Jueves, 21 de Noviembre 2024

Totalmente Forges

Antonio Fraguas fue “Forges” toda la vida, como si hubiera nacido así, siendo uno de los personajes de su propia historia

 

Por: Juan Cruz/ El País

Esa capacidad de ser él mismo y Forges lo llevó con la misma densidad de pensamiento a todos los soportes periodísticos posibles: la radio, la televisión y los periódicos. EFE

Esa capacidad de ser él mismo y Forges lo llevó con la misma densidad de pensamiento a todos los soportes periodísticos posibles: la radio, la televisión y los periódicos. EFE

Antonio Fraguas de Pablo (Madrid, 1942) era “Forges”, totalmente Forges. Por así decirlo, dejó atrás a Antonio Fraguas y ya fue Forges toda la vida, como si hubiera nacido así, siendo uno de los personajes de su propia historia como dibujante, como si hubiera nacido a la vida en 1964, cuando publicó en “Pueblo” su primera viñeta. Siempre fue testigo de un país al que amó también por sus pecados capitales, pues de los pecados capitales españoles, tan pueblerinos, trataron, hasta el día de su muerte, todas sus viñetas.

Y así pasará a la gran historia del dibujo en España, como Forges, totalmente Forges, nacido, pues, en 1964. Periodista de raíz, también era filósofo y músico, tertuliano comprometido con la vida y con la política, y era también paseante de Madrid, ciudad que dibujó como escenario desolado de Castilla. Autor de libros en los que repasó la historia de su país y del mundo, de la ciencia y de la literatura, visto todo por un muchacho que nunca dejó de sorprenderse de lo que decían sus propios personajes, inventó también una peculiaridad: hacer que sus gentes, ya entrañadas en la propia sociedad española, hablaran un lenguaje escéptico e incrédulo, propia de quienes hubieran estudiado en una universidad única, la universidad creada por Forges para hacer habitar un modo de ser y de expresarse. Forges, al fin, hablaba como Forges.

No había en sus expresiones nada que no se relacionara con las de sus personajes, pues él mismo fue un personaje de Forges. Su muerte (sucedida el pasado jueves en la noche) no sólo es una mala noticia porque Forges deja un vacío, es nuestro mundo el que se queda vacío sin sus metáforas. El suyo es, ha sido, un testimonio diario sobre la ineptitud, contra el lugar común y contra el cinismo, sobre lo que cada español tiene también de los defectos que cada español denuncia. España sin Forges es un país mutilado, mucho más triste.

La última vez que vi a Forges él caminaba a paso lento por la calle Almagro de Madrid; ensimismado, escuchaba. Al día siguiente lo llamé. ¿Qué haces tan serio por la ciudad? Escuchaba a Mahler. Por las tardes de entonces, hace un año quizá, el humorista gráfico tan querido por la ciudad y por el país, que desde 1995 era colaborador en El País, abandonaba por un rato las noticias y se entregaba a un mensaje inmortal, la música. Es difícil imaginar ahora las calles sin la música dibujada por Forges.

Ha dejado una obra completa e inmensa, pero su hueco no será solo el de una viñeta en el periódico, sino el de una manera de ser que combinó la pasión por contar, de viva voz, las historias habladas de sus personajes y sus propias reflexiones, paródicas y paradójicas, sobre la vida.

Esa capacidad de ser él mismo y Forges lo llevó con la misma densidad de pensamiento a todos los soportes periodísticos posibles: la radio, la televisión (en la que empezó a trabajar), los periódicos… Que Forges también hiciera humor, su humor, en la radio, sólo se explica por la dimensión que alcanzaron sus personajes, que además de paisaje o trazo fueron, sobre todo, lenguaje. España empezó a hablar como los personajes de Forges porque Antonio Fraguas les aplicó el sentido común del descreimiento, una manera de ser del español.

Estuvo, con esa manera de contar, en “Pueblo”, en “Informaciones”, en “Interviú”, en “El Jueves”, en “Diario 16”, en “El Mundo”, y estuvo en El País. Venía a vernos con frecuencia, traía sus dibujos o los enviaba, dejaba por las mesas su impronta y sus regalos, esos dibujos forgianos, los forgendros, allí donde visitaba a sus compañeros del periódico, y algunos tenemos, como testimonio de su saludo, papelitos amarillos en los que Antonio Fraguas dejaba los recados de Forges. Era su manera de abrazar y de permanecer, pues en su modo de estar estaba también su manera de despedirse: quedándose. Tuvo todos los premios imaginables del ámbito dedicado al humor en España; y como era un trabajador sin desmayo tuvo la Medalla al Mérito del Trabajo y se mereció la de Bellas Artes. Vestía de oscuro y blanco, como un colegial, llevaba zapatos grandes como sus criaturas y nació para ser a la vez Samuel Beckett y Sancho Panza. Su última exposición, de las muchas que protagonizó, trata de dos compañeros suyos, Quijote y Sancho, “un diálogo a tres bandas”, habida este enero en la Casa Revilla de Valladolid. Pues esos compañeros en el arte de pensar, Quijote y Sancho, son trasuntos de los blasillos que le sirvieron a Forges para contar de qué color y qué trazos tiene la soledad en España: esos paisajes por los que caminaba su manera de decir barroca o esquelética, sombras ambas de la obra más importante y sintomática de la literatura española, el Quijote de la Mancha.

Un lenguaje propio

Cumplió con el mandato de su padre: haz dibujos, sí, pero que sean reconocibles como tuyos a la distancia; y no sólo cumplió esa advertencia con el trazo, la cumplió también con el lenguaje. No se ha buscado el chiste (¿el chiste?) de Forges tan sólo por el dibujo mismo, sino por el lenguaje; ha aportado a la lengua, en sus forgendros y en todas sus viñetas, palabras nuevas, y ha mejorado palabras viejas, combinando significados y giros. De todas las cosas de las que Forges estaba orgulloso esta de inventar vocablos es la que más orgulloso le hacía sentir. Pero la Academia de la Lengua no aplicó justicia a esta contribución, gensanta, llevándolo a la Docta Casa.

Cuando publicó “El primer Forges”, ocho años después de empezar en “Pueblo”, ya Forges era totalmente Forges. En las cartas que enviaba a sus críticos, agradeciéndoles las reseñas, estaban esas montañas que eran sus letras y sus frases, estaba Forges tal como iba a ser, le había abierto, con sus parajes de tierra, una autopista por la que iba a transitar luego la leyenda que se llama Forges. Saber que ahora este Forges que fue siempre Forges no va a aportarle a la sociedad española su modo de ser representa la triste certeza de que a partir de este momento sabremos menos de nosotros mismos. Están sus treinta libros, sus miles de dibujos, su interpretación de la historia de España, sus palabras forgianas. No se verá más por la calle escuchando la música que le aliviaba la actualidad, la materia de la que estaban hechas las líneas de sus innumerables viñetas, pero en el lenguaje colectivo esa autopista Forges sigue habitada por el genio que él aportó.

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