Jalisco | Por: Isaac de Loza El final no esclarecido de un agente investigador La crónica negra Por: EL INFORMADOR 29 de noviembre de 2009 - 04:57 hs A un año de distancia, el paradero de un comandante de la fiscalía estatal que fue “levantado” en Tlajomulco, permanece en incógnita. El hecho de que un agente dedicado a hacer valer la justicia cumpla su labor de forma cabal es, extrañamente, una cualidad que la ciudadanía ha dejado de apreciar hace tiempo, porque pesa más el estereotipo de un oficial corrompido por la avaricia y el dinero fácil concedido por la delincuencia a cambio de “favores”. Pese a ello, las honrosas excepciones en las que ya no se cree y que ya no reciben el aplauso social, afortunadamente existen todavía. Patrullan las calles solitarias bajo el eterno discurso de garantizar la tranquilidad social, aunque la labor de un oficial comprometido con el combate al crimen, en ocasiones le cueste la existencia o un largo tiempo alejado de su hogar. Hace poco más de un año, Guillermo Montoya Rodríguez, quien a decir de gente cercana a él y a su responsabilidad con la comunidad era un agente de la Procuraduría estatal comprometido con el combate al delito, fue privado de su libertad de forma artera. Hasta este tiempo, su paradero es una incógnita. La tarea de investigación que una dependencia dedicada al escudriñamiento y comprobación de crímenes violentos, como lo es la fiscalía estatal, no ha permitido dar con él, o, como su propia familia lo cree, con lo que queda de su persona. Después del “levantón”, aquel 26 de noviembre de 2008, no han surtido efecto los reclamos abiertos a la prensa y la instalación de mantas firmadas por la mujer con la cual el “agente Montoya” compartía su vida, en las cuales su libertad fue suplicada de la forma más serena posible. Ese día, el reloj marcaba más de las 10:00 de la noche. La Avenida Pedro Parra Centeno era cobijada únicamente por la luz de la luna. El oficial Montoya recién había terminado de cenar en su hogar, pues posteriormente habría de integrarse a un operativo de inteligencia. Nunca imaginó que el plato frente a él sería el último, al menos en compañía de sus seres queridos. Una vez comido el modesto platillo, el jefe de grupo de la Policía Investigadora dejó su casa, ubicada en la Zona Centro de Tlajomulco. Un “Dios te bendiga” fue lo último que escuchó de su mujer. Montoya Rodríguez respondió al bienintencionado gesto con una sonrisa; tomó las llaves de su camioneta y cerró el portal de ingreso. El sonido de las llaves al entrar a la ranura de encendido y el motor calentándose por casi dos minutos, fueron el detonante de un intenso nerviosismo para su afligida compañera de vida, quien ya tenía un fuerte presentimiento de que “algo” sucedería. El vehículo oficial inició su marcha y Montoya Rodríguez rápidamente dejó atrás su vecindario. El comandante recogió a una compañera de trabajo y tomó la avenida principal, hasta que un par de luces que se distinguían con suma facilidad en la oscuridad nocturna lo obligaron a cerciorarse del motivo de su presencia. Cuando los metros de distancia entre ambos vehículos se acortaban, un presentimiento cobraba fuerza en el oficial, quien esa vez ignoró su trabajo de agente investigador y tomó el papel de ciudadano altruista, pues —pensó— el vehículo estacionado con las luces intermitentes encendidas precisaba auxilio vial. Luego de acordarlo con la agente que viajaba como copiloto, el entonces comandante de la fiscalía detuvo su marcha metros delante del auto estacionado y, antes de bajar a prestar ayuda, notó que no había nadie dentro. Sin alcanzar a reaccionar, el cañón de una pistola se posó amenazante en su cuello y una enérgica voz, que a un año de distancia permanece en condición de anónima, giró la orden tajante: ¡Bájate! Varios fusiles se sumaron al primero y los policías investigadores que tripulaban la unidad signada con dígitos oficiales fueron amagados. Enseguida, otros autos salieron de la nada y cercaron a las víctimas. Los agentes fueron subidos por la fuerza a estos últimos y el éxito en el “levantón” de Guillermo Montoya fue reportado entre los maleantes; otra voz oculta, atendió complacida el informe. Claramente, en los vehículos donde se trasladaba a los elementos viajaba un pasajero de sobra. Al parecer, el hecho de que la mujer escuchara las voces de los delincuentes presagiaba peligro, y además, no era ella el “pedido solicitado”. Por ello, en un acto por demás afable y desprendido, los hombres que momentos antes apuntaron en su contra para evitar alguna reacción de combate le “regalaron” un billete, bajo condición de que retornase al sitio donde vivía. A su regreso a la “zona cero”, antes testigo mudo de una que otra ambulancia (pues el hecho se registró a pocos metros de la clínica de los Servicios Médicos Municipales), ahora atiborrada de unidades oficiales de diversas corporaciones, la agente Mónica Márquez Quiñones fue interrogada por sus compañeros. Finalmente, ella fue testigo único del plagio y descartar que tomara participación en él resultaba esencial para la Procuraduría en esos momentos. Tras relatar el hecho en que se vio involucrada, la investigadora fue liberada de toda sospecha. Su compañero y jefe, por el contrario, permanece perdido en el misterio. Muchas versiones han sido escritas y reflexionadas. Algunas de ellas señalan incluso que de Guillermo Montoya sólo resta el recuerdo, pues detallan una lenta desaparición de su cuerpo en el interior de una tina repleta con químicos corrosivos. En ese tenor, seis individuos detenidos a raíz de un homicidio dentro de un bar en Zapopan, declararon haber tenido participación en un hecho así, usando como carnada el cuerpo del agente. Pese a ello, el parte oficial, concedido por voz del procurador estatal a menos de 15 días de que el desafortunado hecho cumpliera un año sin solución, sonó contundente en la sala de prensa de la Procuraduría de Justicia: “No contamos con evidencias todavía para poder aseverar eso”. La averiguación previa sobre el caso está abierta, pero su pronta (y exitosa) culminación aún se vislumbra lejana, pues de validarse la confesión vertida por los seis homicidas del bar, quienes orgullosamente se declararon integrantes del cártel de “Los Valencia”, esclarecer un homicidio en donde el cuerpo ya no existe demandaría nuevas vías legales que, por el momento, no existen. 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