La metrópoli tapatía es un referente en la arquitectura mexicana y en el terreno sacro existen edificaciones que se han transformado en un punto obligado para el turista, no solo por el estilo de sus canteras labradas y torres que se elevan hasta el cielo; también, cautivan por el ambiente cultural, gastronómico y de devoción que cada día sus feligreses desarrollan a sus alrededores, otorgando identidad a los barrios y calles de Guadalajara.Sin lugar a dudas, el Expiatorio es una de las edificaciones religiosas más emblemáticas de Guadalajara. Ha sido testigo de la evolución urbana de la metrópoli desde su construcción. Desde que se colocó su primera piedra el 15 de agosto de 1897, El Expiatorio tuvo que esperar 72 años para concretarse ante las dificultades sociales que se vivían a causa de la Revolución y la Guerra Cristera.Su estilo es neogótico italiano en su exterior y a la francesa en sus interiores. Entre los elementos que lo hacen más vistoso destacan su piedra tallada de color natural almendrado, sus grandes vitrales, sus figuras de bronce incrustadas, su reloj alemán y su clásico desfile de figurines en memoria de los apóstoles que van y vienen en el repique de las campanas y piezas musicales como el “Ave María”, “Las Mañanitas” y “Guadalajara”, por ejemplo.La culminación de la construcción del Templo Expiatorio del Santísimo Sacramento, en 1972, fue responsabilidad de Ignacio Díaz Morales, arquitecto que dio continuidad al proyecto emprendido inicialmente por Adamo Boari, por instrucciones del entonces presidente Porfirio Díaz. Los años de espera que los tapatíos destinaron pacientemente ahora significan tardes y veladas acogedoras y familiares entre el jolgorio que en cada ocaso inunda a la explanada de “El Expi”, como también es nombrado comúnmente y que recibe a sus visitante con un impresionante acceso principal con un par de puertas de madera de granadillo y sus tres tímpanos frontales con mosaicos italianos que representan “El Cordero Pascual”, a “San Tarsicio” y “San Pío X”.Este recinto -ubicado en Avenida Alcalde y calle Reforma- de estilo neoclásico albergó en un principio al convento de Santo Domingo a mediados del XIX, y que por combates entre Liberales y Conservadores durante la Guerra de Reforma fue destruido casi en su totalidad en 1858.En 1879, por iniciativa de Ignacio Díaz Morales, primer Tesorero de la Asociación Josefina, y con apoyo del Arzobispo Pedro Loza y Pardavé, lo volvieron a edificar pero bajo la vocación de Santuario al Señor San José, finalizando el rescate del inmueble una década después, en 1890. En 1970 el templo fue cubierto de cantera en sus exteriores para adquirir su aspecto final con una portada de dos cuerpos, el primero con seis columnas toscanas que forman un nártex-pórtico y el segundo con columnas jónicas que remata en un frontón curvo.Su torre central se integra de tres cuerpos de columnas compuestas de corintias y vanos ovalados, mientras que su cúpula tiene 16 ventanas de arco rasgadas. En su interior tiene una cruz latina, bóveda de lunetos y cúpula de gajos con ocho medallones con pinturas, un ciprés o guardacustodia de orden compuesto, así como siete altares integrados y una capilla de orden corintio. La imagen de San José fue labrada por el artista Pablo Valdez. Otro emblema arquitectónico de Guadalajara es el tradicional Santuario, inmueble de estilo churrigueresco ubicado en Avenida Alcalde y Juan Álvarez. Esta edificación, iniciada en 1777 y concluida cuatro años después, fue promovida por el Obispo Fray Antonio Alcalde, quien en su afán por impulsar la modernización y servicios a las comunidades indígenas, emprendió todo el desarrollo de lo que ahora es el también popular barrio del Santuario.Esta enorme construcción es uno de los puntos más turísticos de la metrópoli tapatía y se debe a la belleza de su cantera amarilla originaria de Huentitán y que da paso a dos cuerpos frontales de llamativa ornamentación, uno de pilastras almohadillas y otro con ventana de coral al centro.En su interior cuenta con un efecto mármol en sus muros y columnas y elevados altares dorados -de formato oval y rectangular- de concepto neoclásico, así como óleos en honor a la Virgen María y los evangelistas, por ejemplo.La imagen que remite a “Nuestra Señora de Guadalupe” fue obra realizada por José Alzíbar, y que en un inicio era acompañada por retablos que formaban un nicho gigantesco laminado en hoja de oro, mismos que fueron desaparecidos o sustraídos en 1838 y que posteriormente fueron sustituidos por retablos de cantera.Mezcla de estilos gótico, barroco, neoclásico y morisco, este inmueble es el máximo representante arquitectónico de Guadalajara. Sus torres amarillas significan la bienvenida para los turistas y los tapatíos que diariamente convergen en el Centro Histórico.Su nombre completo es Catedral de la Asunción de María Santísima y es la sede de la Arquidiócesis de Guadalajara. Su construcción inició en 1561 por mandato del Rey de España, Felipe II; fue dedicada en el año de 1618 y consagrada el 12 de Octubre de 1716. El arquitecto Martín Casillas fue el responsable de su levantamiento. En 1818 un fuerte terremoto estremeció a la ciudad y la Catedral tapatía fue uno de los edificios más dañados: sus torres (conocidas como alcatraces al revés) y cúpula se derrumbaron y aunque fueron reconstruidas, otro terremoto, en 1849, volvió a afectar a la edificación; el encargado de los trabajos de reconstrucción fue el Ingeniero Arquitecto Manuel Gómez Ibarra.Otro punto que enaltece a la Catedral es que es el vértice que une a las cuatro plazas del centro: enfrente se encuentra la Plaza Guadalajara; en el costado derecho la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres; a espaldas la Plaza de la Liberación, y por su lado izquierdo la Plaza de Armas. Este artículo forma parte de la edición conmemorativa de los 100 Años de EL INFORMADOR. El resto de los contenidos especiales están disponibles en ESTE ESPACIO y también puedes consultar la versión hojeable digital PULSA AQUÍ.