Hace más de un siglo, 155 años para ser precisos, un grupo de colonos galeses abandonaron todo para comenzar una nueva vida. Subieron a un velero con la intención de arrancar un nuevo camino en América. A diferencia de millones de inmigrantes, su destino no eran los Estados Unidos, sino la Costa Atlántica de Chubut, en plena Patagonia argentina. Fueron 153 colonos con su gastronomía, palabras y apellidos. Desembarcaron con la memoria llenas de sus paisajes urbanos y costumbres rurales, que fusionaron con la nueva tierra que encontraron, creando un sincretismo cultural inédito. El viaje fue promovido por nacionalistas galeses, que pretendían conformar una colonia en la Patagonia donde desarrollarse, resguardando sus culturas, su lengua y su religión. La tripulación imaginaba que iba a llegar a un vergel verde y casi paradisiaco, así que fue grande su sorpresa cuando desembarcaron y se toparon con un clima hostil y suelo árido. Los primeros años fueron difíciles, pero estos recios colonos no se doblaron ante las dificultades. El clima de Gales es húmedo. Llueve mucho y no hace falta regar los cultivos. Las primeras cosechas de los galeses en tierras patagónicas, se echó a perder. Esparcían semillas, asomaban las plantas y acababan secándose. Así descubrieron que en estas nuevas tierras era imperioso contar con agua para producir y en virtud de esta revelación, se empezaron a construir canales de riego desde el río Chubut. Desafiantes y emprendedores, los galeses terminarían expandiéndose con el paso de los años. Ciudades como Esquel y Trevelin deben en parte su fundación a aquellos colonos. Un legado que conmueve los sentidosEl arribo de aquellos 153 colonos a la costa atlántica de la provincia de Chubut en 1865 significó el punto de partida de un encuentro cultural, creando un legado de enorme valor cultural, plasmado desde la arquitectura de las ciudades de la zona hasta en recetas culinarias y canto coral. Por ejemplo, en el centro de Esquel, la capilla Seión se mantiene desde 1904, preservando el espíritu de sus primeros años, asentada sobre piedra y barro, con sus paredes de ladrillo cocido y techo de chapa. Incluida en el Registro Provincial de Sitios, Edificios y Objetos de Valor Patrimonial, Cultural y Natural de Chubut desde 1995, ésta, como la capilla Bethel de Trevelin, en los tiempos de la llegada de los colonos no sólo cumplía una función religiosa; sino que representaba el espacio común donde se celebraban las reuniones sociales.En materia gastronómica, el llamado “té galés” se caracteriza tanto por su sabor como por la ceremonia que hay en su preparación. Se toma con un chorrito de leche, al “estilo inglés”, acompañado con pan casero cortado en finas capas y manteca. También incluye la mesa del té, escones (panecillos) con toda clase de dulces, quesos y tartas de frutas.No todo viene de fuera. Por ejemplo, la llamada “torta galesa” es curiosamente una receta propia de los colonos que arribaron a Esquel y supieron aprovechar los ingredientes y las condiciones que encontraron en el lugar. Se trata de un alimento rico en nutrientes, que solía prepararse para esperar a los hombres, que volvían a casa de sus trabajos en días de frío cruel. Es un alimento que tradicionalmente se podía mantener durante mucho tiempo y se cocinaba en una lata, adentro de fogones abiertos.