Martes, 03 de Diciembre 2024
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Diario de un espectador

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Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (23/JUL/2011).- Jardín de Santa Cruz: varias veces ha cambiado, sólo la bugambilia dura; nueve arcos indelebles bastan para dar a su estampa permanencia y gracia. (Los corredores tendían arcos de luz por la casa, dice Alfonso Reyes). Asciende de su nítido designio rectangular una teoría de ondulaciones y requiebros que atraviesan la casa y la transfiguran y la levantan. La máscara de un fauno hace llegar el hilo del agua hasta el oscuro espejo; desde allí, se creería, un cimiento de reflejos y breves brillos da sustento a los muros que por eso navegan. Navegan incólumes a través de generaciones y mudanzas: sigue la cruz de fósforo y de aire marcando el mismo rumbo. Tardes hay en que por las vidrieras del mirador se acercan los volcanes. Envueltos en distancias y en el prestigio de sus leyendas largas visitan el valle y los cañaverales atentos. Entonces el jardín recoge la más pura luz de sus escarpas, la visión última de sus riscos de suave vértigo y silencio. Y luego los niños cambian todo esto en el oro de sus juegos incombustibles. Así dura el jardín.
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Una breve visión de esa máquina prodigiosa que es el googlemaps basta para entender la compleja vastedad de los paisajes que una carretera atraviesa. La estrecha franja que el pasajero registra en sus recorridos –la parte por el todo– fija la percepción completa de un viaje. Y esa lectura del territorio que se va acumulando en los ojos y en la memoria de alguna manera informa ese vago sustrato de lugares, gentes y sucedidos que pensamos es la patria. Por eso no es posible resignarse al continuo deterioro de esos corredores por los que a diario transcurrimos en el campo. Acumulaciones de anuncios, vulcanizadoras y gasolineras, construcciones de cualquier manera hechas, suciedad y desorden. Porque las carreteras son, de alguna manera, el guión del territorio en el que vivimos. Que, al final, nos nutre y nos sostiene.
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“Los otros días…”, “Las otras tardes…”. A cada rato, en las tan argentinas conversaciones de Borges y Bioy Casares, así se refieren a algo que pasó, diríamos nosotros, “el otro día”, “la otra tarde”. Curioso cómo esa plural manera de referirse a un pasado inmediato convierte a la relación de un hecho particular en algo disperso, difuso y más impreciso aún en el tiempo. Cómo el lenguaje, así usado, esparce en un vago pasado el asunto que ahora se rememora, le confiere una multiplicidad que, quizás, lo vuelva más recordable.

Borges, hacia 1961, se prepara para un viaje: “Antes de irme, siento que debería hacer unas cuantas cosas que no se qué son. ¿Ir a ver algunos lugares? No voy a llevarlos más conmigo porque los vea. Si los veo una última vez será como la última vez que los vi, con un añadido de solemnidad, que no sé si conviene”.
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La tormenta se anuncia largo rato. La caja del agua refleja los relámpagos que ascienden desde el oriente. La lluvia, como un pianista distraído, ensaya músicas instantáneas y fugaces. Como sin quererlo, atenta apenas, sus dedos rozan el olor del jazmín: las gotas van diciendo entonces la historia entera de crecimientos, titubeos, certezas. Largas estrategias victoriosas que hasta aquí llegan ahora. Desde la sombra, el gato vigila los pasos del agua.
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Alguien iba pensando: “La actual versión de la especie humana no tiene más de 150 mil años sobre la tierra. Si acordamos para cada hombre capaz de haber engendrado un hijo una edad promedio de 40 años, tendremos que cada actual habitante del planeta tiene como directos antecesores unos tres mil 750 padres sucesivos. Tres mil 750 versiones de un hombre no son tantas; hay quien aspira en el Facebook a tener tantos “amigos” como esos”. “Imaginemos entonces un facebook de todas esas gentes, completo, con sus datos, sus tics, sus imágenes y preferencias. La genealogía de cada quien explicada; más bien enumerada. Falta saber si con eso entenderíamos más…”.
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Graves, tristes tiempos zumban en las noticias. Una versión de And death shall have no dominion, de Dylan Thomas:

Y la muerte no habrá de prevalecer.
Todos los desnudos muertos serán uno
Junto con el hombre del viento
y de la luna poniente;
Cuando sus huesos se levanten limpios
y limpios se hayan ido,
Tendrán estrellas en codos y pies;
Aunque locos se vuelvan serán curados,
Aunque en el mar se hundan habrán
 de levantarse;
Aunque se pierdan los amantes no habrá
de perderse amor;
Y la muerte no habrá de prevalecer.

Y  la muerte no habrá de prevalecer.
Bajo los laberintos del mar
Los que hace tiempo yacen, no habrán
de morir entre los vientos,
Retorcidos de angustia cuando los nervios cedan,
Atados a una rueda no habrán de quebrarse;
La fe en sus manos ha de partirse en dos,
Y  los males unicornios habrán de atravesarlos;
Rotos todos los cabos, no habrán de estallar;
Y la muerte no habrá de prevalecer.

 Y la muerte no habrá de prevalecer.
Las gaviotas no habrán ya de gritar en sus oídos
Ni las olas romperán sonoras en sus playas;
Donde alentó una flor otra flor tal vez nunca
Levante su cabeza a los rigores de la lluvia;
Y aunque locos y largamente muertos,
Las cabezas de sus ánimas martillearán
las margaritas;
Irrumpirán al Sol hasta que el Sol sucumba,
Y la muerte no habrá de prevalecer.

Tapatío

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