Entre las piernas

GUADALAJARA, JALISCO (28/MAY/2011).- Amenacé a Pilar con decir, a través de este medio, que era una persona mala, que mentía y que nadie jamás nunca en la vida debía depositar su confianza en ella… y hoy, tengo que decir esto: Pilar miente.

Y es que hace algunos días me aseguró que la obra Desaire de elevadores pintaba para estar muy buena, “va a estar súper chida”, dijo. Le advertí que soy un público difícil, pero insistió en que sería una excelente obra, así que fui.

El jueves por la noche ahí estaba yo, sentada en una de las butacas del Teatro Experimental de Jalisco, viendo sobre el escenario a una mujer con una gabardina negra y el pelo erizado, que me recordó a Susana Valencia.
Me gustó, debo confesarlo, el concepto espacial; se me antojó estar sobre el escenario para jalar alguna cadena de las duchas que ahí había... aunque después de un rato me puse a analizar cuánta agua se estaría desperdiciando en cada chorro.

Me quedé ahí sentada escuchando los diálogos cargados de frases que seguramente a muchos nos gustaría decir de vez en cuando: que si los “besos suficientes” o la “repetición de caras”. Me imaginé entonces a Alberto Villarreal (dramatugo y director del montaje) sentado en la sala de su departamento (tal vez en el cuarto piso de un edificio), echando a volar su imaginación para poner sobre el papel –o el monitor de su computadora– cosas como: “Quisiera escuchar el silencio, mientras las margaritas escupen oscuridad en medio de este siniestro corazón”... la acabo de inventar.

Me hubiera encantado tener una caña durante la función, para pescar algunas de las frases que escuché ahí y que no tuvieron sentido para mí; pero como no la tuve, me quedo sólo con las imágenes de la historia y el trabajo actoral de Sara Isabel Quintero y Jesús Hernández, en una escena que me pareció visulamente estupenda.

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