Cultura

El humor es una manera de entender la realidad: Juan Pablo Villalobos

Ha investigado temas tan dispares como la ergonomía de los retretes, o los efectos secundarios de los fármacos contra la disfunción eréctil, por mencionar algunos

GUADALAJARA, JALISCO (25/NOV/2012).- Él no es normal. “No existen escritores normales, es una contradicción ontológica”, afirma. Juan Pablo Villalobos nació en Guadalajara, estudió Marketing y Literatura Hispánica, ha investigado temas tan dispares como la ergonomía de los retretes, la flexibilidad de los poliductos para instalaciones eléctricas y los efectos secundarios de los fármacos contra la disfunción eréctil, por mencionar algunos. Este 26 de noviembre, en la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara presentará su más reciente novela: Si viviéramos en un lugar normal (Anagrama).

Sobre los temas que ha escrito, señala el autor afincado en Brasil, le surgen como una parte natural de él, como un fruto de lo que es y de lo que ha vivido. Villalobos comenzó a escribir a los 14 años, pero no se lo tomó en serio hasta que cumplió 25. “Mi vocación es tardía, por eso publiqué mi primera novela (Fiesta en la madriguera) con 37 años, pero no me arrepiento, creo que no estaba maduro para escribir antes”, señala en entrevista vía correo electrónico.

Si viviéramos en un lugar normal comenzó con la intención de ser una novela sobre Carlos Salinas de Gortari pero terminó en un lugar donde hay más vacas que personas y más curas que vacas, en Lagos de Moreno donde el autor pasó los primeros 15 años de su vida.

En el municipio jalisciense de los años ochenta, Orestes, un adolescente, narra sus aventuras desde la Chingada y en el ceno de una familia humilde: su padre es un profesor de civismo y un experto en el arte del insulto; la madre prepara cientos de quesadillas que se disputarán cada noche 16 manos con sus ochenta dedos. Tiene seis hermanos, los más pequeños unos “gemelos de mentira”. Desde aquí comienza a la sociedad en la que vive, la corrupción del gobierno priista, la diferencia de clases.

“El lugar común dice que la adolescencia es la edad de la rebeldía, pero creo que también es la etapa de la confusión, de la ambigüedad, del sinsentido, de la desesperación, de la búsqueda de respuestas. Cuando todo esto te sucede en una ciudad tan conservadora como Lagos de Moreno, se vuelve la experiencia definitiva. Desde el punto de vista literario, es oro puro”, afirma Villalobos.

—Reescribió esta novela varias veces, siete, ¿por qué, y qué le hizo quedarse con la última versión?

Cada novela la veo como la búsqueda de una voz narrativa, porque creo que cada historia tiene o debe tener su propia voz. Entonces me obstino en encontrarla y no me detengo hasta estar convencido. Escribir una novela requiere de fe: hay que seguir creyendo cada día que lo que se escribió el día anterior es bueno. Y lo que sucede es que hay días en que eso no sucede: de pronto descubres que todo está mal, es decir, en mi caso, que esa voz narrativa no es la voz para esa historia. Y hay que volver a empezar. Abandonar la sexta versión de Si viviéramos en un lugar normal para pasar a la séptima fue muy difícil, porque ya le había dedicado mucho tiempo. Sin embargo, cuando escribí las primeras dos páginas de la séptima versión, que fue la definitiva, supe de inmediato que eso era lo que había estado buscando.

—¿Ha estado en la Chingada, cuál es uno de sus gratos recuerdos de ese lugar?

Más que un lugar, yo diría que la chingada es un estado de ánimo. Y uno muy productivo: sirve mucho habitar la chingada, nos obliga a que tengamos un movimiento de la consciencia para escapar de ahí. La chingada es un agente de cambio fundamental. Y claro, además existe el rancho de la Chingada, que queda en la carretera entre Lagos de Moreno y San Juan de los Lagos. Pero nunca lo visité. En mi infancia y adolescencia, la Chingada fue ese lugar que yo veía de lejitos, desde la ventana del coche.

—¿Para qué darle un toque de humor al afirmar que el país está jodido?

Escribo con humor porque no puedo escribir de manera solemne. Incluso cuando escribo reportajes o artículos de opinión el humor se acaba colando. Por otra parte, la literatura que me gusta es humorística, o al menos irreverente. A veces se menosprecia el humor por asociarlo únicamente al entretenimiento, pero el humor es una manera de entender la realidad, una estrategia para distanciarse y también un medio de resistencia al poder.


—Los insultos son un arma de reacción política, pero ¿todo se queda en palabras? ¿Por qué considera que los mexicanos no salen a las calles a manifestarse de la forma en que sí pasa, por ejemplo, en España?

Me parece una afirmación tajante. Los mexicanos también salen a manifestarse, ahí está el movimiento YoSoy132, por ejemplo. La cultura política es diferente en España y México. En España quejarse es casi una forma de ver el mundo, pero cuidado, que tampoco pasa nada, tienen el peor Gobierno posible. El insulto es una estrategia de resistencia, a veces la última que nos queda. Me gusta lo que dicen los teóricos del insulto: que mientras podamos tipificar al tirano habrá esperanza.

¿Todo se queda en palabras? ¿Y las palabras no son importantes? Esa es la verdadera desgracia que nos heredaron los políticos: el desprestigio de la palabra. Incluso ellos se dieron cuenta, cuando empezaron a usar en su publicidad lemas como “hechos no palabras”. Como escritor tengo que decir que las palabras son lo más importante.

—¿A sus ojos qué es lo más intolerable que hemos tolerado?

De entre todas las cosas horrorosas que han pasado en México en los últimos años elijo el caso de la guardería ABC. Si una sociedad es capaz de cerrar los ojos ante algo así, es porque está podrida. Afortunadamente no lo hemos tolerado del todo y todavía estamos a tiempo de no tolerarlo. Nunca es tarde.

—¿Cómo sería México si fuera un país normal?

Ningún país es normal, el título de mi novela es una broma, una provocación. La cuestión no es ser un país normal o anormal, es ser un país verdaderamente democrático, justo y equitativo. Y lo que sucede es que hemos alimentado una idea de país que justifica todas las atrocidades. Hay gente que se atreve a decir que la violencia actual está relacionada con nuestras raíces prehispánicas, que somos una cultura violenta por naturaleza. Hay gente que dice que somos un país surrealista y eso sirve hasta para justificar la corrupción. Y entonces parece que es imposible cambiar y surge en la gente la añoranza de ser un “país normal” y de compararse con otros países. Pero esa añoranza no sirve para nada, no se puede construir un nuevo país anclado en esas ideas.

—¿En un México normal, el PRI hubiera regresado a Los Pinos?

Como decía, no existe un “México normal”. Pero lo que sí creo es que en un México informado, libre de manipulación, de cooptación, compra y fraude, el PRI no tendría ninguna posibilidad de existir. Aunque hay un problema en mi razonamiento, está mal construido, porque un México informado, libre de manipulación, de cooptación, compra y fraude, no surgiría de setenta años de gobiernos del PRI.

—¿Qué opina sobre Enrique Peña Nieto?

No tengo ninguna idea original al respecto, pienso lo mismo que piensa muchísima gente, no hace falta repetirlo. Si se me ocurre un insulto nuevo absolutamente original se los enviaré para que lo publiquen. Pero lo publican, ¿de acuerdo?

EL INFORMADOR / ANA LÓPEZ
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