Martes, 26 de Noviembre 2024
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Entre las piernas

La primera vez

Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (11/JUN/2011).- Si mal no recuerdo, aunque probablemente lo haga, la primera vez que fui al teatro mi mamá me llevó a ver una adaptación de El principito, de Antoine de Saint-Exupéry. La verdad no lo recuerdo bien, pero como que me late que ese fue mi primer encuentro con las artes escénicas.

Después, me llevaron al Teatro Alarife Martín Casillas a ver una obra en la que salía un tío, hermano de mi mamá, y lo único que recuerdo de aquello es que sacaban muchas luces de flash, esas brillantes horribles que te dejan medio atarantado.

En ambos casos era una niña y la verdad no recuerdo cuál fue mi comportamiento durante la función; aunque supongo que en la de los flashes debí haberme aburrido como loca.

Creo –tal vez me equivoco– que son pocos los padres que llevan a sus hijos al teatro desde pequeños; por eso le estoy profundamente agradecida a mi madre y he procurado, de vez en vez, seguir sus pasos y llevar a mi hijo para que se empiece a enamorar del hecho escénico.

No me gustaría por nada del mundo, que la primera vez de mi hijo fuera en la preparatoria, enviado por su profesor o profesora de “artísticas”, o cómo se llame esa materia ahora o después, pues entonces se convierte en una obligación y la verdad dudo mucho que esos chicos que son enviados a eventos culturales, realmente disfruten lo que están viendo.

El caso es que quienes están cerca de esos seres llevan la peor parte, pues como ellos no tienen ni la más remota idea de lo que significa ir al teatro, se la pasan hablando y molestando a los demás. Como que creen que están en el cine, y no es que en el cine se pueda estar hablando en cada escena, pero en esta ciudad la gente lo cree así, o tal vez no la gente, sino la gentuza que por desgracia se sienta junto a mí.

En fin, el asunto es que así pasó hace un par de días en el teatro. Unos mozalbetes osaron ir a “ver” una obra y se dedicaron a cuchichear durante toda la función, con varios “jijijis, jojojos”, importándoles un comino molestar a quienes se encontraban cercanos a ellos. Entonces la función se convirtió en un verdadero desatre.

El final llegó, siendo probablemente el momento más deseado de la velada ante la molestia de esos infames chiquillos del mal.

La luz delineó los rostros de esas criaturitas endemoniadas, que emocionadas corrieron a la puerta del teatro para sacar su desagradable presencia del lugar.
Suena mal, lo sé, pero no soporto a esta clase de público.

Allá afuera se tomaron la foto de su primera vez en el teatro, tal vez para que su maestro corroborara que efectivamente fueron a hacer desatinar al resto de los espectadores.

Es una lástima que ir al teatro se convierta en una tragedia para los asiduos, cuando acuden al espacio los obligados en su primera vez.
lexeemia@gmail.com

Tapatío

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