Miércoles, 26 de Junio 2024

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Cultura | Historias desde la melancolía

Piglia, un escritor contra la dictadura de la memoria

El escritor y crítico argentino vuelve a la FIL para presentar su novela más reciente, Blanco nocturno, y para hablar del mundo de los editores y de su oficio como cuentista

Por: EL INFORMADOR

Piglia es un hombre de rostro pasivo y sonrisa canalla.  /

Piglia es un hombre de rostro pasivo y sonrisa canalla. /

Al despertarse, Ricardo Piglia no quiere escuchar a nadie. Se incorpora de la cama, se restriega los ojos, prepara un café cargado y desenchufa el teléfono. Su oficio o su manía de escribir requiere un promedio de cinco horas diarias, por lo menos. Una vez invictos los oídos, se sienta a escribir sin esperar la prosa de colores que rinde frutos. Lo hace sin interrupciones. Sin otras voces y otras manos que no sean las de la melancolía. Cinco horas en las entrañas de una realidad entre paréntesis para sacarse de un tirón la comezón en la memoria que no lo deja dormir.
Ese borrador puede esperar hasta dos años para ser retomado.

Piglia es un hombre de rostro pasivo y sonrisa canalla. Los cabellos rebeldes —rizos enloquecidos—, jalados tenuemente hacia atrás que dejan al descubierto la veta de una vejez reposada. La apariencia de científico loco es matizada por la voz de eses arrastradas que transparenta un juicio depurado por los años.

En la página Perfil.com, Piglia habla de una de sus manías: “Tengo una forma de trabajar que no recomiendo. Hago un borrador y lo dejo. Tal vez dos años. A veces este borrador es una mezcla de cosas escritas a mano, notas”. Los escritos de Piglia están cifrados por la dictadura del recuerdo.
En una entrevista con la revista literaria Teína, Ricardo Piglia señala que, ahora que trabaja como maestro de literatura en la Universidad de Princeton, le cuesta trabajo regresar a Argentina y tomarle el pulso a Buenos Aires.

Piglia siempre ha extrañado a la Buenos Aires de su juventud. Fue ahí donde estudió Historia en la Universidad Nacional de la Plata, pero es su padre el responsable de estimularle el gusto por la lectura. Lo envió a un colegio de curas y lo sacó cuando Juan Domingo Perón tuvo problemas con ésta. Ahí escribió los primeros cuentos de La invasión, su primer libro, publicado en 1967.

Él recuerda la capital argentina en la que creció, la que muda de piel a cada parpadeo: “Hay ciertas zonas de la ciudad que yo recuerdo y que cuando paso por allí no es lo mismo. Es como si esa ciudad donde yo viví estuviera ausente. Creo que todos tenemos en algún lugar ciudades ausentes”. Esa ciudad que ya no está, ciudad con careta, es la que dejó marcadas con hierro candente las experiencias en el recuerdo del argentino. La culpa de que Piglia sea escritor la tiene la infiel y fugaz ciudad de Buenos Aires.

“Vivíamos en la esquina de España y Belgramo, lindo barrio. Me acuerdo de los cines de Mar del Plata que abrían los viernes con tres funciones distintas para que siguieran funcionando en invierno. Otras veces íbamos a la playa. Veíamos a viejitos desnudos que entraban al mar en invierno y nos enfermábamos tan sólo de verlos”.

“Eso me interesó como desafío narrativo. Hablar de una ciudad que no conoces bien; pero tratando de, al mismo tiempo, reconstruir una ciudad poco imaginaria”, dice el autor al recibir un homenaje en Casa de las Américas en abril de 2008.

Ciudad que Borges extrañó de otra forma en el ocaso de su vida: “Yo soy un hombre viejo ya. Insisto en que soy un hombre del siglo XIX… Antes recorría todo Buenos Aires: del centro solía ir hasta Saavedra, a Chacarita, hasta Barracas, hasta Puente Alsina, hasta el lado de Boedo. Todo esto me está vedado ahora, ya que no puedo ni cruzar la calle sin que me ayude alguien”.

“Narrar es como jugar al póquer: todo el secreto consiste en fingir que se miente cuando se está diciendo la verdad”. La frase pertenece al padre de Steve Ratliff, uno de los personajes del cuento autobiográfico En otro país, que Ricardo Piglia utiliza para dar claridad a sus propios pensamientos, para darle uso a los vientos cruzados que se dan cita en su cabeza, pues, como dicta en el mismo cuento, “el que escribe no puede hablar de sí mismo”.

Ricardo Piglia escribe con el apremio del que se va. Cuando su familia dejó Adrogué, provincia bonaerense donde nació en 1940 (su padre tuvo problemas por ser militante peronista), y se instaló en Mar del Plata, Piglia descubrió la literatura norteamericana y fue ahí donde comenzó a escribir un diario —que aún hoy despliega un aura de misterios—, aprendió a jugar ajedrez, conoció los escritos de Faulkner y Fitzgerald y empezó a deslizar la pluma con la ilusión de convertir a los lectores en adictos.

