GUADALAJARA, JALISCO (11/SEP/2016).- ltimamente, el modelo de familia (ya sea único y excluyente, como quieren los conservadores, o múltiple, como preferimos algunos que esperamos ser un poco menos cavernarios) ha sido materia de discusión a gran escala en el país. Este texto no pretende entrarle a ese toro, sino, simplemente, anotar varias de las inconveniencias que todas las familias, las dizque “naturales” y las demás, pasan, y que desmienten, o al menos matizan, el imperativo categórico de que no hay mejor espacio humano para desarrollarse que la familia.Veamos. Desde Caín, Abel y la quijada de burro (que no está en la Biblia pero sí en el folclore), queda claro que hay hermanos que no se tienen demasiada estima que digamos. Y, sin embargo, en una familia los vemos conviviendo y odiándose en silencio, o a berridos, amarrados por un lazo que excede al que cualquier oficina, escuela, vecindad o necesidad podría imponer. De acuerdo con que existen hermanos que son almas gemelas y que abundan también los que se quieren a pesar de sus diferencias, sí. Pero los que se detestan no es que sean escasos. ¿Cuántos pleitos delirantes entre hermanos conocen? Yo sé de varios, incluyendo el caso de las pérfidas hermanas de un conocido, que llevan años empeñadas en arrebatarle su casa y en arruinarle el negocio y que han recurrido a trucos dignos del Coyote (sí, el que persigue al Correcaminos) como denunciarlo por conspiración o delatarlo como espía ante el Ejército. ¿Y cuántos hermanitos con cara de buenos resultan unas cobras cuando se trata de disputar la herencia? Deben de ser miles.Un amigo, que se dedica a la investigación sociológica, tiene la teoría de que el descenso en la natalidad nacional acabará, a la larga, con el problema, porque pocos padres del futuro querrán darse el lujo de tener más de un hijo. Pero entre que esa perspectiva apocalíptica se cumple (o no), el hecho es que hay millones de hermanos trenzados en pleitos desastrosos, aquí y ahora.¿Y qué decir de esos miles de personas que tienen un anecdotario completo sobre padres o madres badulaques y desobligados que los maltrataron, vejaron, oprimieron o frustraron de mil modos diversos y malvados? ¿Qué de aquellos que fueron negados, relegados o hasta vendidos? ¿Nos hemos olvidado de las añejas tradiciones de “exponer” (es decir, abandonar en la calle o en un templo) a los niños, presentes en buena parte de las culturas mundiales, incluida la cristiana?Bueno, pues la familia también es todo eso.Y mejor no hablar siquiera de los parentescos políticos. No dudo que haya quien sienta que el cielo lo bendijo con su provisión de cuñados, suegros, yernos, etcétera. O quien (yo soy de esos), se sienta más que razonablemente satisfecho con la suerte que le tocó al respecto. Pero son más, me temo, los que no pueden verlos ni en pintura y están rogando por el día en que puedan librarse de todos. No habría tantos chistes sobre suegras (y anécdotas terroríficas de suegros) si no yaciera allí una herida social profunda.¿De qué hablamos cuando hablamos de “familia natural”? ¿De los atenienses ricos, que mandaban a los hijos varones al gineceo, al cuidado de las mujeres, para no encariñarse con ellos si morían siendo muy pequeños? ¿De los espartanos, que los criaban colectivamente en academias militares? ¿De nuestros aristócratas de tres al cuarto, allá en sus colonias amuralladas, cuyos hijos son criados por el servicio doméstico? ¿De las que arreglan matrimonios? ¿De las que reniegan de los hijos que no comparten sus ideas? Naturalmente que no: hablamos de una idealización, de una familia feliz y perfecta que, me temo, solo existe en los catálogos de ropa otoño-invierno.