Miércoles, 04 de Diciembre 2024
Suplementos | Por: Juan Palomar

Diario de un espectador

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Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (30/ABR/2011).- Nubes invisibles de calor navegan por la ciudad a la que apenas redimen las aguerridas floraciones de los tabachines. Las parotas de la otra cuadra optaron por regar generosamente un polvo como de oro que ahora cubre la calle. El pino medio demolido de la casa ahora inexistente intenta sobrevivir en medio de su azoro y pregunta por qué. El ruido de la ciudad que se persigue a sí misma le contesta sus inútiles necedades. Pero ya tarde en la noche, el cielo profundiza su negrura, otras estrellas se asoman, y un aire venido de muy lejos refresca el desvelo. The National canta: Standing straight at the foot of your love…

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México sin buena parte de su gente, y sobre todo de sus coches, recupera su calidad de ciudad altamente gozable. Una notable novedad: el Museo Soumaya. Dejando de lado su destanteado edificio, los contenidos que ofrece son sumamente disfrutables. La museografía, por alguna razón, se atiene a la corriente Sanborns. No le hace: ahora todo mundo puede ver de balde (lo que no es cosa menor) muchas cosas interesantes, a veces insólitas, algunas muy bellas. Este espectador declara su debilidad por el bric-à-brac sin pretensiones que muestra lo que a un señor le pareció apropiado coleccionar. Acordarse sin complejos de la Wallace Collection de Londres, de la Frick Collection de Nueva York. Ésta nos tocó ahora. Las acciones de los años treinta del siglo pasado de una mina propiedad del papá y el tío del ingeniero, vestidos de fiesta, viejas cajas de chocolate, monedas, pinturas de Gibrán Jalil Gibrán, las mancuernillas del mismo poeta, llaves y cerrojos, artesanías, ídolos… y también retratos mexicanos espléndidos (dos de nuestro José María Estrada muy notables), uno o dos Rubens de misteriosa e inacabada belleza, un Utrillo sorprendente, Van Gogh, Brueghel, El Greco, Zurbarán, Murillo, Frans Hals, los dos Cranachs… amplio material para la contemplación y el gozo. Quizá lo que se ocupa es ver todo esto con una cierta sencillez. Hay dos pequeñas vistas de Venecia a cargo de Giacomo Guardi que bien pueden valer el viaje. Un jinete, en la parte de abajo de un lienzo de Egerton, abandona Real del Monte y toma el camino erizado de peligros; se arrebuja en su jorongo, se cala el sombrero hasta las cejas; el viento arrecia. Es una estampa de la bravura y la gracia. Acompaña ahora en la memoria al jinete polaco de Rembrandt que cabalga en las lindes de la Quinta Avenida, en el lugar de honor de la Frick Collection. Un niño se acerca a la pintura, la examina, algo dice sobre el improbable color del cielo, sonríe.

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Medida para saber qué tanto se ha fatigado el mundo: veces que se ha visitado Teotihuacán. Pocos contrastes tan marcados como el de las multitudes bonachonas que ascienden trabajosamente la pirámide del sol y los ascensos a los mismos lugares, chorreantes de sangre y huesos rotos, de las multitudes de antes. En fin. El poderío de la inmensa masa de tierra y piedras que saluda a la calzada que a sus pies discurre será siempre sobrecogedor, aplastante. Mejor el patio de las mariposas, sus columnas delicadas, sus sombras bienhechoras. Algún artista transgresor y vanguardista habrá que proponga unas avenidas de jacarandas y fresnos, unas rosaledas y estanques para subvertir y rendir homenaje a estos lugares despiadados. La pirámide del sol es más alta; pero quizá la de la luna sea más grande…

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Gonzalo Rojas se murió. Grave pérdida. Otro poeta, Eduardo Vázquez Martín, escribió un responso al vuelo de las páginas del éter: “Adiós al gran iluminado, al numinoso, a la voz más fresca y vital de América.” En más que mínimo homenaje a quien supo, con voz inconfundible y entrañable -se diría que desollada de furia- nombrar urgencias y gozos, se transcribe este poema:  

CONTRA LA MUERTE
Me arranco las visiones y me arranco los ojos cada día que pasa.
No quiero ver ¡no puedo! ver morir a los hombres cada día.
Prefiero ser de piedra, estar oscuro,
a soportar el asco de ablandarme por dentro y sonreír
a diestra y a siniestra con tal de prosperar en mi negocio.
 
No tengo otro negocio que estar aquí diciendo la verdad
en mitad de la calle y hacia todos los vientos:
la verdad de estar vivo, únicamente vivo,
con los pies en la tierra y el esqueleto libre en este mundo.
 
¿Qué sacamos con eso de saltar hasta el sol con nuestras máquinas
a la velocidad del pensamiento, demonios: qué sacamos
con volar más allá del infinito
si seguimos muriendo sin esperanza alguna de vivir
fuera del tiempo oscuro?
 
Dios no me sirve. Nadie me sirve para nada.
Pero respiro, y como, y hasta duermo
pensando que me faltan unos diez o veinte años para irme
de bruces, como todos, a dormir en dos metros de cemento, allá abajo.
 
No lloro, no me lloro. Todo ha de ser así como ha de ser,
pero no puedo ver cajones y cajones
pasar, pasar, pasar, pasar cada minuto
llenos de algo, rellenos de algo, no puedo ver
todavía caliente la sangre en los cajones.
 
Toco esta rosa, beso sus pétalos, adoro
la vida, no me canso de amar a las mujeres: me alimento
de abrir el mundo en ellas. Pero todo es inútil,
porque yo mismo soy una cabeza inútil
lista para cortar, por no entender qué es eso
de esperar otro mundo de este mundo.
 
Me hablan del Dios o me hablan de la Historia. Me río
de ir a buscar tan lejos la explicación del hambre
que me devora, el hambre de vivir como el sol
en la gracia del aire, eternamente.

Tapatío

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