Martes, 26 de Noviembre 2024
Jalisco | Por primera vez en nuestra existencia somos más los habitantes urbanos que los rurales

La altura de la ocasión

Por primera vez en nuestra existencia somos más los habitantes urbanos que los rurales

Por: EL INFORMADOR

Desde siempre, las comunidades humanas han sido principalmente rurales; extendidas a lo largo de los ríos, los montes, los valles. Cazando por aquí, cultivando por allá, talando acullá.

A lo largo del tiempo, los habitantes citadinos han sido la minoría demográfica. Ahora, sin embargo, se calcula que los humanos hemos pasado por nuestro parteaguas histórico: por primera vez en nuestra existencia somos más los habitantes urbanos que los rurales. Las implicaciones apenas están siendo vislumbradas por los estudiosos, los quejosos y los oportunistas. Lo que todos tienen claro es que hemos cruzado un umbral hacia incertidumbres y desafíos en el gran experimento humano. Algunos atinan mientras otros fracasan.

Después de miles de años aletargados, las últimas décadas se han marcado notablemente por el acelerado y desigual crecimiento de las manchas urbanas. Mientras que la ciudad de Nueva York, por ejemplo, tardó 150 años para aumentar su población en ocho millones de habitantes; la ciudad de Dhaka, capital de Bangladesh, la ha rebasado en tan sólo 12 años, con efectos desastrosos.

Muchas ciudades sufren, además de sus dolores del crecimiento apresurado, una condena irredimible por hacerlo mal, por haberse convertido en espacios desordenados, caóticos, descuidados, ineficientes y peligrosos. El caso de la ciudad de Guadalajara, además de no escaparse de este maleficio, se está volviendo un ejemplo claro del crecimiento falaz y deforme; y de cómo ocurre el desquicio urbano. Quizás a pesar de poder salvarlo.

Seguidamente se nos recuerda que nuestra ciudad se descarriló a raíz del éxodo que provocó el gran temblor del año 1985 en la Ciudad de México, cuyo principal efecto fue detonar el desmoronamiento del régimen centralista que acaparaba la riqueza nacional y el poder del país en el tumor macrocéfalo capitalino. Aquí fuimos los primeros en sufrir esa metástasis del cáncer urbano que se inició en el Valle de México. Y nuestro crecimiento desordenado continúa su modo a pesar de tantos fracasos.

Así es que en las últimas dos décadas, a Guadalajara le llegó otro aire de progreso sumándose al fenómeno mundial más de moda: la urbanización contumaz. Se manifestó aquí con sus nuevos símbolos de la modernidad global: el tren eléctrico urbano, la Expo, la Feria Internacional del Libro, el World Trade Center, los clústers tecnológicos y otros sueños más, incluyendo los cotos y los fraccionamientos que desbancaron a las colonias y a los barrios.

Anteriormente, el progreso la había perturbado a mediados del siglo pasado, cuando se manifestó en la obsesión por tirar los vestigios coloniales de la ciudad desgajando el Centro Histórico y abriendo la preferencia a los arroyos de coches, levantando avenidas y entubando los arroyos de agua. El origen de muchos de nuestros problemas actuales se encuentra en las soluciones planteadas entonces.

Fue tal la maldición que nos cayó por malhechos, que la ciudad literalmente explotó a los pocos años. Su fibra de liderazgo social y político también se vio gravemente rasgada y rebasada, condición de la cual no se ha podido recuperar.

¿Y del proyecto de ciudad? En la desgracia se perdió su mapa, su brújula y visión.

Nuevamente, la ciudad se ha topado con otra coyuntura para intentar hacerse.

Suficientemente se han señalado las grandes oportunidades que trae consigo ser la sede de los Juegos Panamericanos de 2011. Sin embargo, las voces pensantes ya advierten con lamentos que no se han aprovechado bien el tiempo y la voluntad, porque la miopía de los funcionarios públicos y la clase política no dio, otra vez, para ver más allá de sus propias aprensiones, ni para estar a la altura de la ocasión.

Sobre la faz de nuestro planeta, si hay algo que nos distingue a los seres humanos de los demás organismos, es la huella impresa que dejamos transformando los campos y edificando las ciudades. No es el alma que nos desiguala entre animales y plantas, sino nuestro actuar sobre el mundo. Y no hay mayor muestra de esto que las ciudades que erguimos.

Se dice que también nos distingue a los humanos ser el único animal que comete el mismo error dos veces. Aquí estamos por repetirlo otra vez más: no vemos las oportunidades al estar cegados por nuestros propios caprichos; y distraídos por nuestras propias necedades ocurrentes.

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