o un futbolista cotizado.
En la charla con la redacción, mostró sus tablas y su habilidad, lo mismo para la crónica que para la edición, con el lenguaje de los iniciados.

Cada plantel fue una casa y como buenos anfitriones, cada cual le dio lo que estaba al alcance de su mano: Una placa, un reconocimiento, una figura de cerámica de Tonalá, un aplauso nutrido. Fue Juan Villoro de carne y hueso, que lo que ha perdido en pelo, ha ganado en ideas.
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