Martes, 26 de Noviembre 2024
Entretenimiento | Carlos Lara G.

Los Anteojos de Baskerville

La relación cultural de Rusia y México

Por: EL INFORMADOR

Los primeros días de febrero, una amiga muy querida de la Ciudad de México me invitó a la exposición Zares. Arte y Cultura del Imperio Ruso, en el Museo Nacional de Antropología e Historia. El recorrido me hizo reflexionar sobre la relación cultural entre México y la Federación de Rusia. Entre otras cosas, porque pareciera una relación centrada solo en el protagonista de la Revolución Bolchevique muerto en Coyoacán en 1940, y no es así.

Existen otros personajes en momentos representativos de la historia de México, particularmente en el campo educativo y cultural. La arquitecta Tatiana Proskouriakoff, por ejemplo, autodidacta en la epigrafía, la arqueología y la etnología. Realizó importantes contribuciones a la civilización maya; su trabajo permitió un mejor conocimiento de su escritura.

Por Proskouriakoff, sabemos que las inscripciones de Piedras Negras y Yaxchilán relataban sucesos históricos y vidas de personajes reales, y no mitologías o descripciones calendáricas, como se pensaba. Identificó a las mujeres en monumentos donde otros investigadores veían sacerdotes de largas túnicas. Contribuyó a desarrollar el sistema de datación de monumentos basado en la morfología y estilo escultórico de las piezas y fue pionera en el dibujo de reconstrucción de grandes estructuras.

Otra gran aportación de Rusia en México fue la de Yuri Valentinovich Knórosov, reputado etnólogo y lingüista. Durante la Segunda Guerra Mundial, al ser testigo del incendio de la Gran Biblioteca, extrajo de ésta dos libros: Las cosas de Yucatán, de Diego de Landa, y la edición de Villacorta de los códices mayas. Estas obras lo llevaron a estudiar la cultura maya, despertando un interés que, materializado en sus aportaciones, permitieron descifrar la escritura del antiguo pueblo maya.

Y qué decir de Angelina Beloff, otra personalidad rusa ligada a la vida de México. Primera esposa de Diego Rivera por 12 años. Su amor por Diego fue incondicional, pero no correspondido, antes bien todo lo contrario. Llegó a México en los años 30, ilustró libros para editoriales y participó en la vida artística de la ciudad. Fue maestra de la Secretaría de Educación Pública, donde escribió un libro con observaciones técnicas, escénicas y difusoras del teatro guiñol.
Pintó diversos paisajes en los que reflejó su sentir por lo mexicano. Fue miembro de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios y fundadora del Salón de la Plástica Mexicana. Al igual que Trotsky, murió en México. El Museo Dolores Olmedo exhibe una colección de sus grabados en metal, linóleum y madera, en una sala que lleva su nombre.

No podemos dejar de mencionar en este recuento la experiencia soviética de los años 20, que despertó simpatías en sectores de la dirigencia mexicana. En particular, la atracción que ejercieron las propuestas educativas de Anatoli Lunacharvsky sobre la generación que capitaneó Vasconcelos desde la SEP. El hombre que revolucionó la educación pública y la cultura en México, restauró el Ministerio e impulsó una Ley de Educación, inspirada, según su propio testimonio, en la labor que en Rusia llevaba a cabo Lunatcharsky en su empeño por difundir la cultura.

Finalmente, la exposición Un viaje a la tierra de los Dioses, exhibida en el Museo del Ermitage, retomó en 2002 el intercambio cultural México-Rusia.
La exposición Zares es en realidad una muestra de reciprocidad rusa, que a través de 550 obras de arte nos muestra parte de la cultura de su dinastía imperial. Exposiciones de esta naturaleza permiten no solo conocer lo mejor del patrimonio histórico mundial, sino también revisar nuestra historia.

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