De acuerdo con la investigadora de la Facultad de Medicina y especialista del Departamento de Fisiología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), creció la incidencia en menores de 40 años que acuden a las asociaciones civiles en busca de ayuda. Aunque en el país no existen estadísticas en torno al número total de enfermos de Parkinson, la segunda condición neurodegenerativa más frecuente en el mundo, en general este mal afecta alrededor del tres por ciento de la población mayor a 65 años. Vergara Aragón apuntó que quizá la presencia de la enfermedad en etapas tempranas podría vincularse a factores ambientales como la exposición a plaguicidas, el consumo de drogas y algunas actividades de alto riesgo como el boxeo. El Parkinson es una afección neurodegenerativa crónica en la que hay una pérdida sustancial de neuronas dopaminérgicas a nivel de la sustancia nigra, y se expresa con alteraciones de los movimientos y de la expresión de las emociones del individuo. Además, inicia con síntomas difusos como la pérdida del olfato y temblor o rigidez unilateral que con el paso del tiempo avanza y se torna bilateral. Sin embargo, estos síntomas pueden pasar inadvertidos o se les resta importancia. Al morir el 80 por ciento de las neuronas dopaminérgicas las alteraciones son más evidentes y es cuando se acude al médico. En ese proceso transcurren al menos cinco años, para entonces ya aparecen síntomas motores como lentitud, temblor, rigidez, inestabilidad postural, pérdida del equilibrio, dificultad para caminar, alteraciones en la expresión, dificultades en la deglución, estreñimiento, depresión y trastornos del sueño. Vergara Aragón subrayó que el factor emocional tiene un papel fundamental en la disminución de los síntomas, pues las muestras de afecto permiten a los enfermos liberar dopamina, neurotransmisor que participa en el control de movimientos, estado de ánimo, memoria y aprendizaje, lo que les brinda una mejoría en su salud. La especialista indicó que este padecimiento representa un reto para la ciencia, porque a dos siglos de que se describió, aún no existe un tratamiento específico que lo cure y tampoco se conocen todos los mecanismos que la provocan.