Domingo, 24 de Noviembre 2024
Jalisco | Por: Isaac de Loza

El Nevado, la última crónica

LA CRÓNICA NEGRA

Por: EL INFORMADOR

Una gélida montaña terminó con su existencia, o una falla mecánica, ¿quizás? Podría haber sido la nula atención por parte de las autoridades médicas de Ciudad Guzmán o, eventualmente, la falta de reflejos al volante de un conductor ya entrado en años. Suposiciones son muchas, y la irresponsabilidad podría ser compartida. Lo cierto es que esa unión de causales propició, el 11 de enero pasado, el deceso de siete personas de la tercera edad a las faldas del Nevado de Colima. Seis vidas perdidas al instante en el fondo de un barrancón de 40 metros; una más que no abandonó a su grupo de amigos y se le unió rato más tarde. La identidad de esta alma que trató de aferrarse a la vida: Ignacio González Briseño, as de la palabra en Jalisco y pionero de la crónica deportiva desde hace casi 50 años.

Las condiciones climáticas irradiaban felicidad; Protección Civil del Estado lo confirmaba con las cifras que el coloso compartido por Colima y Jalisco recibía gustoso a diario. Miles de personas se arremolinaban para disfrutar de un paisaje pocas veces visto en la zona sur del país. Por ello, la cantidad de familias que se daban cita en un lugar con 20 centímetros de capa nevada era innumerable.

Ningún medio de comunicación dejó de mencionarlo: el Nevado de Colima era un escenario hermoso que debía ser disfrutado. Y jugando con esa unanimidad, el bombardeo mediático dirigido a la población de dos estados, ansiosa por una catarsis para aminorar los problemas económicos y emocionales (característicos de una cuesta de enero), era muy difícil de evadir. La noticia de nieve en las cercanías fue rápidamente acogida por la totalidad de gente; entre ella, un grupo de siete personas conformado por el dicharachero comunicador, su esposa y cinco amigos de antaño.

Nadie pensaría que tal escenario inmaculado se vería drásticamente teñido en rojo. La decisión compartida por quienes protagonizaron la tragedia comenzó con la elección de un sitio para eliminar la tensión acumulada por las largas jornadas de trabajo.

Aprovechando la invitación plasmada en todas partes, las opciones se redujeron hasta que el motor de la Expedition rugió de alegría: su destino sería ese ambiente glacial. Desafortunadamente, las condiciones de una camioneta con siete años de haber salido al mercado no fueron consideradas en su totalidad. La confianza de un hombre experimentado por 76 años de vida propició que José Benigno Aguilar, “Pepe Nino”, sugiriera como medio de transporte su vehículo. Todos accedieron, contentos.

El viaje transcurrió sin mayores sobresaltos. Una pausa eventual para adquirir un refrigerio o dar una rápida visita al tocador y la aventura reanudó su marcha. El destino se acercaba, así lo revelaba el marcado descenso en la temperatura, reflejado en el indicador del auto y un par de guantes extra revistiendo las manos de la comitiva.

Un mundo de alegría se vivía entre el célebre cronista y su esposa; las risotadas como fondo para una conversación repleta de obscenidades, tan características en “Don Nacho”, amenizaron la travesía. Cuando la plática se hallaba en su punto más álgido, el conductor la detuvo de golpe para informar a sus camaradas que las faldas de la montaña ya los esperaban ansiosas a pocos metros. La estadía en el parque cumplió su cometido.

El agotamiento originado por la labor quedó sepultado entre el espesor de la nieve y el tiempo transcurrió en paz, hasta que alguien eligió las 14:45 como hora de regreso. Sin saber que se trataba de su último viaje, el grupo de amigos abordó la camioneta y tomó la brecha de acceso a “la civilización”.

Tras una y otra curva recorridas, sorteando los innumerables baches que en ellas se encontraban, el aguante de la camioneta comenzó a verse mermado hasta que, víctima de un terreno sinuoso, la flecha delantera crujió y la llanta izquierda salió despedida con violencia, perdiéndose de su vista a la brevedad. A consecuencia de ello, el volante sólo sirvió como un fino decorado para las manos del chofer, pues la tracción se perdió por completo y el camino del vehículo los enfiló directamente a un barrancón.

Luces y sombras; giros y gritos. Vértigo y temor precedidos de un aparatoso golpe contra la nieve y la instantánea pérdida de conciencia. Un efímero tiempo compartido con el silencio de la fría montaña y, después, el cada vez más nítido aullar de las sirenas de rescate, silbando desesperadas por llegar a tiempo y encontrar rastros de vida.

Ipso facto, la cuadrilla de salvamento llegó y varios oficiales de Protección Civil descendieron de sus vehículos.

Cual autómatas poseídos, los reflejos del cuerpo rescatista estaban solamente puestos en ubicar un punto de soporte para colocar la soga que los acercaría al auto siniestrado. Cuando el objetivo fue alcanzado, se encontraron con seis cuerpos regados entre la nieve, con los ojos cerrados y una mirada plácida. Tras una existencia larga y plena, fue el destino que eligieron, la montaña, la que había reclamado como propias las vidas del inseparable grupo de amigos desde la infancia.

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