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Suplementos | Tradiciones populares. Llevada de la virgen de zapopan

Devoción danzante, al ritmo de tres generaciones

La familia Plascencia es el vivo retrato del fervor por La Generala. Danzar para la virgen cada 12 de octubre es un orgullo que se lleva en el corazón y se materializa en fotos que cuelgan los jóvenes en sus perfiles de facebook; todo está listo para el gran día

Por: EL INFORMADOR

Legado. Efrén Plascencia Huerta tiene 22 años y es uno de los 12 nietos de Rosendo. Efrén asegura que ''la danza es mi vida''.  /

Legado. Efrén Plascencia Huerta tiene 22 años y es uno de los 12 nietos de Rosendo. Efrén asegura que ''la danza es mi vida''. /

GUADALAJARA, JALISCO (07/OCT/2012).- Pum pum pum pum”, resuenan los tambores al pie de la calle Gonzalo Curiel, en la colonia Alcalde Barranquitas, y cada vibración sacude el pecho de danzantes y espectadores. Distribuidos a lo largo de media cuadra, guerreros y doncellas comienzan a moverse coordinados: paso adelante, paso atrás, vueltas veloces en el propio eje. Los impactos constantes de la baqueta contra el cuero, son los latidos que mantienen viva la tradición ancestral de la danza.

Es el último viernes de septiembre y el ensayo final del Grupo Ritual Azteca Hermanos Plascencia, después de tres meses de preparación física y espiritual para la Romería del 12 de octubre. La ocasión es especial, por eso el rito inicia hoy con la paseada de la Virgen, a la que los danzantes llevan a dar una vuelta por el barrio. De esa manera se agradece a los vecinos el que hayan aguantado todo “el ruidajo” que, desde principios de julio, hace el grupo tres noches por semana. Sólo este día, visten de blanco de pies a cabeza los más de 150 miembros del “círculo de la danza”.

El general Rosendo Plascencia —el General Chendo, como lo llaman algunos con cariño— espera a la comitiva sentado en un banco sobre la acera. La calle, como en cada ensayo, ha sido bloqueada con un par de automóviles y previo permiso de las autoridades de Vialidad.

Hace 45 años que el grupo realiza en este sitio sus ensayos. Lo saben bien vecinos y fuereños, quienes van llegando también con sus sillas y buscan acomodarse en las primeras filas para no perder detalle. Como en el cine, algunos traen sus antojitos para disfrutar más del espectáculo.

Pero el mejor lugar está reservado para la Virgen de Zapopan —La Generala— que una vez que regresa del paseo es colocada en un pedestal rodeado de flores, desde donde observará de frente el ritual que está por comenzar. A sus pies, las mujeres ahumadoras se encargan de que en ningún momento falte el humo purificador del copal. Después de hacer los correspondientes rezos de inicio y cantar alabanzas a la Virgen, el General Rosendo ordena a todos ir a tomar sus puestos.

Se reconoce al Jefe Chendo por estar justo en el medio del grupo, cerca del símbolo de los Cuatro Vientos pintado con colores sobre la calle. Porta huaraches de cuero cubiertos con brillantina dorada, pantalón corto y playera blancos, además de vendas en rodillas y tobillos para amortiguar el impacto de sus pies chocando contra el pavimento.

Tiene 70 años cumplidos, pero aparenta menos edad: casi no tiene canas y su cuerpo es robusto. Es fuerte también en su expresión y en la manera de dirigirse a sus danzantes. “El gran jefe tiene que tener dos cosas”, explica después el General, “tiene que tener mucha dureza, pero también lo mismo en humildad”.

Cerca de él se localiza Daniel Plascencia Delgado, el quinto y último de sus hijos y, al día de hoy, el Capitán heredero a General gracias a sus esfuerzos en la danza y a sus aptitudes de liderazgo. Su cuerpo es ancho, lleva el pelo recogido en una coleta, y sus diminutos shorts dejan ver las gruesas piernas que —asegura Daniel— son herencia de su padre. Rosendo cuenta que incluso, algunos conocen a su grupo como “la danza de los piernudos”.

También en una posición central se encuentra Efrén Plascencia Huerta, uno de los 12 nietos de Rosendo que se perfila como líder de su generación. Sólo el tiempo dirá si este chico de 22 años llega a ser General algún día, pues no es mucha la diferencia de edad con su tío Daniel, quien está cerca de cumplir los 35.

Efrén no tiene aun un nombramiento —ya que en la danza hay rangos, igual que en la milicia— pero se está preparando para merecerlo. Su abuelo el General, le ha dicho que su trabajo hasta el momento lo postula para algo grande, y esas palabras —dice— lo llenan de energía. “Yo le doy gracias a Dios que me haya gustado la danza”, asegura Efrén, porque “la danza es mi vida”.

