Hoy amanecimos con una serie de noticias que se pueden considerar como “importantes”, como ese juego de pulsos que intenta la fáctica alianza PAN-PRD para condicionar su permanencia en el Pacto por México básicamente a que se impulse antes que nada, y a la voz de ya, la Reforma Política; también eso de que se necesitan subsidios por algo así como 14 mil millones de pesos para aterrizar el mentado apagón analógico, por lo que la meta del 2015 suena a mera ocurrencia y otro monumento al desplante retórico de nuestras autoridades que luego no encuentra senderos viables para aterrizar en tiempo y forma. Lo que hacen o dejan de hacer los personajes de primera línea en el quehacer político y gubernamental pareciera abrumar, saturar la demanda informativa y en ese contexto pasan casi desapercibidos hechos que por su esencia son realmente importantes: el sábado una joven pareja decidió hacer algo y con una cubeta de pintura blanca y brochas “rescató” un espacio público invadido de grafiti. El matrimonio Torres Limón, acompañado de su pequeña hija de cinco años, dedicó tiempo, esfuerzo y dinero de su propio bolsillo para rehabilitar la escultura de Los Cubos en Avenida Vallarta. Tania Limón de Torres dice que “nos encantaría que todos los ciudadanos tuviéramos un compromiso con la ciudad”. Y es eso, la acción de corresponsabilidad efectiva con el entorno, las pequeñas acciones, lo que marca la diferencia. Habría que imaginar una ciudad, un Estado, un país, en el que todos los ciudadanos adopten la visión de vida del matrimonio Torres Limón, su nivel de compromiso, el decidir hacer algo que significa esfuerzo, tiempo y dinero para contribuir en la construcción de un entorno más amable y entonces tendríamos una ciudad, un Estado y un país sustancialmente distinto. El ejemplo del joven matrimonio es contundente: los ciudadanos pueden hacer la diferencia en las pequeñas cosas, que en su suma representarán las grandes, y no sólo en la rehabilitación del entorno, sino incluso en cuestiones fundamentales de la vida social, cultural, económica y política. Es una ruta de la corresponsabilidad efectiva que no apela a los grandes cambios sino que empieza como se debe, con los pequeños. La imagen de la niña en la escalera, ayudando a sus padres a pintar un espacio público que fue reclamado en alguna ocasión por jóvenes que confunden su derecho a la expresión con el vandalismo, y que se encontraba muy abajo en la lista de problemas por resolver de las autoridades, es digno de encomio; la pareja se cansó de ver el grafiti y optó por dejar a un lado las preocupaciones para ocuparse del asunto, lo que resulta aplaudible. Quedaría lanzar un voto para que el ejemplo se propague como un virus extremadamente agresivo y que sirva de base para cambiar la lógica de cómo interactuamos los ciudadanos con nuestro entorno y nuestras autoridades. Para los Torres Limón llegó el momento para actuar y ojalá ese virus nos contagie a todos, a la brevedad.