Domingo, 24 de Noviembre 2024
Jalisco | La Crónica Negra por Isaac de Loza

El silencio del Lobo

Sus homólogos desconocieron su nombre de pila y, en cambio, lo adoptaron como uno más de la manada, como el segundo líder, como el ''Lobo 2''

Por: EL INFORMADOR

Se lleve o no a la práctica el precepto de auxiliar a la ciudadanía, las previsiones a tomar para un agente de Policía nunca son pocas; dedicar su vida a una labor cuyo primer estatuto es combatir la delincuencia sugiere riesgos latentes contra su integridad física, e incluso, contra la de sus seres queridos. Tal es la razón por la cual las precauciones para el resguardo de los mandos operativos que, en teoría, trabajan por la seguridad de la gente, nunca son modestos… por el contrario.

Realizar sacrificios en la agenda social, respetar y vencer horarios que, en algún momento, se tornan imposibles; establecer una constante de delincuentes arrestados o, en el peor de los casos, vencidos en batalla, y recibir honrosas condecoraciones de manos de los superiores en la dependencia a la cual se pertenece, son pruebas fehacientes de que el valor y coraje para desempeñar la labor policial existen. La vida de un agente no tiene descanso, el delito tampoco.

Por ello, aún cuando un efímero “día franco” se disfruta, la cautela y el resguardo resultan esenciales para un hombre que, días antes, se encargó de comandar operativos antidrogas en colonias del oriente tapatío, cuyos problemas de inseguridad las distinguen con apodos por encima de su nombre real. Alexander Cervantes Elena dedicó su vida a esa labor, y así, por ella, la vida le fue arrebatada. La determinación que, según quienes lo conocieron, mostró al ser parte del Grupo Antimotines de la Policía del Estado, lo fue escalonando hasta que un giro en el destino lo encaminó a la Dirección de Seguridad Pública de Guadalajara.

La Perla Tapatía lo acogió gustosamente y, tras varias pruebas de su desempeño, ganó posiciones hasta que obtuvo el privilegio de mutar, a cambiar de un grado preventivo a uno de infiltración, y se incorporó al grupo táctico elite de su Policía, donde sus homólogos carnívoros desconocieron su nombre de pila y, en cambio, lo adoptaron como uno más de la manada, como el segundo líder, como el “Lobo 2”.

Los años de entrenamiento y la labor de supervivencia adquirida con él siempre estaban activados en su psique.

No obstante, siempre hay un día en que el cansancio mantiene a la prevención en su perfil más bajo. Más aún si 24 horas antes se trabajó en un fuerte dispositivo de vigilancia en el Estadio, cuando dos equipos locales se enfrascaron en una pelea deportiva que, lamentablemente, se vio superada por el espectáculo de dos entes legislativos con ansias de pugilista.

El jueves 15 de abril de 2010, seis horas y media después que el sol iniciara el descenso de su cenit, Alexander salió de su casa, ubicada en la esquina de Montes Apeninos y Concordia, en la colonia Esperanza, y se dio una plática casual con vecinos. Él esperaba a que su esposa e hijos se alistaran, pues iban a adquirir despensa en un centro comercial, por lo que no importaba demorar un poco conversando.

EI imperceptible, un Bora negro con metales michoacanos se acercó, despacio. Según testigos, dos hombres iban a bordo del compacto. El agente no prestó mayor atención a uno de tantos vehículos que circulaban sobre la intersección de su domicilio, por lo que nunca adoptó una actitud defensiva. Para cuando el auto se ubicó frente a él, toda medida de evasión sería inútil; el blanco estaba definido.

Con suma tranquilidad, el copiloto del Bora descendió y, tras cruzar palabras con el comandante, un arma larga salió a relucir. Una ligera réplica del “Lobo 2” brotó de su garganta al ver el fusil y, cuando el homicida apuntó, los impactos en su rostro terminaron con todo indicio de realidad. La oscuridad nubló la mente de Alexander y el dolor dejó de tener significado alguno. El primer impacto lo había privado de la vida. Después, su cuerpo sólo convulsionaba por los otros 14 monstruos que se incrustaban en su inerte humanidad.

“Son más de 10 cascajos de AK-47”, fue lo último que se escuchó por la radiofrecuencia. El reporte se realizó al momento y los homólogos del agente caído se aglutinaron en la escena del crimen. Pero cuando el operativo de búsqueda se puso en marcha, los sicarios se encontraban muy lejos ya del sitio en que su víctima yacía bajo la banqueta. Más de 100 elementos resguardaban el lugar, más atareados en impedir la labor de prensa que en rastrear a los responsables; sus características ya les habían sido otorgadas, pero nunca se localizó al Bora negro.

Horas después, el Semefo revelaba que el oficial caído pereció tras recibir 15 balazos de “Cuerno de Chivo”, proyectiles con una fuerza destructiva cuya descripción solamente puede hacerse tras visualizar sus consecuencias. Los compañeros del segundo comandante táctico rápidamente aludieron que el artero ataque era consecuencia de los constantes operativos contra el narcomenudeo dirigidos por Cervantes Elena, pero nadie quiso mencionarlo, hasta que el titular de la Policía, Servando Sepúlveda, lo expresó ante cámaras y grabadoras: El “Lobo 2” pereció en venganza de atentar contra un negocio turbio y ampliamente redituable.

A 10 días de distancia, las líneas de investigación aún son varias y la correcta no está plenamente definida. La Procuraduría de Justicia tiene tres hipótesis, pero revelarlas, comentan, estropearía toda la investigación que pudo haberse concluido el día de los hechos, si una centena de elementos operativos estáticos en el cruce de Apeninos y Concordia, hubiesen recibido órdenes contrarias a “resguardar el área y evitar a la prensa”.

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