Lunes, 20 de Enero 2025
Suplementos | Domingo de Pentecostés

'El Espíritu Santo vendrá sobre ustedes…'

Luz y fortaleza siempre para gustar y entender las cosas de Dios, y para caminar, así agobie el peso de la cruz

Por: EL INFORMADOR

Este fuego del cielo no es el del juicio, es el de la manifestación de Dios, el fuego simboliza ahora el Espíritu. ESPECIAL /

Este fuego del cielo no es el del juicio, es el de la manifestación de Dios, el fuego simboliza ahora el Espíritu. ESPECIAL /

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA:

Hechos de los Apóstoles 2, 1-11

“Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar se llenaron todos de Espíritu Santo”.

SEGUNDA LECTURA:

Primera carta de San Pablo a los Corintios 12, 3b-7.12-13

“Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos”.

EVANGELIO:

San Juan 20, 19-23

“Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos”.

GUADALAJARA, JALISCO (24/MAY/2015).- Obedientes, esperaron. “El Espíritu Santo vendrá sobre ustedes”. Así les prometió el Señor Jesús antes de ascender a los cielos y ellos unidos y en oración esperaron el cumplimiento de la promesa. Llegó la hora. “De repente se oyó un gran ruido que venía del cielo, como cuando llega un viento fuerte, que resonó por toda la casa donde se encontraban”.

Ése fue el aviso, ésa fue la señal de que el Espíritu Santo —Dios igual al Padre y al Hijo, poderoso, infinito— descendería sobre ellos, para ellos.

Viento y fuego. Primero el oído: oyeron el viento impetuoso; luego la vista: las lenguas de fuego sobre las cabezas. Era la fuerza sobrenatural que sacudió la casa, luego el fuego —una luz que ellos no podrían apagar— dos símbolos frecuentes en el lenguaje del pueblo de Israel, en este solemne momento. El poder de Dios, la luz de Dios.

A la distancia de más de 20 siglos se puede entender la fuerza interior, la luz, el impulso, el vigor en cada uno de los miembros de ese pequeño grupo, para la empresa —no grande, sino enorme— que les esperaba. Llevar la buena nueva a todos los hombres y bautizarlos, para que el que crea y se bautice, se salve.

La obra era de Dios. El Espíritu Santo puso en las bocas de aquellos hombres las palabras oportunas y eficaces. Desde ese momento ellos comprendieron que eran sólo instrumentos, mensajeros, heraldos del gran Rey, y deberían cuidarse de no caer en arrogancia, en soberbia, ni sentir la obra como empresa propia, sino que eran trabajadores en la viña del Señor.

Elocuente lección para que todos los obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, siempre y en todas partes con humildad y gratitud ejerzan su apostolado como servidores del pueblo de Dios.

En un mundo carente de vida sobrenatural y divina, disgregado por intereses terrenos como son el mercantilismo, el materialismo y el hedonismo —o sea, el placer como fin supremo de la vida— sólo la fuerza divina del Espíritu Santo puede dar alegría auténtica y verdadera esperanza evangélica.

Alguien, acertadamente, ha comparado la acción del Espíritu Santo en las almas con la llegada de una lluvia benéfica a un sembradío que se extinguía por largos días de calor y sequía. En verdes diversos se manifestó la vida, brotaron flores de hermosos colores, precursoras de próximos frutos.

El cristianismo, nueva alianza entre Dios y su pueblo, ha sido la expresión permanente de una cercanía amorosa del Señor con los hombres.

Pentecostés fue la promulgación de la nueva ley de gracia.

Luz y fortaleza siempre para gustar y entender las cosas de Dios, y para caminar, así agobie el peso de la cruz.

Fuego

Desde la elección de Abraham, el signo del fuego resplandece en la historia de las relaciones de Dios con su pueblo. Esta revelación bíblica no tiene la menor relación con las filosofías de la naturaleza o con las religiones que divinizan el fuego.

Sin duda Israel comparte con todos los pueblos antiguos la teoría de los cuatro elementos; pero en su religión, el fuego tiene sólo valor de signo, que hay que superar para hallar a Dios.

En efecto, cuando Yahveh se manifiesta en forma de fuego, ocurre esto siempre en el transcurso de un diálogo personal; por otra parte, este fuego no es el único símbolo que sirve para traducir la esencia de la divinidad: o bien se halla asociado con símbolos contrarios, como el soplo o hálito, el agua o el viento, o bien se transforma en luz.

La Iglesia desde sus inicios vive de este fuego que abrasa el mundo gracias al sacrificio de Cristo. Este fuego ardía en el corazón de los peregrinos de Emaús mientras oían hablar al Resucitado. Descendió sobre los apóstoles reunidos en Pentecostés. Este fuego del cielo no es el del juicio, es el de la manifestación de Dios, el fuego simboliza ahora el Espíritu, el relato de Pentecostés muestra que tiene como misión transformar a los que han de propagar a través de todas las naciones el mismo lenguaje, el del Espíritu.

Para los que han recibido el fuego del Espíritu, la distancia entre el hombre y Dios es superada por Dios mismo, que se ha interiorizado perfectamente en el hombre; quizá sea éste el sentido de la palabra enigmática: uno se vuelve fiel cuando ha sido “salado al fuego”, al fuego del juicio y al del Espíritu. Según esta expresión atribuida por Orígenes a Jesús: “Quien está cerca de mí está cerca del fuego; quien está lejos de mí está lejos del Reino”.

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