Martes, 26 de Noviembre 2024
Entretenimiento | Francisco Goitia

Visiones de Atemajac

Enrique Navarro

Por: EL INFORMADOR

Hace varios años conocí a un pintor al que le gustaba rememorar su época estudiantil en "La Esmeralda" capitalina. Mencionaba un cúmulo de artistas destacados, que sin estar necesariamente ligados a la docencia formal, le habían influido positivamente en su desarrollo personal, gracias al ejemplo de vida y maestría artística prodigados. Lo recuerdo sobremanera cuando evocaba con profundo respeto y orgullo inocultable a su querido maestro Goitia. Su voz se quebraba y su rostro se iluminaba: todo en él temblaba y se llenaba de sincera emoción. Todo era, para sintetizarlo en una palabra: devoción.

Poco después, en 1982, deambulando con avidez por los pasillos del Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México para visitar la exposición homenaje que con motivo del centenario del nacimiento del ilustre zacatecano organizó el INBA, pude yo mismo experimentar, una vez que arribé a su autorretrato, un impacto profundo, el cual, una vez asentados los ánimos, comprendí que se había tratado de una verdadera revelación. Pocos artistas como el maestro Goitia me han permitido comprender ya no digamos lo singular de la vocación artística, sino el sentido profundo del compromiso ético y humano de una vida admirable.

Vinieron después otras dos vivencias introductorias que siguieron alimentando mi particular devoción por Goitia. Una tiene que ver con mis avistamientos de los silos de Santa Mónica y con la comprobación del drama del paisaje natural y humano de las tierras zacatecanas, a donde acudí para realizar estudios de posgrado. La otra experiencia se deriva por haber conocido la película mexicana en la cual el espléndido actor José Carlos Ruiz caracteriza al pintor.

Recuerdo en esta cinta su tono intimista, semilento, sin concesiones a la tentadora vertiente masoquista o amarillista que un director sin escrúpulos pudiera alentar. Recuerdo su preocupación por ofrecernos una interpretación plausible de los detonadores que nuestro personaje experimentó para conformar, además de su visión del mundo, una personalidad compleja y rica, pero ciertamente permeada por sinsabores e inestabilidades emocionales y psicológicas. La película recrea la intensa experiencia que un desconcertado pero simultáneamente lúcido Goitia experimentó en la sierra oaxaqueña. Con ello nos sumergimos en el México profundo y somos testigos de la dramática condición indígena que nuestra realidad política y sociocultural no ha logrado reivindicar. Nace el Tata Jesucristo. Pintado con las entrañas, se trata de una catarsis dolorosa. La imagen constituye -hoy lo sabemos- el cuadro fundacional de la Escuela Mexicana de Pintura. Estamos hablando del año 1927.

Goitia gustaba de caminar por el filo de la navaja. El abismo lo sedujo permanentemente. Era Goitia el alucinado. Goitia el atormentado. Goitia el esclarecido. Goitia el patrono de los pintores. Francisco el vidente. Francisco el asceta. Francisco el zahorino. Francisco el anarquista. Francisco el amoroso. Goitia el desesperanzado. Goitia el faro clarificador. Goitia el anacoreta. Goitia el santo de las causas perdidas. Francisco el profeta. Francisco el transfigurador. Francisco el apasionado. Francisco mártir.

Francisco Goitia -¿quién se atreve a rebatirlo?- es mucho más que el autor de una colección de arte patrimonial, imprescindible para comprender parte de nuestra riqueza cultural. También es mucho más que un ejemplo de vida congruente y vertical. El ser humano Francisco Goitia, al ofrendar su vida en una clara autoinmolación, nos ha venido prestando un servicio impagable: nos ha colocado frente al espejo para que aceptemos y nos asombremos ante esas incómodas introspecciones vinculadas a la fragilidad de la naturaleza humana, de nuestra psique contradictoria, de nuestras emociones, de nuestros deseos inconfesables. Casi nada. ¿Con qué le vamos a pagar?

navatorr@hotmail.com

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