Martes, 08 de Octubre 2024
Jalisco | El Volcán de Colima despertó en 1913 y afectó a la población de Zapotlán el Grande

El coloso que oscureció el cielo

El Volcán de Colima despertó en 1913 y afectó a la población de Zapotlán el Grande

Por: EL INFORMADOR

Histórico. El despertar del Volcán de Colima dejó una alfombra de siete centímetros de ceniza. ESPECIAL /

Histórico. El despertar del Volcán de Colima dejó una alfombra de siete centímetros de ceniza. ESPECIAL /

GUADALAJARA, JALISCO (21/FEB/2015).- Una estruendosa explosión interrumpió la ajetreada mañana de los habitantes de Ciudad Guzmán (hoy Zapotlán el Grande) un 20 de enero de 1913, recuerda Fernando G. Castolo, el cronista oficial de ese municipio del Sur de Jalisco.

En su trabajo Zapotlán, San José y el Volcán de Colima, que recupera artículos científicos de la época, el cronista se remonta a aquel día en los que zapotlenses salieron espantados de sus casas y se reunieron bajo la sombra del templo de San José ante el sonido de lo que parecía una batalla más entre liberales y conservadores.

Pero se toparon con el despertar del coloso dormilón del Volcán de Colima que anunciaba el fin de su siesta con ceniza y arena. Parvadas de pájaros se elevaban de los árboles y salían de los recovecos de los edificios para partir lejos como rápidas nubes que huían, mientras otras salían del volcán con truenos y relámpagos. El reloj marcaba las 11:30 horas.

La tierra se movía, el cielo azul desaparecía y a lo lejos se observaba como el Volcán de Fuego escupía una oscuridad como salida del infierno. El pánico comenzó a infectar a la población, a extenderse como catarro.

Los gritos, el llanto, la tos y los desesperados rezos eran los únicos sonidos que podía articular la aterrorizada multitud. Las mujeres abrazaban a sus hijos y los cubrían con sus rebozos percudidos de ceniza.

Con el miedo calado hasta los huesos, corrían en busca de refugio en el templo de San José, mientras las cenizas y la arena caían de forma despiadada con un constante golpeteo de tromba veraniega. Relámpagos inundaban el cielo, la electricidad se podía sentir en la piel y cada vez que la tierra retumbaba, miles de corazones saltaban en un latido. Era la una de la tarde.

La luz del Sol se extinguió a las 14:40 horas. La oscuridad era tan pavorosa y densa que parecía que jamás volvería la luz. Los truenos se hacían cada vez más fuertes y el pueblo esperaba a los jinetes del Apocalipsis. Para los zapotlenses ya era el fin del mundo.

Hombres, mujeres y niños rezaban sin cesar, pedían a Dios que calmara la furia del Volcán de Fuego. Rosarios, aves marías y padres nuestros resonaban en las bóvedas del templo, y voces de cientos parecían de millones.

Los fieles pidieron al párroco una procesión para San José, santo patrono y paño de lágrimas de los zapotlenses; querían llevar esperanza y su poder divino a cada rincón del pueblo. La petición fue negada, pues el padre temía reacciones violentas de los liberales que en esa época tenían bajo lupa a hombres y mujeres de Dios.

La aterrorizada multitud hizo caso omiso al sacerdote y bajó a la figura de su altar para llevar consuelo a los temerosos. Se improvisaron ofrendas y cánticos mientras un grupo de hombres aseguraban al santo en sus hombros cenizos que temblaban de miedo y fe.

El venerado fue sacado del recinto acompañado por todo el pueblo: más de 10 mil almas que buscaban con desesperación bíblica un remedio para el apocalipsis del Volcán de Fuego.

Después de tres horas San José regresó a su templo junto a muchos feligreses que entraban de rodillas orando por el fin de la tormenta de ceniza. A las 20:00 horas dejó de caer el oscuro polvo que provocó una alfombra de siete centímetros de espesor sobre el pueblo.

Al día siguiente Ciudad Guzmán amaneció vestida de luto, cada superficie estaba cubierta de un triste velo negro. Corrió el rumor de que una nube de gases mortíferos se acercaba al pueblo, mas no sucedió así.

Cientos de familias comenzaron su éxodo desde la noche de la primera erupción en carros que Ferrocarriles Mexicanos ofreció, y cientos más continuaron huyendo los días siguientes.

La arena y las cenizas arrojadas por el coloso llegaron hasta ciudades de Zacatecas, Aguascalientes, San Luis Potosí y Coahuila. En Arandas la lluvia de ceniza causo alarma; en San Juan de los Lagos cientos hicieron penitencia en templos y calles aterrorizados por la tormenta, y en Guadalajara el negro cubrió medio centímetro de toda la ciudad.

Tras cuatro días de apocalipsis, el volcán volvió a dormir.

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