De frente y de perfil

Durante muchos años la entonces oposición cuestionó los métodos usados por el PRI y el amasiato sostenido entre el partido gobernante y el Presidente de la República, surgido de las filas de este partido.

La argumentación era válida, ya que existían grandes lazos afectivos entre partido y Gobierno, con un Presidente de la República convertido en el primer priista del país.

El descalabro electoral de 1988 y la necesidad de legitimación de Carlos Salinas de Gortari llevaron a un intento de sana distancia entre el Ejecutivo federal y el partido, aunque solamente fue en el papel y el Presidente Salinas ejerció un férreo control del partido, designando hasta dos candidatos presidenciales y dejando en claro su dominio con aquella frase de “no se hagan bolas”.

La llegada de un partido opositor al PRI a la Presidencia de la República creó expectativas de un cambio radical en la viciada relación sostenida entre partido y Presidente, pues se trataba de uno de los principales reclamos de los partidos minoritarios hacia el gobernante.
Algo que en el terreno de los reproches parecía fácil de ejecutar y que un partido con más de 60 años esperando llegar al poder podría realizar en forma sencilla, fue, simplemente olvidado.

Vicente Fox Quesada, primero y Felipe Calderón Hinojosa, después, aprovecharon esa inercia que traía el PRI en la relación partido-Gobierno, para mantenerla vigente.

El PAN decidió que una de sus prioridades sería mantener al partido bajo la tutela presidencial, sin importar los viejos reclamos, ni muchos menos las promesas de campaña, ni los reproches del pasado.

Espino Barrientos se desempeñaba como secretario general del CEN del PAN bajo la presidencia de Luis Felipe Bravo Mena y nadie apostaba un centavo a su favor.

Carlos Medina Plascencia, el eterno perdedor, había logrado conciliar una serie de respaldos que permitirían, supuestamente, unificar los enfrentados grupos internos, por lo que otros aspirantes a la presidencia del Comité Ejecutivo Nacional decidieron retirarse de la contienda.

Nunca imaginaron ni Medina Plascencia ni sus promotores, entre ellos Felipe Calderón Hinojosa, la capacidad de movilización y convencimiento por parte de Marta Sahagún Jiménez y los operadores de Los Pinos para cambiar el escenario que favorecía hasta ese momento al primer gobernador de oposición surgido por el método de la concertacesión y elevar al rezagado Espino Barrientos a la categoría de dirigente nacional.

En esta ocasión, la designación-elección de Germán Martínez Cázares fue más notoria y la injerencia de Los Pinos se advirtió desde el momento en que el nuevo dirigente nacional del partido fue sacado del propio gabinete presidencial, una práctica que los priistas habían dejado en el olvido, desde los lejanos tiempos de Miguel de la Madrid y repetido el esquema brevemente con Ernesto Zedillo.

La historia se mantuvo a la inversa, con una serie de personajes que saltaron de la presidencia nacional del PRI al gabinete presidencial como fueron los casos de Luis Donaldo Colosio, Genaro Borrego Estrada, Ignacio Pichardo Pagaza, Santiago Oñate Laborde, Mariano Palacios Alcocer y José Antonio González Fernández, entre otros.

Este viejo esquema parece retomarlo también el PAN, con la nueva asignación preparada para Martínez Cázares.

Las viejas prácticas del PRI, ésas que el partido tricolor dice haber dejado atrás, son vistas como panacea por el nuevo partido gobernante que abreva de teorías y métodos del pasado, mostrando que una cosa es la prédica y otra la práctica.

La postulación de César Nava Vázquez como candidato único a la presidencia nacional del PAN es otra evidencia de la cercana y maleable relación que se estableció entre partido y Gobierno desde el arribo de un militante de Acción Nacional a Los Pinos.

El generar molestia entre un importante número de consejeros y provocar protestas nada aisladas es una prueba fehaciente del regreso de las viejas prácticas del PRI, aunque ahora pintado de azul.

RAMÓN ZURITA SAHAGÚN / Periodista.
Correo electrrónico: ramonzurita44@hotmail.com