Viernes, 22 de Noviembre 2024
México | Análisis

Las empresas no tienen la culpa

Por Álvaro de Garay (Director EGADE Business School, Tec de Monterrey Santa Fe)

Por: EL INFORMADOR

Hace unos días Denise Dresser publicó un artículo sobre los monopolios y oligopolios en México. Lo tituló “Yo, Naranja” argumentando que los monopolios exprimen como naranjas a los consumidores en México.

En su artículo da nombres y apellidos de los hombres más ricos de México a quienes presenta como los responsables de las prácticas monopólicas de las empresas de las que son propietarios. Diversas personas con las que he hablado consideran que las críticas son merecidas y justas. En mi opinión, sin embargo, el diagnóstico del problema es incorrecto. La presencia de estructuras monopólicas y oligopólicas en la economía es resultado de la interacción de factores económicos, políticos y legales. Los empresarios no crean las condiciones del entorno ni tampoco las reglas del juego, lo que hacen es operar sus negocios en el marco de las restricciones existentes, sean estas severas o laxas, justas o injustas.

La presencia de monopolios y oligopolios es un fenómeno económico mundial determinado básicamente por dos factores: el nivel de inversión sectorial y las barreras —legales y políticas— que impiden el ingreso de nuevos participantes a una industria. Un análisis de la estructura de los mercados en países como Brasil, Argentina o Colombia nos revela que la existencia de monopolios y oligopolios es tanto o más prevalente que en México. Y en muchos casos las grandes compañías en estos países son también propiedad de empresarios muy poderosos. Pero incluso en países desarrollados como Estados Unidos se observa la presencia de oligopolios muy fuertes. Tal es el caso de la industria bancaria en la que sólo 10 bancos controlan más de 50% de los activos financieros. Además esta concentración ha ido en aumentado en los últimos 20 años. En 1990 la concentración de activos financieros en estos 10 bancos no llegaba a 10 por ciento. Ésta es la razón principal por la cual los gobiernos de Estados Unidos y algunos países europeos han tenido que rescatarlos en la reciente crisis financiera. El argumento es que son “demasiado grandes” para dejarlos quebrar.

La primera condición, necesaria más no suficiente, para combatir los monopolios y oligopolios (cuando éstos se coordinan en perjuicio de los consumidores) es tener leyes, leyes que tengan sentido en función de las necesidades del país, pero además a través de su aplicación efectiva, por ejemplo, estableciendo sanciones efectivas para desalentar prácticas monopólicas. En este sentido se puede considerar un paso importante en la dirección correcta que el Presidente Calderón haya enviado al Congreso una iniciativa para dar a la Comisión Federal de Competencia autoridad para aplicar sanciones más severas a las empresas que incurran en prácticas monopólicas. La referida iniciativa contiene además otras disposiciones que igualmente dan a la Comisión más poderes para ejercer sus funciones de supervisión. Algunos analistas han expresado la preocupación de que la medida puede resultar perjudicial porque al dar tanto poder a la CFC ésta se puede convertir en una entidad inquisitorial que aplique sus criterios de manera parcial sin prestar oídos a los argumentos de los sancionados. Si este fuera el caso se puede considerar la idea que algunos han sugerido de crear un tribunal que pueda mediar entre las partes.

Igualmente importante es tener programas de fomento a la inversión nacional y extranjera para elevar el nivel de inversión y el número de competidores en una industria. Países como China e India modificaron el marco legal local para permitir y elevar la inversión extranjera en diversos sectores que en su momento consideraron estratégicos.

Además de esto crearon la infraestructura y las condiciones para que las nuevas empresas se pudieran instalar y operar de manera eficiente. Los resultados más notables de estas políticas han sido el crecimiento sostenido y acelerado de sus economías y la disminución de la pobreza, sobre todo en zonas rurales.

Muchas veces también lo que falta es voluntad política para remover los múltiples obstáculos que yacen en el camino para transformar y modernizar la estructura industrial de una economía. Un ejemplo perfecto de esto es el sector energético. En este sector la joya de la corona es Pemex, un monopolio que le cuesta mucho a la industria nacional. La paraestatal requiere enormes inversiones para seguir generando riqueza para los mexicanos, pero nuestras leyes no lo permiten. ¿Por qué no?

Porque, paradójicamente, Pemex “es de todos los mexicanos”, o al menos eso se dice. El resultado natural de esta situación son los sindicatos corruptos, las mega burocracias, la improductividad, la ineficiencia y la pérdida de competitividad. Por cierto otro de los efectos es que importamos más de 40% de la gasolina que consumimos, pagamos menos de lo que se paga en otros países por el mismo litro de gasolina y contaminamos de manera irresponsable el medio ambiente. A pesar de todo, la reforma energética siempre tiene opositores.

En resumen, el tema central de la discusión no son las personas o las empresas que incurren en prácticas monopólicas sino los factores que dan lugar a tales prácticas. Lo que necesitamos en México son incentivos a la inversión y leyes que fomenten la competencia en beneficio de consumidores y productores.

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