* 'Buenos ladrones'

Decía bien Manoella Torres: “Lo perfecto es inhumano”...
Viene al caso su sentencia --cuasi un apotegma-- por el primer escandalete de la naciente campaña en el futbol mexicano: las aseveraciones de Michel Bauer, presidente del América, en el sentido de que la derrota de su equipo ante el Pachuca, el domingo en el Estadio Azteca, prueba que los árbitros salen a la cancha con la deliberada intención --por no decir “con la consigna”-- de perjudicar a las “Águilas”.

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El arbitraje perfecto no existe. La posibilidad del error humano está latente no sólo en todos los partidos, sino en cada una de las decisiones arbitrales que en el curso de cada encuentro tienen que tomarse.
El error arbitral puede ser, a grandes rasgos, de dos tipos: de apreciación o de interpretación. Se supone que ambos se reducen en el futbol profesional, porque ahí, a diferencia de lo que ordinariamente sucede en los llanos, la labor arbitral es colegiada, en la medida en que la colaboración de los jueces de línea --eventualmente mejor colocados que el árbitro central, y, por lo tanto, mejor armados de elementos de juicio para sancionar una jugada--, influye en la decisión del silbante, corroborándola... o corrigiéndola.

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Los árbitros actuales no son menos competentes que los de antaño. Al contrario: a partir del presupuesto de que su trabajo puede ser observado y criticado por millones de personas y por supuestos expertos --árbitros ya retirados, muchas veces--, se esmeran más que los de antaño por acertar en sus sentencias...
Lo que sucede es que los avances tecnológicos (la presencia de cámaras en todos los rincones de la cancha y la posibilidad de repasar con lente de aumento cada lance polémico) permiten detectar mejor las pifias arbitrales.  Aunque, como lo sabe perfectamente cualquier espectador habitual de partidos por televisión, para decidir que un árbitro metió el choclo hasta la ingle, los supuestos expertos --los implacables jueces de los jueces-- tienen que ver la acción varias veces, desde diferentes ángulos y a distintas velocidades... y aun en esos casos, en infinidad de ocasiones no consiguen hacer lo que, a grito pelado, suelen exigir a los árbitros: “unificar criterios” (¡como si hacerlo fuera cuestión de “enchílame otra”...!).

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La moraleja de la historia es antigua: “Los árbitros de futbol son buenos ladrones... crucificados en medio de dos cristos”.