Zacatecas es una ciudad que se descubre poco a poco. Perla de cantera que disfruta al andar a través del sube y baja de sus calles y donde es imposible no pasar un buen rato mirando en dirección al cielo, gracias a sus iglesias ricamente decoradas en cantera. Es una urbe de sabores, con sus infaltables gorditas y la sonrisa de sus habitantes. Pero por encima de todo, Zacatecas es monumental.Pero antes de comenzar la nota, una confesión del autor: Zacatecas no estaba en mis planes al iniciar el viaje. Los caminos de la aventura son curiosos. Mi viaje comenzó en San Luis Potosí capital, con la intención de moverme a la Huasteca y descubrir las maravillas que la madre naturaleza nos ha regalado a los mexicanos. Es la ruta que cientos de aventureros hacen cada mes. ¿Qué podía salir mal?Bueno, la misma madre naturaleza fue la que cambió mis planes, pues tras una semana de intensas lluvias, la visita era poco recomendable. Tras varios días torrenciales donde apenas me pude mover por el Centro potosino, la idea de regresar a casa antes de acabar en el Arca de Noé comenzó a tomar fuerza en mi mente, hasta que observé en el mapa y noté lo obvio: Zacatecas no estaba nada lejos. ¿Por qué no partir sin más itinerario que todas las ganas del mundo?Con dos o tres ideas de qué iba a hacer en la antigua ciudad minera, llegué entrada la tarde. Mi primera preocupación fue la obvia: ¿Dónde quedarse? Afortunadamente encontré por internet un hotelito llamado La Finca del Minero (calle Matamoros 212), en pleno Centro de la ciudad y con excelentes precios. Pequeño y cómodo, con los servicios básicos, se ajustaba a la necesidad de tener un lugar donde dormir plácidamente y poder dejar mis cosas. Con la primera preocupación liquidada, llegó la hora de explorar.La ciudad de Zacatecas está diseñada para caminarse y ganar algo de buena condición en el proceso (ojo: los gramos que se pierden se compensan con los kilos que se ganan con la gastronomía de la ciudad). Las calles de su Centro Histórico son serpenteantes, con ascensos que te harán sentir en una montaña rusa y bajadas dignas de un tobogán.La edificación que más llama la atención en el primer cuadro es su Catedral (construida entre 1729 y 1772). Su espectacular portada, trabajada profusamente en cantera, es un magnífico ejemplo de la maestría de los artesanos mexicanos, así como un retrato de la riqueza que vivió la ciudad durante el Virreinato español. Por cierto, está consagrada a la Virgen de la Asunción.Aunque muchos turistas se quedan con la foto de su fachada (esforzándose para que aparezca toda la estructura en su encuadre), te recomendaría tomarte todo el tiempo posible en su interior, donde se encuentra un espectacular retablo colocado en 2010. Pesa 20 toneladas, mide 17 metros de alto, es de abedul finlandés bañado en oro de 24 quilates y es obra de un artista vivo: Javier Marín, artista michoacano que en años recientes ha ganado renombre internacional.Caminando por las cercanías es posible encontrar algunos callejones encantadores y otro edificio de gran belleza, el Teatro Calderón, cuya convulsa historia supera las ficciones que se han interpretado en su escenario, sus reconstrucciones profundas e incendios se quedan corto ante su gran tragedia: Durante la toma de Zacatecas en la Revolución Mexicana (1914), fue casi completamente destruido (junto con el resto del primer cuadro, cortesía del entonces ejército federal) y saqueado, por si algo quedó de utilidad en su interior, por los Villistas. Hoy luce esplendoroso y es un centro cultural muy apreciado por los zacatecanos.Bueno, tras un día de paseo, ¿quién tiene hambre? Llegó la hora de cenar.La primer noche en Zacatecas opté por jugar a “lo seguro” y llegué a un lugar que llamó mi atención desde que visité la Catedral: Henry’s (Av. Hidalgo 625). Es un snack bar con comida… no muy típica de la zona (hamburguesas, dedos de queso y hasta sushi), pero que a cambio ofrece buenos precios, una excelente ubicación y una terraza con vista al Centro Histórico.Por la mañana, busqué desquitar mis ansias por probar la cocina regional. Por la misma calle de Hidalgo y la de Jesús González Ortega es posible encontrar varias fonditas donde venden las famosas gorditas que tanto enorgullecen a los zacatecanos, pues dicen que las suyas son las mejores del país, ¡y pobre del que les lleve la contraria!Llegué a desayunar a Gorditas Doña Julia (Hidalgo 409), y sí, en efecto son suculentas. Acompañadas por un cafecito de olla, un par fueron más que perfectas para ayudarme a recobrar energía y seguir caminando de aquí para allá.Ya con el estómago contento, puse camino al Templo de Santo Domingo (Genaro Codina 722), construcción jesuita con espectaculares retablos barrocos. De color dorado, con otro de los grandes tesoros y punto de visita infaltable.Todavía me quedaba mucha mañana, así que tomé uno de esos camioncitos para turistas (en el Centro salen varias rutas), que me llevó a la famosa mina del Edén, además de que también transita por varios atractivos de la ciudad.La mina en sí misma es un deleite para aquellos que buscan la aventura, al tiempo que es una fabulosa lección de historia. La riqueza y el estilo de vida en Zacatecas no se comprenden en su totalidad sin aprender un poco sobre la gran industria platera que llegó a tener en siglos pasados. Si tienes oportunidad, es una visita obligada que te tomará un par de horas.De regreso a la superficie, decidí subir al Cerro de la Bufa. Es otro punto histórico (desde aquí Pancho Villa bombardeó la ciudad), donde es posible tomar fotografías panorámicas de la ciudad, adquirir algún souvenir y para los más aventados, lanzarse en tirolesa.Mi estancia en Zacatecas terminó al pie de su Catedral, tomando las últimas fotos de un viaje no planeado pero que terminó por ser entrañable, tal como deben ser las aventuras en la vida…sorprendentes.