La ilustración es más que elocuente. Es una vista aérea hacia el poniente que muestra, en primer plano, el varias veces centenario convento de los franciscanos de Zapopan y su basílica. La fotografía apareció entre las miríadas de imágenes que circulan en el internet. Allí, se le atribuye la fecha de 1940. Más abajo se puede observar el espacio que ahora ocupa la plaza Juan Pablo II, antes Plaza de Las Américas. Se cree distinguir la huella, a la derecha, del efímero parián zapopano. A su izquierda subsistía la casa solariega de la familia Castañeda Castaños, que solía ser un prodigio de arquitectura doméstica de finales del siglo XIX, con su notable oratorio, su patio agraciado al que remataba el comedor de ventanas ojivales y la amplia y umbría huerta al fondo. Esta edificación desapareció desaprensivamente a principios de los años ochenta para dar paso a la mencionada plaza, hija putativa e imitación de la Plaza Tapatía. El trazo de las calles revela la gran extensión que la huerta del convento tenía hacía el poniente y hacia el sur (que incluía, según algunas crónicas, la barranca del Profundo). A la izquierda del convento, en lo que obviamente fue parte de la huerta, se observa ya una construcción civil. Enfrente a ésta, se encontraba la plaza del Zapotal (en honor a los árboles que dieron nombre a Zapopan), lugar en donde ensayaban, desde tiempos muy lejanos, los tastoanes sus bailes en honor a la Virgen, utilizando también parte de la huerta. Esta placita fue insensatamente destruida para dar lugar a las actuales rampas del estacionamiento subterráneo. Total, de alguna más que cuestionable manera las huertas franciscanas fueron cercenadas y urbanizadas en beneficio de particulares. En la esquina suroriente del conjunto histórico, enfrente de lo que fue la plaza del Zapotal, se encuentra hoy una “tienda de conveniencia”, nada menos. Queda la reflexión de que, de haber habido menos miopía histórica por parte de los mandamases de las distintas épocas, las huertas de los conventos metropolitanos debieron haber sido respetadas y ahora serían inapreciables espacios verdes y de convivencia. Piénsese solamente en las de los conventos de Santa María de Gracia, del Carmen, de San Francisco… y de Zapopan. Pero claro, la codicia siempre ha roto el saco. Los célebres maizales zapopanos, según se aprecia, comenzaban inmediatamente detrás del convento, para ir a extenderse luego sobre miles de pródigas hectáreas del valle de Tesistán: el granero de Jalisco y de muchas partes. El cabildo de Zapopan aprobó en 1997 el Plan de Ordenamiento del Valle de Tesistán, mediante el que se salvaban permanentemente la mayor parte de estas inapreciables tierras de cultivo en beneficio de la ecología, la recarga de los mantos acuíferos y la viabilidad alimentaria y económica del Estado. Se preveían suficientes áreas urbanas para un sensato crecimiento. Claro, rompiendo el saco otra vez, el Plan fue abrogado por las siguientes administraciones con las desastrosas consecuencias que hoy vivimos. Lecciones del pasado, lecciones vigentes y urgentes. La entrañable población de Zapopan y su territorio fueron víctimas de la miopía, la insensatez y el afán de lucro. Pero, lo que queda, y tantos otros contextos, es preciso defenderlos.