Suplementos | por: David Izazaga Fatiga crónica La suerte que camina con una mujer por la Calzada Por: EL INFORMADOR 18 de diciembre de 2010 - 01:40 hs Mientras se espera al trolebús, historias únicas se desarrollan en nuestro entorno.ELINFORMADORARCHIVO / GUADALAJARA, JALISCO (18/DIC/2010).- “Le leo su suerte, ándele, hoy que es un buen día”, me dice una joven mujer morena, que se me acerca con más timidez que convicción. Le digo que no, que gracias, que en otra ocasión y ella se va muy conforme con mi primer negativa, sin haber escuchado siquiera lo de “en otra ocasión”. Porque si me hubiera escuchado y tuviera verdadera convicción de vendedora de secretos, de verdades que están ahí, flotando, y uno no las ve o se niega a hacerlo, me habría inquirido por esa promesa de “en otra ocasión”. ¿En cuál?, me hubiera dicho y yo entonces quizá habría respondido con fecha y hora que habría anotado en mi agenda y vuelto entonces a aquella esquina a cumplir mi promesa, para que ella pudiera entonces cumplir a la vez con la suya y mi suerte –buena o mala, no se sabe- fuera revelada. Pero no fue así y ya son las doce del día y ya llevo aquí, parado en esta esquina de la calle Industria y la Calzada Independencia, más de media hora esperando un trolebús que no sé si pasará. Porque así es, de repente me ha tocado ver que algún cable se desconchinfla y ya, se para todo, se detienen los trolebuses y uno puede estar esperando, iluso, a que pase, en algún punto de Hidalgo o República y nada, todos están parados sobre avenida Vallarta. ¿Cómo saber si es el caso o si allá, cuadras atrás, viene ya? Mientras me decido a esperar un poco más, observo a la mujer que quiso leerme mi suerte. Se mueve por toda la banqueta sobre la Calzada. Viste falda de mezclilla larga, hasta los talones y trae puestos unos zapatos negros de gamuza que apenas se asoman. Tiene puesto un suéter rojo y el pelo largo le cae hasta media espalda. Es muy joven, no creo que tenga más de 25 años. Es morena y su nariz es grande y sus ojos pequeños. Aborda a todos los peatones que pasan por aquí, no parece írsele uno, va por otro y por otro y cuando está abordando a uno, seguramente espera a que le digan no, porque tiene ya la vista puesta en el siguiente. No discrimina a nadie. Yo la observo y espero que, por simple estadística, alguno le diga que sí, para ver cómo procede. Pero nada. De vez en cuando echo un ojo hacia la calle de Industria, pero nada se ve al fondo. Esta esquina es, como muchas de la ciudad, lugar de múltiples postes: hay cuatro, uno tras otro, como puestos para que uno llegue con su hamaca. El primero, que está pintado de verde, sostenía los cables del trolebús que algún día pasó sobre la Calzada, de manera que hoy es un triste tronco de concreto que embellece la esquina. El segundo es uno de madera que supongo que en algún momento le sirvió a la Comisión Federal de Electricidad y que hoy, al igual que el anterior, está ahí sólo por si al Ayuntamiento algún día se le ocurre celebrar aquí una feria y hacer palo encebado. El tercer poste sostiene los cables del trolebús que estoy esperando. Por cierto, recuerdo que en alguna ocasión que esperaba –también desesperado- el trolebús en Circunvalación (que ya no pasa), un tipo me dijo que me fijara en los cables y que si se movían era señal de que el trolebús ya venía. Si entonces yo, chico de primaria, le creí, hoy que los he estado viendo moverse desde hace más de media hora sin que llegue, creo finalmente que aquella fue una broma. Una broma de la que no me reí ni hace 30 años ni hoy. El último poste es el de la luz. Pero si cuatro parecen poco, no hay que caminar ni media cuadra para encontrarse más. No lo haré. Mejor volteo de nuevo a ver a la chica que lee la suerte. Sigue en su tarea, no ceja, ni siquiera se nota un gesto de desgano en su rostro. ¿Alguien la estará vigilando? ¿Vendrá sola? La respuesta viene pronto: no me había percatado del tipo que reparte volantes en la misma esquina y que parece ajeno a la mujer de rojo. Me dio un volante hace rato y yo ni lo leí, sólo me lo guardé en la bosa del pantalón. Eso hago siempre con los que me dan en la calle, luego los saco todos juntos y los leo, como si fueran una revista de anuncios. El volante, pequeñito, dice “Centro Astrológico. Tarot”. La “o” de la palabra Tarot está sustituida por un corazoncito. Dice, además, que cualquiera que sea mi problema tiene solución. Haberlo leído antes. Y allá viene el trolebús por fin y me doy cuenta que la mujer sí viene con el chico que entrega volantes y hasta les encuentro parecido ya, casi juraría que son hermanos. Ya subido en el trolebús observo de nuevo a la mujer. Necesita consejos para abordar más decididamente a la gente. Y yo quizás necesite saber sobre mi suerte. ¿Trabajará durante las vacaciones? 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