GUADALAJARA, JALISCO (13/NOV/2016).- Nuestro conocimiento del sistema electoral estadounidense es raquítico. Por primero de cuentas, porque el dichoso sistema, en el que no cuenta el voto directo, sino el de un “colegio electoral” que se constituye según una asignación medio abusiva de los votos estatales, está pensado como para la Inglaterra oligárquica en que se inventó y poco tiene que ver con nuestro propio sistema político. Por segundo de cuentas, porque si una rebanada bastante robusta de la población mexicana sigue sin entender el sistema en que vota (o en el que lo haría si se le llegara a quitar el escepticismo o la flojera) luego de años, mucho menos va a entender el del vecino. Seguramente por ello es que la calidad del análisis político nacional quedó en evidencia la noche de las elecciones presidenciales gringas: no hubo un mono, entre las decenas de analistas de periódicos, portales o medios electrónicos, que le atinara al resultado o que al menos, cuando se dio, pudiera explicarlo de manera convincente.Supongo que esto no es nuevo. Cuando era alumno de segundo de primaria, la maestra Rosita le prometió un premio al alumno que pudiera responder quién era el candidato demócrata que enfrentaría a Ronald Reagan en las elecciones de 1984. Las respuestas de mis pocos compañeros que no se encogieron de hombros (no me importa darles este quemón porque ya no cruzo palabra con casi ninguno) fueron sorprendentes: algunos apostaron por Sylvester Stallone y otros por Mister T, dos forzudos muy de moda en el cine de la época. Yo fui el único en el salón que respondió correctamente (el candidato, ya olvidadísimo, era el ex senador Walter Mondale, a quien, por cierto, le dieron una paliza en las urnas). Y no, no fue porque tuviera profundos conocimientos de la política de EU (no creo que nadie los tenga a los siete años) sino porque mi madre no se perdía el noticiero de las mañanas y allí repetían cada día el nombre del sujeto. Lo sorprendente, en todo caso, no fue mi memoria, sino que alguien pensara que el aspirante era el mismísimo Rambo… (el premio, por cierto, no fue gran cosa: una bolsa de pastelitos de crema proveniente de los estantes de la “cooperativa” de la escuela).El desconocimiento, eso sí, es mutuo. La mayor parte de los gringos que visitan el país sienten que están teniendo visiones. Aunque, en general, esos visitantes no tienen los mismos problemas psicológicos al respecto de México y sus habitantes que manifiestan algunos de sus compatriotas (por algo es que vienen a la playita o se quedan, incluso, a vivir en lugares como Ajijic o San Miguel de Allende), lo cierto es que en la cabeza lo que tienen es un revoltijo en que se confunden el señor que les arregla el jardín en Wichita Falls con las sombras de Pancho Villa, Frida Kahlo, Chabela Vargas, Salma Hayek y Gael. Las incomprensiones son de ida y vuelta, pues. Recuerdo que una niña que llegó a la escuela en quinto de primaria, recién desempacada de Florida, nos presumía que en la televisión latina de allá, había programas de televisión buenísimos, incomparables. Cuando Sábado Gigante comenzó a ser transmitido en México no podíamos creer que aquella porquería soporífera fuera el dichoso show que tanto mentó… Aunque alguna sospecha debió haber levantado el hecho de que su programa preferido de la televisión mexicana fuera, ay, su contraparte local: Siempre en Domingo…Me temo que por ese tipo de antecedentes es por lo que fui incapaz de creerle a ninguno de los analistas locales que tocó el tema Trump. Y como al final todos fallaron, seguiré instalado en el escepticismo.