Cultura
Guillermo Fadanelli y la literatura desde la necedad
El escritor participa mañana en el programa Diez novelas para entender el México contemporáneo, del Museo de Arte de Zapopan
Pese a todo ello, el autor de Te veré en el desayuno aceptó la invitación porque “creo que el lenguaje de la novela tiene la capacidad de comprender el mundo que nos rodea (o nos ahorra) de un modo creativo y alternativo a los manidos lenguajes de la política o de la economía (la retórica moral de los mercaderes)”.
A casi 20 años de su primera publicación, Cuentos mejicanos, Guillermo Fadanelli descarta cualquier propósito en la literatura, porque se identifica mucho mejor con lo que le dicta el pulso o la fuerza que lo lanza a escribir.
“En palabras de Pessoa, diría que para comprender, uno se destruye. Vivir es todo el tiempo acercarse al final. Mi literatura es en todo caso un cúmulo de digresiones, un ‘representar el vivir’ y una curiosa espera de un futuro que supongo no me dirá casi nada nuevo. No hay propósito en la literatura, sino acaso una pulsión o una fuerza que te lanza a la escritura. El lector se compromete a no leer los libros de ficción como si fueran manuales sin misterio alguno. Y yo intento ser honesto a la hora de escribir una historia. Ser honesto quiere decir, en mi opinión, arriesgarse y no menospreciar el lenguaje. La literatura o el arte son de las pocas mentiras verdaderas que vale la pena continuar. Y ahí sigo”, explica el también bloguero, una de las pasiones que ha cultivado en los últimos años.
No hay lector ideal
Sobre la relación que establece Fadanelli con su interlocutor, explica que desde que se sumerge en el proceso creativo se deja llevar más por el impulso que por escribir para “un lector ideal”. Ese mismo impulso es el que a finales de la década de los ochenta lo obligó a desertar de la licenciatura de Arquitectura en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
“El lector completa la novela cuando la lee. Todo depende de su destreza, cultura e imaginación. Y yo cuando escribo no estoy pensando en un lector preciso. Quizá los vendedores de muebles conozcan su mercado, pero yo desconozco el mío. No hay un lector ideal sino una multitud de lectores y entre todos aumentan la confusión. Bienvenida esa confusión pues siempre dará lugar a nuevas interpretaciones”, argumenta Guillermo Fadanelli.
Desde principios de los noventa, su narrativa navega en un estilo decadente, sombrío y a veces un tanto sin ilusión, que se acentúa en títulos como Educar a los topos, El día que la vea la voy a matar, En busca de un lugar habitable y Compraré un rifle, por mencionar algunos, y sobre lo cual acepta que no tiene el control porque lo desarrolla a partir de una necedad natural.
“No se tiene control sobre el estilo, el mío es una necedad, pero una necedad que no está en mis manos manipular ni concluir. El estilo queda allí cuando todo lo demás se ha marchado, es la voz o el enemigo del que nunca se puede huir. Por otra parte, creo que el pesimismo es una buena estrategia para no hacer daño a los demás (después de lo que nos han hecho los optimistas) y aunque escribir es un acto afirmativo, creativo, diría que en mi estilo hay un pesimismo que no se marchará y que me es útil para vivir sin ilusiones absurdas”, resalta.
Hace aproximadamente 15 días, Fadanelli publicó en su colaboración semanal en el diario capitalino EL UNIVERSAL, que un chico se había suicidado, hecho del que se enteró por la maestra del adolescente, lo cual lo dejó bastante confundido, aunque de entrada descarta que el joven se haya suicidado por leer Educar a los topos.
“Este joven no se suicidó por leer Educar a los topos, aunque él estaba montando, junto con sus compañeros de preparatoria, una obra de teatro basada en esta novela. Las personas no se suicidan por leer un libro, sino porque no se les quiere lo suficiente o porque viven en un mundo hostil e inhóspito como el nuestro. Yo creo que las novelas son una alternativa vital e imaginativa a la hora de enfrentar una realidad tan nefasta -en casi todos los órdenes- como la que vivimos en México. La imaginación, el cultivo de la sensibilidad y la crítica, el conocimiento y el respeto por la diferencia son parte de la literatura. Y eso ayuda a vivir, no a morir, como sí lo hace la comida chatarra en las escuelas, por ejemplo”, abunda Guillermo Fadanelli, quien se prepara para visitar la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara el 1 de diciembre, donde presentará Hotel DF, publicación de Random House Mondadori. “Probablemente estaré en La Mutualista, que ya siento como mi casa”.
Hotel DF
Es la historia de varias personas que se hospedan en un hotel en el centro del Distrito Federal: extranjeros, periodistas del bajo mundo, delincuentes, artistas y huéspedes que se encuentran allí por meras razones del azar. Parece que todas estas personas se encuentran en el hotel unidas por una desgracia que ellas mismas desconocen. La historia es narrada por un hombre sin demasiadas ambiciones, que de pronto tiene unos cuantos pesos en la bolsa y se hospeda en un hotel barato del Centro en busca de una bella extranjera; desde la voz de este hombre, el lector se entera de todas las historias que se entrecruzan en el hotel, a manera de destino.
“El hotel es una metáfora de la ciudad y de su continua lucha entre la ansiedad y la desgracia”, afirma el autor, quien agrega que “el personaje central es en realidad el Distrito Federal y también un personaje soterrado cuyo apodo es ‘La Señora’ y que mueve los hilos de la delincuencia en el centro de la ciudad. Este hombre cadavérico y de huesos duros es la representación de una muerte cuya crueldad va acompañada siempre de una extraña y detestable sabiduría”.
Además, se trata de la primera vez que el escritor experimenta con tantos personajes, “de modo que cada uno de ellos se convierte en un espejo de la condición humana. Estoy seguro de que cada lector encontrará en alguno de estos espejos los restos de su propia imagen”.
Las Nueve de Guillermo Fadanelli
El complot mongol, de Rafael Bernal
Los relámpagos de agosto, de Jorge Ibargüengoitia
El águila y la serpiente, de Martín Luis Guzmán
El luto humano, de José Revueltas
Se está haciendo tarde, de José Agustín
La obediencia nocturna, de Juan Vicente Melo
Domar a la divina garza, de Sergio Pitol
Pasto verde, de Parménides García Saldaña
Crónica de la intervención, de Juan García Ponce.
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