La muerte de la doctora francesa Marthe Gautier, codescubridora del cromosoma responsable del síndrome de Down, aviva el debate en torno al olvido sistémico que sufren las científicas. El papel de Marthe Gautier no fue reconocido sino hasta 2010, a pesar de su trabajo junto a sus colegas masculinos, los profesores Jérôme Lejeune y Raymond Turpin.Su apellido, mal ortografiado, apenas aparecía en segundo plano en las firmas del artículo científico que causó sensación en 1959, al explicar el origen cromosómico del síndrome. Un comité de ética científico rehabilitó el nombre de la científica en 1994 al reconocer que "el papel de Jérôme Lejeune (...) fue probablemente poco preponderante" en la génesis del descubrimiento.Su caso recuerda al de la británica Rosalind Franklin, química que identificó la estructura de doble hélice del ADN. El Premio Nobel de Medicina de 1962, sin embargo, fue atribuido a tres hombres por ese descubrimiento. La astrofísica británica Jocelyn Bell descubrió en 1967 el primer púlsar. Pero el Premio Nobel se lo llevó su director de tesis, sin que su nombre apareciera en ningún lugar.Una historiadora de la ciencia, Margaret Rossiter, llegó a emitir una teoría sobre esa discriminación a principios de los años 1990, siguiendo los trabajos del sociólogo Robert King Merton. Según Margaret Rossiter, el oscurecimiento que sufren los colaboradores de grandes personalidades científicas crece cuando se trata de asistentes femeninas. El "efecto Matilda", bautizado así en homenaje a una militante feminista, Matilda Joslyn Gage, indaga en ese fenómeno que invisibiliza a las mujeres en la ciencia."En el siglo XIX las mujeres en Europa prácticamente son excluidas del mundo de la ciencia en nombre de su pretendida inferioridad natural", explica Louis-Pascal Jacquemond, historiador especialista en mujeres y ciencia. Esa situación se prolongó durante décadas en el siglo XX. Es el caso de la esposa de Albert Einstein, la física Mileva Maric.El nombre de Marie Curie acostumbra a aparecer siempre junto al de su esposo. Fue el conocido "techo de cristal" que impidió durante largo tiempo acceder a las mujeres a puestos de decisión o al renombre científico, a pesar de que "las políticas de democratización de la educación tras la II Guerra Mundial que incrementan el número de jóvenes y mujeres en la ciencia", explica Jacquemond. Aún en pleno siglo XXI, "las mujeres científicas de alto nivel siguen siendo consideradas excepcionales", deplora este especialista. "Durante mucho tiempo el papel de las mujeres fue percibido como subalterno, auxiliar", añade Sylvaine Turck-Chièze, física. En los libros escolares los nombres de mujeres no son citados tan a menudo como se debería, se lamenta Natalie Pigeard-Micault, especialista en Historia de la Medicina y mujeres. "Da la impresión de que la investigación científica se limita a un puñado de mujeres", añade."Las mujeres de las ramas científicas (en las escuelas secundarias) son muy buenas alumnas, pero no tienen la fibra, no se les aprende a luchar contra la invisibilización, a defenderse cuando alguien se adueña de su trabajo", explica Ophélie Latil, fundadora de una asociación francesa que organiza talleres en las escuelas de secundaria para cambiar la situación. FS