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Maroma, teatro y nada de ''outsourcing''

Treinta segundos es el tiempo justo para montar un espectáculo; desde malabares hasta la cuerda floja, en la esquina de la Avenida Hidalgo y la calle Jesús

Por: EL INFORMADOR

Si les falta dinero y les sobran ganas, los integrantes de Circo Nahual se encuentran en la esquina de Hidalgo y Jesús para chambear.  /

Si les falta dinero y les sobran ganas, los integrantes de Circo Nahual se encuentran en la esquina de Hidalgo y Jesús para chambear. /

GUADALAJARA, JALISCO (30/SEP/2012).- Maroma y teatro matan Reforma Laboral. Los de Circo Nahual practican diario la filosofía, sin tener muy clara la existencia de una Ley Federal del Trabajo ni  de que esa ley esté sufriendo una cirugía mayor por estos días. “¿Cuál ley esss doña?”, preguntan, un poco idos. Cuado se enteran les da lo mismo. Viven en otro mundo, aunque algunas mañanas hacen tierra en la esquina de la Avenida Hidalgo y la calle Jesús, donde de la nada montan un espectáculo fugaz para los automovilistas que aprietan la neurosis contra el freno.

Eso de que los cirquero shacen tierra es eufemismo. Algunos trabajan montados en zancos. Hay quien camina sobre una cuerda floja, atada al poste de una jardinera. Otro pedalea un monociclo y uno más lanza al cielo uno tercio bolos, desde el techo de la caja metálica de una camioneta, cuyo conductor —un vendedor de salchichas— pasa de la sorpresa al enojo y a la calma en 30 segundos. Avance, míster, el semáforo está en verde.

Treinta segundos es el tiempo justo para montar un espectáculo esquinero de circo y maroma, que cada minuto y medio evolucionará o se apagará según los deseos primitivos de sus artistas: baño, toque, euforia, hambre, sed, ligue, cruda, ímpetu, queja, calentura. En esta esquina nunca un patrón ventajoso, un reloj checador, un sindicato charro. Nunca un “o trabajas o tomas”. Jamás un subcontrato por outsourcing. “¿Auts qué? Aquí no conocemosss esssa madre, doña”.

Los del Circo Nahual se visten con bermudas, no se preocupan por echarse gel antes de salir de la casa, sueltan carcajadas de cosas que no harían reír a nadie y hablan el mismo lenguaje. Presumen que llevan el circo a la calle, cuando en este país nadie tiene para pagar el circo ni el teatro. Su conciencia política empieza y se agota con ese concepto.

¿Exactamente cuántos trabajan en el Circo Nahual? Nadie los ha contado.

Resulta que el tamaño del grupo también está relacionado con el temperamento de sus malabaristas. A veces son hasta 20, pero esta mañana sólo vinieron seis: Raymundo, Salvador, Mayra, Paco, Juan y José. Mayra tiene 18 años y Raymundo 35. El resto veintea. Llegaron desde la colonias Constitución, Analco, Santa Margarita; desde Aguascalientes; de allá, por Guatemala. Un miércoles, sin querer, coincidieron en el Parque de la Revolución y se armó el cotorreo. El que no sabía malabares practicaba aeroyoga. Alguien había tomado un curso de capoeira e hizo amistad con la que duró un mes en la danza africana, que la semana siguiente trajo a unas amigas. Una de ellas no sabía nada, pero se hizo un novio al que luego dejó y mientras fue aprendiendo…

El encuentro de los miércoles se hizo costumbre y sigue, entre las seis de la tarde y las diez de la noche. Los que no aprenden enseñan a los mirones, entre los cuales abundan los niños. Los profes armaron el colectivo Circo Baxal y hoy se pasan pitazos de empleos temporales de malabarismo, ajenos de la Confederación de Trabajadores Mexicanos e indiferentes de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social.

Si les falta dinero y les sobran ganas, de lunes a viernes se encuentran en la esquina de Hidalgo y Jesús, a las nueve de la mañana, “horario mexicano”, se ríe Raymundo, que se carga un aroma de juerga y un espíritu de Don Juan.

Raymundo toca un tambor y pide unas monedas. Las monedas se acumulan en una caja, hasta que cada cabeza ha juntado entre dos y tres salarios mínimos, lo cual puede ocurrir en una hora o un medio día. Nunca se sabe. Nadie hace dramas si que el toca el tambor se desapareció un rato o si la muchacha del aro se sentó a descansar.

En realidad Mayra, la del aro, no descansa. Morena, pequeña y curvilínea, pasa el hula-hula del cuello al pecho y a la cintura con movimientos redondos y lascivos, mientras cierra los ojos y sonríe, enfundada en un short y una camiseta ceñidos. Marilyn Monroe le copiaría la técnica. Marilyn Monroe tendría que pagar impuestos por hacer hula-hula. Mayra ni recibos de honorarios tiene. Para ella no hay más que el compás entre los tambores y su cuerpo, y para los automovilistas raboverdes no hay otra cosa que Mayra. Cuando el tambor calla, abre los ojos y, encandilada, corre a la banqueta donde sigue bailando. “Aprendí hace dos meses”, presume sabedora de que nadie la calificará de novata ni le pagará como aprendiz.

“¡A trabajar!”, grita Raymundo, con acento cubano y tufo tequilero, cuando los autos se detienen ante la pantalla roja del semáforo. Sus compañeros trabajan. Él encuentra simpático decirle a cada conductora que es exageradamente guapa. Él no ve problema en subirse sin permiso a un convertible rojo que lleva a un trío de bellas a bordo. Se sube e invita al otro percusionista. La música se fugó en un convertible y no se sabe si volverá. Nadie se agüita: ni que estuvieran en una fábrica. Mayra aprovecha para bailar en la banqueta. Los otros practican los malabares.

Acaban de llegar Fernando y Berenice, para subirse en la cuerda floja. La caja de las monedas es una funda con cierre y está casi vacía, pero custodia más siete pesos por piocha, y eso que el espectáculo apenas comienza. La función continúa sin música de fondo. En la puesta en escena cada quién hace lo que le da la gana. A todos les da la gana hacer circo maroma y teatro y lo hacen bien. Parece que la Reforma Laboral nunca alcanzará esta esquina, que los del Circo Nahual tomaron justo a tiempo.

Tapatío

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