Lunes, 02 de Diciembre 2024
México | Por Vicente Bello

Tren parlamentario

La marca de Diego

Por: EL INFORMADOR

La Cámara de Senadores estrenó su nuevo edificio con la reforma a diversos artículos de la Ley de Desarrollo Sustentable de la Caña de Azúcar. Pero lo hizo marcado por la improvisación y las prisas: su tablero electrónico  ultramoderno, que equiparaban la víspera con el utilizado por Naciones Unidas permitía registrar incluso el voto de senadores que no estaban presentes.

Era un recinto que olía a madera colocada y a pintura fresca. Y sus pisos marmóreos destellaban al contacto con los rayos fuertísimos del sol.  De los 128 senadores que integran el Pleno, sólo 111 registraron al inicio su asistencia.

Expectante inicio, sin duda, porque  contrario a la tradición que había resellado el Senado en Xicoténcatl, su ahora antigua sede,  en este nuevo conglomerado de edificios senatoriales sólo podrán ingresar al Pleno los senadores que también acepten ser credencializados con el registro de las huellas de sus 10 dedos de las manos y con el registro del iris.

Al menos ayer, senadores hubo, como la priista María de los Ángeles Moreno Uriegas, que observaron que el recinto plenario era tan relumbroso como frío. E inacabado evidentemente, porque en los márgenes de los escaños (así se les llama a las sillas donde se atornillan los senadores) gente con martillos, pinzas y otras herramientas permanecían allí, a los estribos del tablero inmenso que han estrenado.

Y más allá del recinto frío, los albañiles, pintores y herreros seguían siendo los dueños de patios, pasillos y oficinas.

Entre todos esos senadores, había un rostro evocado aquí, allá, y más allá. Era el de Diego Fernández de Cevallos, el hombre fundamental que el Partido Acción Nacional tuvo en el Senado de la República en las pasadas LVIII y LIX legislaturas.

Las legislaturas en que fue tomada la decisión de  comprar los edificios y casas para derruirlos y construir allí el nuevo palacio legislativo de marras.
Y cómo no iba a ser recordado en los pasillos, patios, y en cuanta oficina inauguraban ahí, si  Diego fue el senador que decidió dónde, cómo y a partir de cuándo tenía que ser el edificio senatorial.

Su brillantez arquitectónica contrasta sin duda con las construcciones vecinas, la mayoría edificios de vista sólida, pero algunos ya descarapelados; incluso cuando están en lo que se conoce como la esquina más famosa de la ciudad de México: la de Paseo de la Reforma y la de Avenida de los Insurgentes.
Afuera, los comercios –bancos, escuelas de inglés, una de negocios y muchos de comida rápida– no saben aún si agradecerles la llegada o lamentarlo, porque  es de presumir que ese paso se convertirá en algo así como un estadio de manifestaciones. Y entonces la ciudad sabrá lo que es canela.

Claro, no todos estarían preocupados, porque por allí se pueden llegar al oasis que más de un senador suele buscar al término de sus siempre agotadoras jornadas legislativas.

Verbigracia: de allí, en coche, se está a tres minutos del Tenampa, la cantina más lujosa de la Ciudad de México; o a cinco minutos caminando de La Polar, aquella cervecería  caracterizada por la botana adonde suelen departir tirios y troyanos, al término de más de una batalla parlamentaria.
Pero es el primer día. Un día histórico. La inauguración de un edificio que ha relevado al de Xicoténcatl tras 80 años de funcionamiento. Ayer se ha recordado también cómo en 1982, cuando se inauguró la sede de la Cámara de Diputados, en San Lázaro, también tenían que haber ido allí –porque se les había apartado espacio para ello– los senadores, que entonces no eran ni 128, ni 96, sino 64.

En San Lázaro, se le conoció desde entonces a su conglomerado de ocho edificios como el Palacio Legislativo de San Lázaro, por la simple y sencilla razón de que  ahí tenía que ser el asiento de diputados y senadores.

Pero éstos, desde siempre, lo rechazaron. ¿Cómo, si siempre los adocenados, acartonados y muchos de ellos bastante apergaminados senadores se iban a colocar al nivel de los diputados, cuando muchos de éstos sólo son oficiantes de la política en el nivel de principiantes?

Toda la década de los 80, toda la de los 90 y desde el principio de ésta que ha sido la primera del siglo XXI, en el Senado de la República  se escucharon los ecos de voces que insistían en que la Cámara tenía que tener su propia sede.

Estaba bien que la Constitución los tildaba de representantes de la Nación, pero en los hechos no era para tanto: tenían que diferenciarse de aquellos, aun cuando por ninguna esquina de la Constitución se les refiere como representantes de los estados.

Por analogía, se les ha encasillado en el mismo casillero que a los diputados: según el 51 constitucional son representantes de la Nación.

Y entonces vino al Senado uno de los hombres más acartonados, rancios y barrocos de que se tenga memoria: Diego. Y, poderoso hasta el tuétano, hizo que el Senado iniciara la construcción de su nueva sede, que ayer se le inauguraba a medias.

En los cuatro años de construcción, el Senado se distingue por la turbiedad con que se han manejado los dineros. Van alrededor de dos mil 600 millones de pesos gastados y, públicamente, no se ha dado a conocer el detalle de su aplicación. 

Sesionarán hoy por segunda vez. Prometía el presidente de la sesión ordinaria en turno que el tablero funcionará como debe.

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