Jalisco | El último grito La Crónica Negra Por: Javier Espinosa Valdespino Por: EL INFORMADOR 27 de septiembre de 2009 - 05:00 hs Esa mañana de septiembre, entre la densa bruma que se acumuló en su mirada, se asomaba insistentemente la idea que pudo perfilar nítidamente sólo al enfocar su vista hacia la cochera de la casa corroída ya por el fuego, preñada de ceniza y atascada del olor que la devolvía al recuerdo que parecía presionarle la garganta y el pecho, como si a través del llanto pudiera exorcizar aquel crudo sentimiento que hasta ahora la sigue atormentando. Todos, excepto ella, habían muerto. “Todos”, habían festejado el 15 de Septiembre unas horas antes; las últimas de su vida. Cenaron, bebieron, y compartieron anécdotas, contaron chistes y chismes de una familia reconocida por los vecinos como “muy unida”. Los niños, primos hermanos todos, jugaban en la calle con los amigos del barrio, mientras los adultos, preocupados en ocasiones, interrumpían intermitentemente la conversación para arrearlos de nueva cuenta hacia la seguridad que en ese momento irradiaba la casa. Se trataba de casi toda la familia Loreto, que cada pretexto para ausentarse a las responsabilidades laborales, como el Día del Grito, Navidad, Año Nuevo o Semana Santa, se reunía en el número 348 de la calle Anáhuac, entre Sabres y Libertad, en el Municipio de Zapopan, dentro del perímetro del Centro Histórico, y lugar que vio crecer a los papás de los niños que esa noche realizaban las últimas travesuras que les permitiría el destino, o de manera más exacta: el sistema de suministro eléctrico. El convivio acabó más temprano que de costumbre. A las tres de la mañana parecía haberse agotado la conversación entre hermanos que inició la tarde del día anterior. “Los niños se fueron a dormir juntos”, en una casa que en la planta baja, contigua a la sala en donde se dio la convivencia, había una cochera que se utilizaba como bodega para una tienda de dulces y piñatas, a lado de la finca de dos niveles, cuatro cuartos y un amplio patio, herencia familiar, y compartida por todos para ocasiones como la celebración que los congregó la madrugada del 16 de Septiembre. De este modo, los hermanitos Karina, de 10 años de edad, Reyes, de 12 años, y Abril, de dos, los tres de apellidos Loreto Rizo, y su padre, Alejandro Rizo, de 40 años; además de Betsabé, de ocho años y Denis, de 16 años, de apellidos Mariscal Loreto, y su madre, Belén Loreto Bañuelos, de 40 años, durmieron juntos, pero no pudieron ver juntos el último amanecer de sus vidas. Junto a los visitantes a la vivienda, Francisco Ayón Loreto, de nueve años y Alfonso Curiel Loreto, de 11 años de edad. Al estar dormidos, un inoportuno desperfecto en los sistemas de electricidad provocó un chispazo que inició a consumir los muebles de la parte baja, expulsando el fuego a su paso, cantidades de monóxido de carbono que –según el peritaje del Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses (IJCF) que presentó, Ezequiel Méndez Calvillo– fueron suficientes para intoxicar a los inquilinos sin que se percataran de que, en los momentos de mayor furia del incendió, la temperatura al interior de la vivienda ascendió a los mil 300 grados centígrados en la parte baja, y arriba, 400 grados. Los vecinos de enfrente de la vivienda, –aseguran los propietarios de tres fincas: “esperemos a que lleguen los recibos telefónicos si no nos creen”, sentencian– observaron las llamas cuando éstas no habían cubierto toda la casa y marcaron al número de emergencias 066, sin embargo, al otro lado de la línea, nunca hubo un operador que procesara la llamada de auxilio. “Salimos a la calle, con cubetas con agua, arrojábamos todos los vecinos que nos dimos cuenta pero era inútil”. Las llamas no pudieron ser sofocadas por la gente que recuerda aún el siniestro. Cuando los bomberos llegaron a la finca incendiada era demasiado tarde. Nueve miembros de la familia, entre ellos siete niños, habían muerto. Uno de los vecinos recuerda que uno de los tragafuegos “ni siquiera traía zapatos, era evidente que estaban mal capacitados y les hacía falta el equipo adecuado”, factor que no impidió que Blanca Loreto Bañuelos, de 38 años de edad, fuera rescatada con vida, y prácticamente ilesa, salvo llagas en la piel y las lesiones emocionales que tardarán –si es que ocurre algún día– en sanar. Dentro de todo el crudo suceso que representó el incendio que consumió los nueve cuerpos en esa finca de Zapopan la madrugada del 16 de Septiembre, y a pesar de las contradicciones en los pronunciamientos de la Unidad de Protección Civil, y el número de emergencias 066, en la mirada de Blanca Loreto Bañuelos, al igual que en el resto de la población que se sensibilizó ante el suceso, se asoma la esperanza de que el peritaje hay sido correcto, y como por un amortiguar del golpe de la noticia, los incinerados no hayan sentido el crujir de las llamas en su piel… no hubieran gritado esa noche. 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