Lunes, 02 de Diciembre 2024
Cultura | La lucha de 1910 inspiró distintas expresiones artísticas

La revolución de la cultura

La lucha de 1910 inspiró distintas expresiones artísticas, lo que marcó en muchos sentidos el destino y futuro del país

Por: SUN

Estampa de dos combatientes que participaron en la Revolución Mexicana.EL UNIVERSAL  /

Estampa de dos combatientes que participaron en la Revolución Mexicana.EL UNIVERSAL /

CIUDAD DE MÉXICO (19/NOV/2010).- “Los símbolos revolucionarios ya no sirven, se agotaron. Esa fue quizá la desgracia del Centenario que no nos sentamos a pensar: qué tal si nos inventamos un pasado. Señor presidente, invéntenos un pasado pero que nos lo podamos creer”, dice José Luis Trueba, autor del libro La vida y la muerte en tiempos de la Revolución.

El país en ruinas demandaba rumbo, muy probablemente la Revolución nunca se fija tan altas metas sino hasta que termina. Y luego pues ¿qué tal si nos inventamos un país? Y les salió un poco raro, remata Trueba Lara.

Lo cierto es que sustituir la locura de la batalla con un dios posrevolucionario no fue tarea fácil. El tiempo de su creación, y la creación del mundo que derivó de su mano omnipotente y omnipresente usó varios recursos: el mural, la literatura, el cine, la filantropía. La paz después de la Revolución creó un reality de mitos y símbolos en ese páramo que es el tiempo, en un siglo después de la Revolución: Emiliano Zapata fue un buen recurso para la construcción de la religión posrevolucionaria, según el autor. El indígena atractivo y gallardo presente en el muralismo mexicano, como tantos otros rostros de campesinos pulcros y obreros fuertes, todos como parte de una promesa visual que vistió las nuevas instituciones para dar forma a “la identidad mexicana”, como lo decía José Vasconcelos.

El arte del mural se expandió por el territorio y nos representó ante el mundo; el objetivo era poner los mitos a la vista de la población mientras el Estado se construía con la vocación filantrópica, aquella descrita por Octavio Paz. Así, el pueblo mexicano tuvo clara la necesidad de un Estado cada vez más robusto, el cual aumentó su peso por encima de la pequeñez de los herederos pedestres de la Revolución, para ellos fueron creadas organizaciones como la Confederación Nacional Campesina.

El proyecto educativo encabezado por José Vasconcelos afianzó los cimientos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que desde entonces tuvo un lema que ha resistido no sólo el tiempo, sino también los cambios sociales como uno de los símbolos de la religión posrevolucionaria: “Por mi raza hablará el espíritu”. David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera y José Clemente Orozco fueron los muralistas encargados de ataviar la empresa educativa que en 1920, durante el gobierno de Álvaro Obregón, dio origen a la nueva Secretaría de Educación Pública.

Después de 100 años, la UNAM sigue en pie como la principal universidad del país, no sólo por su tamaño sino por la innegable calidad de su investigación y el alto nivel docente que la caracterizan; aunque después de un siglo su sobrevivencia continúa en la batalla, con bandos claros: satisfacción de demanda educativa y rigor académico contra un presupuesto insuficiente, la subcontratación de profesores, y las luchas intestinas en su sindicato y en su propia burocracia.

La invención
 
“Los símbolos son los que le van a dar consistencia al olvido, Zapata deja de ser persona y empieza a ser mural. Pancho Villa deja de ser lo que fue y se convierte en Pedro Armendáriz. Los léperos son la ‘Tostada’ y la ‘Guayaba’. El país se inventó tanto que estos personajes acaban por crear el mundo”, dice Trueba Lara.

Pero 100 años de realidad siguen empeñados en mandar al infierno a muchos santos de la revolución, no obstante, el desfile del 20 de noviembre continúa siendo una ceremonia en la que miles de estudiantes, de niños, a lo largo del país, preparan con tablas gimnásticas y malabares sin entender bien a bien de qué se trata.

Ya en  ¡Vámonos con Pancho Villa!, de Fernando de Fuentes, la figura del revolucionario pierde bondad, muestra a un ser sin escrúpulos capaz de sacrificar a las personas que combaten a su lado. Incluso la Filmoteca de la UNAM guarda un segundo final en donde Villa es presentado como un asesino a secas, que mata a sangre fría a la familia de uno de sus seguidores. A finales de los 90, La Ley de Herodes, dirigida por Luis Estrada, llega para mostrar autoridades sin escrúpulos que usan el poder para timar a sus gobernados. En estos 100 años el cine ha creado mitos, pero también se ha hecho cargo del asalto a la patria posrevolucionaria.

En el Porfiriato ser pobre era de mal gusto. La Revolución llega con el ímpetu de dignificar al pobre, ya no sería el lépero sin remedio del Porfiriato, que tenía que vestir las ropas dadas por la dictadura. La idea revolucionaria fue la de un nuevo pobre: sin el yugo de la Iglesia o la tienda de raya, el campesino con tierras, el obrero con educación. “Este mecanismo de filantropía sirve al PRI y a la sociedad, pero llega el momento en que ya no hay con que ser filantrópico”, comenta el autor de La vida y la muerte en tiempos de la Revolución, José Luis Trueba Lara.

A partir de los 80 el Estado ha ido adelgazando a niveles de anorexia, dejó al mercado el bienestar de los pobres que alguna vez hablaron a la manera del cine de Ismael Rodríguez. El revolucionario se fue convirtiendo en el borracho, el transa, el diputado que trae la 45, el cinturón fajado debajo de la panza, “nos burlamos incluso seriamente de todo eso, como ocurre en todas las desmitificaciones de símbolos”, concluye el autor.

La actulidad

El miedo y la locura que vivió la población en los tiempos de la lucha quedó atrás; la violencia de hoy se reestrena bajo nuevos esquemas: el reality cobra vida en el internet y en la prensa. Las balas de hoy se difunden en los medios, también el miedo, un miedo a lo abstracto que puede ser una guerra contra el narcotráfico. “El autoritarismo mexicano, a diferencia del caudillismo hispánico y latinoamericano, es legalista y las raíces son religiosas”, dijo Octavio Paz, en El ogro filantrópico.

El dios que nace de las balas es un dios distinto al que los combatientes de la Revolución usaron en sus ropas variopintas y gastadas con la esperanza de alcanzar la inmortalidad. El dios proveedor de todos los males y todas las soluciones ha ido perdiendo fuerza en la debilidad del Estado, en la falta de representatividad de las organizaciones que alguna vez fueron cimiento de su arquitectura corporativa y de sindicatos cada día más blancos. La identidad del dios nacido de la Revolución, que este 20 de noviembre cumple 100 años, se esconde en el desgaste del tiempo y la realidad: ¿Qué nuevos símbolos han sustituido al andamiaje mítico de la gesta revolucionaria?

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