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Como Mosca en parabrisas

Previamente. En el ataúd donde se suponía tenía que estar el cadáver de la viuda de Lafitte no había nada. Manuel, el director del periódico contó a su amigo Mike que las autoridades investigan a su madre, creen que fingió su muerte y la relacionan con el fallecimiento de sus ex maridos. Manuel duda de la inocencia de su amigo en el caso.

Por: EL INFORMADOR

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GUADALAJARA, JALISCO (13/MAY/2012).- De Eduardo Herrera se podía decir cualquier cosa menos que fuera normal. Manuel lo había conocido años atrás en un bar de jazz, una afición que ambos compartían y que en Guadalajara era un mundo tan reducido y redundante que no había manera de que dos aficionados al swing y al ritmo sincopado no se encontraran. Comenzaron hablando de jazz, el jazz los llevó a Cortázar, Cortázar a Borges, Borges a Eco y así noche a noche fueron tejiendo complicidades y una admiración y respeto mutuo al grado que aquello llegó a parecerse a una amistad sincera.

En efecto, con nadie le gustaba tanto a Manuel hablar de periodismo como con Eduardo, porque sabía que en aquella cabeza formada en el aislamiento nocturno iba a encontrar cuestionamientos radicales, enfoques distintos, ideas frescas y no la misma cantaleta de sus colegas monotemáticos que habían hecho de la libertad de expresión una creencia y del periodismo una religión: los periodistas siempre están buscando la tierra prometida, el paraíso sin restricciones; creen en la Verdad, con mayúsculas, como las beatas creen en los santos, y adoran a los mártires de la libertad de expresión con la misma con fe ciega con la que se venera a los cristeros. Para colmo, a los periodistas les encanta hacer asociaciones donde se dedicaban a los elogios mutuos y al sufrimiento compartido, nada distinto a los grupos de Hijas de María a las que asistían su madre y su abuela en San Pío y en San Felipe Neri, respectivamente.

El periodismo es el arte de convertir la ambigua realidad en verdad absoluta, había dicho una noche whisquera Eduardo. Desde ese momento Manuel supo que había encontrado al amigo-sparring que necesitaba, alguien con quién sincerarse. El departamento de Eduardo se convirtió en un lugar en el que se podía contradecir sin provocar un crisis de autoridad en la sala de redacción; un espacio donde las creencias podían ser gelatinosas y mutantes, como en efecto lo eran, y no ese conjunto de ataduras con las que se tenía que presentar ante los políticos y empresarios para parecer serio y respetable; un recoveco en el mundo donde la duda era más apreciada que la certeza.

El departamento de Eduardo era en realidad un estudio con cama, cocineta y baño. Reinaba un impecable desorden: todo estaba tirado, pero tirado en su lugar. En un rincón tenía un tapete con cojines aventados en el suelo que hacían la vez de sala, dormitorio y cuarto de música, dependiendo la hora y la compañía. Aunque a decir verdad el dormitorio era el clóset, donde Eduardo solía roncar durante el día en una almohada y un viejo saco de dormir que guardaban el registro de todos los olores de Eduardo de varios años.

—Llegas temprano, apenas son las dos.

—¿Cómo estás?

Dijo Manuel mostrando la botella de whisky Glenlivet a manera salvo conducto.

Eduardo tomó la botella y se dirigió a la cocineta de donde sacó dos vasos old fashion y un plato sopero que llenó de hielos. Puso todo sobre el tapete en el rincón de los cojines.

—Cuéntame, ¿qué hay de nuevo allá afuera? o por lo menos, qué dicen los periodistas que hay de nuevo.

—Las mismas burradas de siempre, nada que merezca la pena levantarse temprano, así que no te preocupes, tú sigue viviendo de noche, que de día el mundo no vale la pena.

—He estado leyendo el asunto de la mamá de Mike, la Viuda Negra, como lo bautizaron ustedes. Es un novelón.

—Es un problemón.

—Estás implicado hasta la coronilla, ¿verdad?

—¿Tan obvio es?

—Por lo que he leído, el periódico, y supongo que tú también, están convencidos de que la señora mató a sus maridos para cobrar los seguros y luego se hizo pasar por muerta para cobrar otro seguro y darse a la fuga con todo el dinero ¿no es cierto?    

—Sí, así es.

—Pero nunca han rastreado el dinero, es decir, no sabes si efectivamente la señora se quedó con todo o haya más gente metida en esto.

—Estamos investigando quién más en Chapala podría estar involucrado, pero hasta ahora no tenemos nada.

—Hay tres cosas que no se pueden ocultar: lo imbécil, el embarazo y el dinero. Tú mejor que nadie, sabes si a la familia se le notó el dinero. Dos y medio millones de dólares se le notan a leguas al 98% de los mexicanos.

—Así que tú digas, cómo se les notaba, ciertamente no. Pero a lo mejor lo escondieron.

—A lo mejor. Siempre cabe la posibilidad de que exista gente inteligente, pero no es lo común. El gran problema de los delincuentes es que dedican mucho tiempo a pensar cómo obtener el botín y muy poco tiempo a pensar cómo gastarlo. Salvo que estemos ante una caso de mentes muy perversas, yo no recuerdo que a Mike se le haya notado mucho dinero, pero tú lo conoces más. Yo sólo le veía de vez en vez, cuando te acompañaba al Copenhagen a oír jazz.

—Ciertamente no, y menos ahora.

—¿Dónde está el dinero Manuel? Esa es la pregunta. Me extraña que una araña suba por las escaleras. Estás embobado por la anécdota, o lo que es lo mismo estás pensando como reportero de nota roja y como amigo de Mike, no como un periodista inteligente.

—¿Me estás diciendo que a Mike no se le nota el dinero pero a mí sí se me nota lo imbécil?

—Un poco sí, contestó Eduardo con su sonrisa sarcástica. La realidad sólo te contesta lo que le preguntas. Mientras sigas preguntando por los muertos te va a responder con cadáveres. Eso déjaselo a tu reportero de nota roja que, además, lo hace mucho mejor que tú. Tú pregunta por el dinero, por las motivaciones, por la perversidad humana.

El silencio fue largo. A Manuel le acababan de decir que era un idiota y sin embrago se sentía feliz. Estaba encantado de tener a alguien que pudiera restregarle en la cara sus errores sin que lo juzgara, sin que le hiciera daño. Al contrario. Tenía que repensar el caso desde el principio, quitarse los prejuicios. Por suerte había whisky suficiente para lubricar las neuronas.

Continuará...

Tapatío

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