Martes, 26 de Noviembre 2024
Jalisco | Al revés volteado por Norberto Álvarez Romo

El maestro postizo

En un manual no escrito sobre la urbanidad y buenas costumbres de nuestra cultura tapatía, existirían ciertos temas que se supone jamás deben ser tocados

Por: EL INFORMADOR

En un manual no escrito sobre la urbanidad y buenas costumbres de nuestra cultura tapatía, existirían ciertos temas que se supone jamás deben ser tocados, ni en lo más íntimo de la amistad. Son religión, futbol y política.

Temas tabú, vistos bajo la cautela de poder ofender los criterios y las opiniones de las personas que nos rodean. Quizás parten de nuestra herencia ibérica, vigente al grado que en España uno puede encontrase en muchos bares el cartel que dicta precisamente: “Prohibido hablar de futbol, política y religión”.

No sorprende, en cuanto que la pasión religiosa capta la relación unipersonal con lo sagrado, mientras el deporte sirve para desfogar sanamente las pulsiones animales del organismo en su rebaño simbólico. Necesarios gustos personales de cada quien.

Sin embargo, la política contrasta en pertenecer a la esfera común que a todos concierne, precisamente el ámbito en el que se debería discutir y debatir, pues es aquello que abarca los asuntos de los espacios, bienes y servicios públicos. Su diálogo se restringe cuando el ámbito compartido se confunde con las pasiones privadas.

El interés público es el tema que debería ser de los más dilucidados, socializados y depurados nutriéndose del beneficio y compromiso expreso del abanico de opiniones valiosas, antes de ser ejercida cualquier acción desde la política pública.

De lo contrario, a posteriori las críticas oportunistas llueven a cántaros. Otra vez, el problema viene cuando la política pública se ejecuta desde la subjetividad de las creencias y efusiones personales.

Por el creciente apretujamiento vehicular en las calles, en nuestra ciudad el tema de moda es la movilidad. Una palabra que hace 10 años no era reconocida en el vocabulario en la política pública local, y cuya desestimación rayaba en la burla para quien se atreviera a introducirla.

Ahora no hay mejor tema que aprovechar. Cualquier mención de movilidad levanta hartos fans alborotados. Pues no extraña la desmedidamente celebrada aparición de un llamado Plan Maestro para la Movilidad no Motorizada de la metrópoli, que llega más como el oropel festivo de una piñata ciclista, que el insinuado instrumento formal de política pública que se esperaría, por el monto nada magro que nos costó a todos.

Los humanos pasamos, a grandes rasgos, una tercera parte de nuestras vidas moviéndonos y otra tercera parte durmiendo, soñando. De allí nacen nuestros planes, que son abstracciones imaginarias de lo que deseamos lograr en la realidad física, concreta y cotidiana. Planeamos desde los sueños y las fantasías que tejemos con los hilos de nuestros valores e intereses.

Un plan se vuelve maestro cuando comprende la integridad de los factores que intervienen en el ámbito de lo que se planea, y se rige por un concepto cuya maestría es la destreza para efectuarlo.

Así como una golondrina no hace al Verano, un deseoso planteamiento subjetivo no hace que un plan sea maestro, por meramente bautizarlo así.

Comprender la movilidad como todo aquello que se mueve en el territorio o espacio público significaría considerar no sólo a los humanos y sus diversos medios de transporte. Significa incluir además sus mercancías, materiales y desechos. Incluiría también considerar cómo se mueve el agua, sea potable, drenaje o pluvial.

Y los vientos naturales que mantienen en jaque, las contaminaciones que emitimos al aire. Y las migraciones de la fauna urbana y la silvestre intrusa. Y las redes por donde se distribuyen los mensajes y las fuerzas eléctricas.

Nos falta mucho para presumir un plan maestro para la ciudad, donde la movilidad y el espacio público fueran sus ejes estructurantes.

Quizás, como prerrequisito, nos serviría tener primero un plan maestro de ciudadanía y política pública que nos llevaría más allá de las ocurrencias entre cuates hasta el ámbito de las discusiones racionales abiertas, colegiadas.

Adviértase, no obstante, sobre los riesgos de poder ofender los criterios y las opiniones de las personas que nos rodean, en aras de lograr el bien común inteligentemente concertado.

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