Abuelo, hijo y nieto comparten el orgullo de haber comenzado a danzar desde que estaban en pañales. Las burlas de “personas ignorantes” —que no faltan— nunca han sido más fuertes que su fe en Dios y en la Virgen, y su pasión por mantener viva una tradición, que, afirma el General, es una obligación “por el simple hecho de ser mexicanos”.

En los cuerpos sudorosos que no han parado de moverse hace más de una hora, la expresión del rostro es de concentración. Efrén dice que el cansancio ni se siente, que es una sensación inexplicable; Daniel, que al danzar se vive una especie de transformación interior: “Al portar la chihuanda, al portar el vestido, al salir al círculo, yo me transformo. Por ahí dicen que se mete alguien: un espíritu de aquellos guerreros en nosotros”.

Al final de este ensayo se realiza un “cuadro plástico” —así lo llama el General Rosendo— donde se escenifican ciertos rituales indígenas como los combates o los sacrificios. Cuando suena el último tambor, Rosendo se asegura de reunir a los hombres y mujeres de todas las edades que conforman su grupo para hacerles saber que tienen la obligación de asistir a la junta del lunes por la noche, donde se afinarán los últimos detalles.

Escuchar “la palabra”

La puerta está siempre abierta en la casa del General Rosendo Plascencia, ubicada a unos cuantos metros del lugar de ensayo. Los que llegan al cuartel, como se le llama al espacio donde permanece La Generala, acostumbran a saludarla a ella primero. Se procura que en su altar siempre haya flores y la luz de al menos una veladora.

Además de la figura de la Virgen de Zapopan —un regalo que un danzante franciscano hizo al General, hace más de 30 años— abarrotan el pequeño cuarto otras imágenes que dan cuenta del sincretismo presente en la práctica dancística, en la que conviven los ritos prehispánicos con los símbolos de la religión católica: está en su cruz el señor de Chalma —con todo y penacho—, varias postales de Jesucristo, la Guadalupana, un conjunto escultórico de la sagrada familia, un calendario azteca, tambores de ornamento y varias fotos de los personajes más importantes en el linaje familiar; entre ellos, la de Juan Plascencia, el fallecido hermano de Rosendo que fundó el grupo que persiste hasta estos días.

Pero claro, dice Rosendo, en el cielo también hay rangos: “Primero es Dios y ya después es ella (la Virgen). Aunque yo siempre le pido a ella, porque cuando está uno chico se dirige primero con la mamá. Ella es lo máximo para mí, y lo más grande que hay”. Por otro lado está Cuauhtémoc, el último tlatoani azteca: “Yo quisiera que él fuera mi pariente de varias generaciones”, afirma el General, “yo siento que de ahí vengo, pero es intuición nomás”.

La noche del lunes comienzan a llegar los danzantes, vestidos de civiles, para escuchar “la palabra”.

—“Él es Dios”, dice Rosendo a manera de saludo, y así da inicio la reunión.

—“Él es Dios”, responden al tiempo todos los presentes.

La frase se utiliza además como afirmación, para pedir la palabra, o después de que se menciona a Dios o a la Virgen.

—“Mi padre siempre decía”, habla el General con voz pausada: “’Hijos, se está acercando la fiesta, y el demonio va a tratar de meter su colita’; entonces ustedes van a tratar de hacerlo a un lado para que los deje trabajar bien. Él no quiere que veneren a la Madre”.

—“Él es Dios”, irrumpen las voces de los danzantes.

—“Háganlo a un lado, quítense de cosas, háblense bien”, continúa el General.

Rosendo aprovecha para hacer llamadas de atención y prohibir rotundamente el consumo de alcohol cuando estén en el atrio de la Basílica de Zapopan; y el que no acate sus reglas corre el riesgo de ser expulsado de la danza. Después pasa la palabra a Daniel, el Capitán heredero, que utiliza un tono más conciliador para transmitir motivación al grupo:

—“Puede que el último día estén con dolor de piernas, y que muchos pierdan hasta el empleo, pero Dios socorre muchachos”.

—“Él es Dios”, responden a coro.

Una vez explicado el acomodo para el día de la Romería, y los horarios correspondientes, los danzantes entonan a todo pulmón el lema del Grupo Ritual Azteca Hermanos Plascencia: “¡Unión, conformidad, conquista, disciplina y danza!”.

Danzantes de noche

Durante el día, Daniel Plascencia trabaja de auxiliar contable en un despacho de contadores: “Si no trabajas no comes”, dice el Capitán, quien además debe responder por su hijo de cuatro años. “Mi prioridad es el trabajo y la danza es parte de mi vida, porque aquí nadie te regala nada”. Daniel no tuvo la oportunidad de hacer estudios universitarios; la contabilidad la aprendió hace poco, después de dedicarse por muchos años al oficio de vidriero.

