Domingo, 19 de Enero 2025
Jalisco | LIBRE DIRECTO POR JAIME GARCÍA ELÍAS

— ''¡Cáncer, señor...!''

Los habitantes de la ciudad tienden a rascarse con sus propias uñas; es decir, a convertir en regla lo que debería ser excepción

Por: EL INFORMADOR

Jaime García Elías.  /

Jaime García Elías. /

La referencia a la muletilla de “El Monje Loco” es inevitable:
—¡Nadie sabe; nadie supo...!

*

En efecto: nadie se percató en qué momento Guadalajara se salió de madre. La semana pasada, por ejemplo, cuando José Miguel Iríbar —sociólogo especializado en diagnóstico territorial, urbanístico y turístico— llevaba su diagnóstico sobre el monstruo urbano en que se ha convertido la que hasta hace pocos años se preciaba de ser “Ciudad Amable” a la aseveración de que “hay que solucionar los problemas intentando no ampliar el espacio urbano, mantener lo que está hecho, y, si se puede, reducirlo”, se antojaba preguntar si se consigue en la farmacia la píldora, jarabe o supositorio que alivie a Guadalajara de sus males.

Iríbar estuvo en Guadalajara fugazmente. Lo hizo como invitado a participar en un Foro Internacional de Arquitectura. Dice la correspondiente nota periodística (EL INFORMADOR, 7-X-10) que “recorrió algunas calles de la ciudad para detectar, a simple vista, ciertos problemas...”.

Así y todo, limitándose a recorrer algunas calles para darse una somera idea de sus peculiaridades,  Iríbar alcanzó a percibir algo que, evidentemente, les pasó de noche a quienes gobernaban la ciudad y el Estado cuando la otrora “Perla de Occidente” llegó al millón de habitantes (8 de junio de 1964), con lo que se sacudió el oprobioso sambenito de “pueblo bicicletero” y pasó a ser, ipso facto, “metrópoli”: que cuando el proceso expansivo de una ciudad se descontrola (o, para decirlo en mexicano, cuando una ciudad deja de crecer y empieza a desparramarse), “conducirá a situaciones muy peligrosas”. Una ciudad cuyos habitantes se empecinan en vivir en casas unifamiliares, pegadas al piso, y no modifican sus patrones de conducta, orientándose y aprendiendo a con-vivir civilizadamente en edificios hasta de cuatro pisos, “lleva consigo —advierte Iríbar— la dependencia del coche y la imposibilidad de generar sistemas y redes de transporte público”.

Ya lo estamos viendo: puesto que los modernos sistemas de transporte público son costosos, y puesto que los que nos resultan accesibles son ineficientes, los habitantes de la ciudad tienden a rascarse con sus propias uñas; es decir, a convertir en regla lo que debería ser excepción: el uso del automóvil particular, habida cuenta de que el uso de la bicicleta como un sistema alternativo es inviable, por las distancias que tienen que recorrerse para llegar de la casa al trabajo o a la escuela.

*

A la vista del diagnóstico de Iríbar, se antojaba incorporar una última pregunta:
—Entonces, señor Iríbar, ¿lo de Guadalajara, en su opinión, es Capricornio...?
E Iríbar, probablemente, sin perder la donosura, obsequiaría una sonrisa indulgente y haría la aclaración pertinente:
—¡Cáncer, mi amigo...: cáncer...!

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