Miércoles, 04 de Diciembre 2024
Suplementos | Por: Juan Palomar

Diario de un espectador

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Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (28/MAY/2011).-  Atmosféricas. Un barco que navega por la pérgola cumple su singladura inmóvil mientras el viento no mueve ni una hoja de la enredadera. El comal del aire se vuelve cada vez más rojo, el azul más pálido. Al mediodía el capitel de piedra humea suavemente y sostiene con ese vaho casi imperceptible el tránsito de la estación. Luego incendios lejanos emborronan el poniente y la línea que el surtidor de la pila dibuja conduce poco a poco hacia la noche. El magnolio organizó una salva de flores muy blancas: su resplandor se recorta en la titubeante oscuridad. Los haces de los reflectores que ya tarde barren el cielo apenas si se leen contra la incertidumbre del aire cargado de polvo y rumores. Pasa una sirena.

La Alemana manda a las Nueve Esquinas por pitayas. Llegan los platones, los amigos piden otro tequila y desenvuelven las frutas del prodigio. El piano levanta una tonada que será quizás recompensada, un vendedor de lotería acierta con el número que para aquí estaba destinado, se ofrecen relojes, películas, fotos de una ciudad que ya no está.  
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Setenta de Bob Dylan. El martes de esta semana Robert Allen Zimmerman cumplió la edad que la Biblia marca como la duración de nuestros años. Por una de esas casualidades cuyas razones vienen de lejos resuena ahora una canción que Joan Baez le escribió al de Minnesota a mediados de los años setenta. Un ajuste de cuentas, una reiterada constatación de la marca del genio, un homenaje a los poderes de un bardo. La canción se llama Diamantes y herrumbre:

Me lleva/ aquí viene otra vez tu fantasma/ pero eso no es raro/ es nomás que la luna está llena/ y diste en llamar/ y aquí me siento/ la mano en el teléfono/ oyendo una voz que conocí/ hace un par de años luz/ yendo derecho hacia la caída// de lo que me acuerdo tus ojos/ eran más azules que los huevos de petirrojo/ mi poesía era mala dijiste/ ¿de dónde llamas?/ una caseta en el Midwest/ hace diez años/ te compré unas mancuernillas/ me trajiste algo/ los dos sabíamos lo que los recuerdos pueden traer/ traen diamantes y herrumbre// y bien asaltaste la escena/ ya eras una leyenda/ el fenómeno sin lavar/ el original vagabundo/ derivaste a mis brazos/ y ahí te quedaste/ temporalmente perdido en alta mar/ la Madonna era gratis para ti/ sí la muchacha en la media concha/ te guardaría ileso// te veo ahora de pie/ hojas pardas caen a tu alrededor/ y hay nieve en tu pelo/ ahora sonríes a través de la ventana/ de ese hotel ruinoso/ en Washington Square/ nuestro aliento sube nubes blancas/ se confunden y permanecen en el aire/ hablando estrictamente por mí/ los dos podríamos haber muerto entonces y ahí// Ahora vienes a decirme que no eres nostálgico/ bueno dime entonces una palabra para ello/ tú que eres tan bueno para las palabras/ y para mantener vagas las cosas/ porque necesito esa vaguedad ahora/ todo vuelve tan claro/ sí te quise tanto/ y si me estás ofreciendo diamantes y herrumbre/ ya los he pagado.
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Dylan no se cansa. Llegan noticias de una gira en la que se obstina con inexplicable empeño. Se llama, precisamente, la gira de nunca acabar (the never-ending tour) y según dicen toca lugares insospechados, arenas secundarias y auditorios oscuros, ferias de condados, casinos polvorientos abiertos para la ocasión. Hace unos pocos días tocaba en China. Extrae de su enorme acervo las canciones que le da la gana, las interpreta como mejor le parece (dicen que cuando tocó en el patio del Hospicio Cabañas la gente no lograba enterarse de cuál tonada iba ensayando.) Apenas saluda, se va. No da entrevistas, ni hace concesiones, no da tregua. Conserva, con ferocidad, sus terrenos y sus cosas. Permanente candidato al premio Nobel, saludado como uno de los personajes clave de la música del siglo, hace muchos años que viaja envuelto en llamas. Declinó una y otra vez el papel de santón en cualquier movimiento y la única fidelidad que mantiene es la que va diciendo en sus canciones. Unas son transparentes y directas; otras son indescifrables, abstrusas: ni una sola línea logra explicar de qué está hablando. Unas son monótonas y enfadosas, otras en cambio sorprenden con sus refinadas musicalidades extraídas de cuanto lugar y tiempo le parecen adecuados. Todas sirven para el retrato que pinta.
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Bono habla de Like a Rolling Stone: Amo oir una canción que lo cambia todo. Esa es la razón por la que estoy en una banda: Heroes de David Bowie, Rebellion (Lies) de Arcade Fire, Love will tear us appart de Joy Division, Sexual Healing de Marvin Gaye, Smells like teen spirit de Nirvana, Fight the power de Public Enemy. Pero en lo alto de este árbol de familia disfuncional está el rey de las ráfagas de fuego, el malabarista de la belleza y la verdad, nuestro propio Willy Shakespeare en camisa de bolitas. Es por eso que todos los compositores de canciones que lo suceden llevan su legado y por lo que este humilde bardo irlandés le cargaría orgulloso su equipaje. Cualquier día.
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Dice la leyenda tapatía que estaba Dylan en Durango durante la filmación de Pat Garrett y Billy the Kid. (Debía ser entonces 1972.) Dio el poeta por venir a Guadalajara a pasar unos días. Afirman quienes lo vieron en un local de la calle de la Maestranza que a la puerta del lugar un muchacho insistía en decirle: Maestro, eres igualito a Bob Dylan. El interpelado fumaba y miraba hacia otro lado, impertérrito. Afirman que avanzó la noche, que los Spiders tocaban esa vez, y que se esmeraron, en honor al visitante, en interpretar varios covers de sus canciones. Y aún se dice, aunque quizá nadie lo puede afirmar ahora, que el mismo Dylan tocó esa noche con ellos.
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Para el imaginario currículum de un transeúnte de estos tiempos: Fue contemporáneo de Bob Dylan. Desde hace casi medio siglo sus canciones han respondido, explicado, contradicho y acompañado las mareas altas, las derivas y los extravíos, los gozos y las sombras. Una sola canción, como un remedio desconocido y certero, es capaz de sanar las heridas más enconadas, dar nombre y cifra al tránsito del tiempo. Como cuando una gringa de pelo rubio cantaba en conciertos perdidos en los años, aquí en Guadalajara, Positively 4th Street. Señales y llamadas recibidas desde una caseta en el Midwest.  

Tapatío

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