Al ser entrevistado por el poeta mexicano Marco Antonio Campos, Piglia expresa la influencia que ha tenido Borges en su obra: “Los escritores argentinos escribimos siempre en una cierta relación con Borges, aunque esa relación sean el olvido o el rechazo. Con él, uno debe de alejarse o huir. Su estilo es muy contagioso y ha producido estragos en los imitadores. Es casi imposible huir de él. Pero espero haberlo hecho lo menos posible”.
Según el escritor mexicano Juan Villoro, “las historias de Piglia son intensas discusiones sobre el arte de narrar. Sin embargo, en ellas no domina el tono levantado de la cátedra sino la errancia sin mapas de la sobremesa, donde los paisajes comunes son vistos con ánimos de expedición. Para Piglia, escribir es interrogar, y en sus textos de largo aliento se apoya en recursos que permiten una incesante indagación”.

Piglia fue director de la Serie Negra, una colección de novelas policiales que difundió obras de Hammet, Chandler, Goodis y Horace McCoy. Ha escrito guiones para cine y en 1997 ganó el Premio Planeta Argentina por Plata quemada, novela que trata de un atraco millonario a un banco de Buenos Aires fraguado en 1965.

En su Tesis sobre el cuento, Piglia afirma que “un cuento siempre cuenta dos historias”. En una primera instancia, el lector se encuentra con el relato al desnudo, con los hechos, pero después siempre hay una segunda historia. En el cuento El final del viaje (Nombre falso, Seix Barral, 1994), Piglia cuenta la historia de un periodista que viaja en ómnibus a Mar del Plata para visitar a su padre que agoniza en un hospital. Sin embargo, durante el viaje, el protagonista —Emilio Renzi— conoce a una mujer con cara de muñeca que finge ser una cantante de ópera retirada y que también se dirige a Mar del Plata. Se gustan. Pero, cuando ella sugiere un segundo encuentro, él la rechaza, pues se dirige al hospital donde su padre está a punto de morir. Ya muerto su progenitor, él decide buscar a la mujer. Se queda con ella. El final del cuento conduce a una segunda historia, a una especie de felicidad inmerecida.

En abril de 2008, Casa de las Américas ofreció un homenaje a Ricardo Piglia. En la conferencia magistral, ante el auditorio agolpado, embutido en un traje oscuro, con el cabello salpicado de unas canas bien llevadas por el cepillo, Piglia habla con tono cansado. Cada frase es precedida de grandes exhalaciones de aire. El autor no puede dejar en paz su rostro. Nadie puede detener sus manos: se pone un dedo en la sien izquierda, derecha, se acaricia el mentón, el cuello, muestra rictus de cansancio. Por las mangas de su saco de gamuza impecable se asoma un reloj plateado, su único accesorio. Todo el aspaviento del escritor argentino deriva en torno a la defensa de la literatura en el siglo XXI:
“¿Qué será de la literatura? La literatura no refleja la realidad, postula una realidad mucho más intensa que la realidad misma. La ciudad de Buenos Aires es diferente a la ciudad reflejada en los tangos. El vaivén de la literatura está, por un lado, en la realidad, pero esa realidad está siempre puesta en un plano diferenciado”.

Seguro ésa fue la pregunta que lo acompañó muchos años. Seguro sigue compartiendo la cama con ella. Pero mientras, Ricardo Piglia despierta, se incorpora y prepara un café  cargado, desconecta el teléfono de un tirón, acerca la lámpara, apura un trago y se sienta a escribir. El producto de esa mañana podría esperar mucho tiempo. Tanto, que volverá en forma de melancolía.

Para saber

Ricardo Piglia ha publicado 14 libros, entre los que destacan Jaulario, que obtuvo Mención Especial Premio Casa de las Américas en 1967, y su novela Plata quemada, que fue reconocida con el Premio Planeta de Novela en 1997. En 2005 fue ganador del Premio Iberoamericano de Letras José Donoso.

Ha elaborado ensayos sobre Roberto Arlt, Borges, Sarmiento y Macedonio Fernández.

También ha incursionado en el cine: ha escrito los guiones para las películas Corazón iluminado (1996), de Héctor Babenco; La sonámbula, recuerdos del futuro (1998), de Fernando Spiner, y El astillero (2000), de David Lipszyc, basada en la novela homónima de Juan Carlos Onetti. Marcelo Piñeyro dirigió una adaptación de Plata quemada (2000).

Su visita a la feria

HOY
Salón 3, 18:00 horas
Encuentro internacional de cuentistas, con Fabio Morábito, Ana Clavel y José María Merino

Viernes 3
Salón Agustín Yáñez, 20:00 horas
Presentación de la novela Blanco nocturno

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