Rosendo acabó apenas el segundo año de primaria, pero esto no le causa complejo alguno: “A mí pónganme a platicar con quien sea”, dice, “hasta con un licenciado”.  Desde muy chico, Rosendo comenzó a trabajar en un taller de ingeniería electromecánica. Después fundó su propio taller a un lado de su casa, y lo atendió él mismo durante 50 años. Ahora está de encargado su hijo Pablo, el padre de Efrén, quien también es Capitán danzante por las noches. Para ganarse algo de dinero, Rosendo compra aquí trajes aztecas y se los lleva Estados Unidos, a donde viaja cuatro veces por año para visitar los grupos de danza que lidera en San Diego y Oregon.

Efrén está por terminar el bachillerato semi-escolarizado, al que asiste temprano en las mañanas, y tiene intenciones de continuar sus estudios. Pero aún no se decide entre Mercadotecnia y Negocios Internacionales; entre la Universidad Enrique Díaz de León y la Universidad Azteca. “A veces no ocupas tanto el estudio, pero ahorita la situación es crítica y también hay que tener mayor conocimiento”, dice el joven, quien después de la escuela trabaja como chofer en una imprenta.

A diferencia de las dos primeras generaciones, Efrén y sus primos ya son usuarios activos de internet; en su cuenta de Facebook tiene algunas fotos con su vestuario de danzante azteca, otras con su equipo de futbol, y otras más de viajes con amigos. La red también le ha servido al nieto de Rosendo para bajar alabanzas a su reprodcutor MP3 e investigar sobre su historia y su cultura. Una de las últimas búsquedas que hizo —cuenta— fue acerca del Penacho de Moctezuma, “que está en no sé qué país, en un museo (...) y sentí impotencia porque es algo muy preciado para nosotros”.

La gran fiesta

Como muchos otros, el grupo del General Rosendo Plascencia inicia la fiesta de la Romería desde el 11 de octubre. Esa noche se hace una velación en el cuartel, donde se cantan alabanzas a la Virgen y se le pide permiso para salir a danzar.

El General advirtió en la junta que para el día 12, los quiere a todos ya vestidos a las 5:00 de la mañana, y él siempre ha sido en extremo puntual; salvo una vez —recuerda—  cuando se le descompuso el reloj.  De ahí caminarán hasta la Avenida Alcalde, donde ya tienen asignado su lugar de acuerdo al sorteo realizado previamente por los frailes franciscanos, quienes se encargan de organizar a los más de 300 grupos danzantes de la Zona Metropolitana y el resto del país.

Algunos son también de la tradición azteca, como el grupo de los Plascencia; pero hay diversos tipos de danzantes, como explica la doctora en Antropología Social, especialista en el tema,  Renée de la Torre: los grupos de Conquista, que escenifican las batallas entre españoles e indios; las danzas indígenas autóctonas, como los tuxpenses y matachines; los lanceros y sonajeros, que recrean la estética de los indios de Norte América; y las danzas prehispánicas de la corriente de la mexicanidad.

Para Daniel Plascencia, son simplemente diferentes maneras de nombrar a la divinidad: “Hay quien adora a la madre Tierra, yo digo la Virgen María. Ellos dicen el Creador, el Sol, el Gran Espíritu, yo digo Dios; y no me causa ningún problema compartir con una persona que tiene otras creencias a la mías. A fin de cuentas hacemos la misma oración, la misma danza y va dirigida hacia un ser supremo”.

Más de dos millones de peregrinos acompañarán ese día —como ya es tradición— a la Virgen viajera hasta su casa, la Basílica de Zapopan, pues desde mayo ha estado de visita en 172 parroquias de toda la ciudad.

Es un día de fiesta, y no hay por qué escatimar. Los Plascencia acostumbran a estrenar un traje cada año, pues como dice Efrén que dice su papá: “Cuando vienen unos 15 años o una boda, todo el mundo estrena, y esta también es nuestra fiesta, la fiesta de la Virgen”. Pero tampoco es exigencia, y como advierten los tres líderes de su generación, nadie es más ni menos por tener muchas o pocas plumas. Algunos, dice Rosendo, pueden llegar a gastar hasta 50 mil pesos.

“Hay personas que tienen dinero para comprarse su traje de oro, otros que ni siquiera de manta o de yute”, dice el General. Pero eso no importa y tampoco importa que no sepan danzar, “porque la Virgen no va a decir ‘mira, si no sabes danzar no vas a entrar a la danza’; ni yo tampoco. Aquí lo que importa es que entregues esto”, y se da un par de palmadas en el pecho. “Que lo hagas de veras con el corazón”.

PEREGRINACIÓN

11 kilómetros

La Virgen de Zapopan es también conocida como la pacificadora, ya que logró que los indios caxcanes, que en 1540 luchaban contra la invasión española, se rindieran ante ella en la guerra del Mixtón. Iniciaría después la evangelización y castellanización por los frailes españoles.

En 1653, la imagen de la Zapopana fue considerada milagrosa, y su devoción se extendió entre españoles, criollos y mestizos. La peregrinación de 11 kilómetros, de la Catedral de Guadalajara a la Basílica de Zapopan, se ha mantenido vigente a lo largo de casi tres siglos.

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