Cultura

La fuerza del amor, para resistir en el gueto de Varsovia

¿Quién iba a saber que esas personas existieron y vivieron ''cosas maravillosas'' en aquel gulag?, alegaba el médico

MADRID, ESPAÑA (25/FEB/2013).- ¿Por qué nadie me pregunta si en el gueto había amor? se extrañaba el médico polaco Marek Edelman, líder de la rebelión judía en Varsovia en 1943, cuyos recuerdos y testimonios se recogen en el libro "También hubo amor en el gueto", donde evoca la fuerza interior de aquellas víctimas.

"El amor ayudaba a resistir, era el coraje de los mejores sentimientos íntimos que dignifican al ser humano; alguien debería hacer una película sobre eso", reclamaba el eminente cardiólogo, al que todos preguntaban por los horrores del gueto, y que al fin "se sacó la espina" con este libro (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores), explicó la traductora, Agata Orzeszek.

Y es que Marek Edelman, que tuvo una vida larga y se mantuvo activo, quedó como el único superviviente de la comandancia de la sublevación del gueto de Varsovia contra los nazis. Era muy conocido, además de un excelente médico y "un hombre modesto que salvó muchas vidas pero nunca alardeó de sus éxitos", recuerda Orzeszek.

Edelman murió en octubre de 2009, con 90 años, y alcanzó a ver salir los relatos que él había reconstruido para Paula Sawicka, persona de su confianza, psicóloga, presidenta de la Asociación "Polonia Abierta" y gran amiga de la familia, en cuya casa pasó sus dos últimos años de vida, y quien grabó y transcribió sus testimonios "de valor incalculable", explica Orzeszek.

"¿Quién iba a saber que esas personas existieron y vivieron 'cosas maravillosas' en aquel gulag?, alegaba el médico, decidido a mantener en la memoria las huellas de esas 'vidas concretas' que laten detrás de las cifras.

"Odiar es demasiado fácil, pero estamos obligados a conquistar el bien, ese es el mérito", destacaba Edelman.

Joan Tarrida, editor de muchos libros sobre el holocausto, que logró una espléndida foto para la portada, destacó que estos testimonios le interesaron por su original enfoque hacia ese intenso sentimiento que "da la fuerza para continuar cuando la circunstancia se hace más difícil". Y es que dentro de aquel horror "había momentos para todo".

Edelman recuerda a las víctimas, muchos vecinos y conocidos suyos y ofrece más de 80 reseñas biográficas, nombres que a veces se repiten, dejando ver que desaparecieron familias enteras.

A veces gente ya mayor, como una maestra que vio salir del gueto a sus dos hijas gemelas pero eligió quedarse, para no dejar a una persona a la que se había unido fuertemente y que le había hecho vivir "el año más feliz de su vida".

Y es que "la fuerza de ese sentimiento ayuda incluso a morir, es como si, después de probar el amor, uno quedara en paz y pudiera ya aceptar la muerte por haber cumplido con la vida", comenta la traductora.

El libro narra cómo era la vida dentro del gueto, en las escuelas, en los hospitales, en la calle..., pero también habla del terror, de la lucha por la supervivencia o de la dignidad, de la resistencia y la sublevación, unos testimonios que se enmarcan entre dos intervenciones públicas del autor.

"¡Velad para que la cultura fomente la bondad, no el odio!", pedía Edelman en la primera, cuando inauguró la presidencia polaca de la Task Force para la "Cooperación Internacional en Educación, Memoria e Investigación sobre el Holocausto".

Planteó que, aunque la cultura haya moderado las ansias humanas de conquista, se dieran casos de grandes mentes y talentos puestos al servicio de un poder asesino y lanzó un llamamiento a no dejar de lado lo que el holocausto enseñó.

Unas lecciones que no acaban de cundir a fondo aquí, constatan el editor y la traductora, o al menos no tanto como en Polonia, "donde nadie se libra de tener parientes o conocidos entre las víctimas", dice Orzeszek.

En la otra conferencia, quizás la última que dio (Cracovia 1995), habló de la memoria judío polaca y afirmó que el Holocausto supuso "la derrota de Europa, de nuestra civilización" y que "por eso no lo podemos olvidar".

Explicó que "el desprecio por la vida humana que se introdujo ha perdurado como esquirlas de hitlerismo en las conciencias" y pidió a los más jóvenes que venzan "el miedo interior ante un poder fuerte".

Solo quedaba pendiente -dijo- "enseñar a la juventud que lo primero es la vida y que sólo después viene la comodidad".

Tres años después, cuando fue condecorado con la mayor distinción de Polonia, la Orden del Águila Blanca, Edelman solo habló para dar un consejo: "Ya nunca más podéis volver a ser pasivos".
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