Miércoles, 27 de Noviembre 2024
Suplementos | XXIX Domingo ordinario

Tener un diálogo insistente con Dios

En este domingo XXIX del tiempo ordinario la Iglesia nos invita a adoptar en nuestra vida una oración confiada y perseverante

Por: Dinámica pastoral UNIVA

¿Creen acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, y que los hará esperar?». WIKIPEDIA/«Recomendación a los apóstoles», de James Tissot

¿Creen acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, y que los hará esperar?». WIKIPEDIA/«Recomendación a los apóstoles», de James Tissot

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Ex 17, 8-13.

«Cuando el pueblo de Israel caminaba a través del desierto, llegaron los amalecitas y lo atacaron en Refidim. Moisés dijo entonces a Josué: "Elige algunos hombres y sal a combatir a los amalecitas. Mañana, yo me colocaré en lo alto del monte con la vara de Dios en mi mano".

Josué cumplió las órdenes de Moisés y salió a pelear contra los amalecitas. Moisés, Aarón y Jur subieron a la cumbre del monte, y sucedió que, cuando Moisés tenía las manos en alto, dominaba Israel, pero cuando las bajaba, Amalec dominaba.

Como Moisés se cansó, Aarón y Jur lo hicieron sentar sobre una piedra, y colocándose a su lado, le sostenían los brazos. Así, Moisés pudo mantener en alto las manos hasta la puesta del sol. Josué derrotó a los amalecitas y acabó con ellos».

SEGUNDA LECTURA

2 Tm 3, 14–4, 2

«Querido hermano: Permanece firme en lo que has aprendido y se te ha confiado, pues bien sabes de quiénes lo aprendiste y desde tu infancia estás familiarizado con la Sagrada Escritura, la cual puede darte la sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación.

Toda la Sagrada Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar, para reprender, para corregir y para educar en la virtud, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté enteramente preparado para toda obra buena.

En presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, te pido encarecidamente, por su advenimiento y por su Reino, que anuncies la palabra; insiste a tiempo y a destiempo; convence, reprende y exhorta con toda paciencia y sabiduría».

EVANGELIO

Lc 18, 1-8.

«En aquel tiempo, para enseñar a sus discípulos la necesidad de orar siempre y sin desfallecer, Jesús les propuso esta parábola:

"En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Vivía en aquella misma ciudad una viuda que acudía a él con frecuencia para decirle: 'Hazme justicia contra mi adversario'.

Por mucho tiempo, el juez no le hizo caso, pero después se dijo: 'Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, por la insistencia de esta viuda, voy a hacerle justicia para que no me siga molestando'".

Dicho esto, Jesús comentó: "Si así pensaba el juez injusto, ¿creen acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen ustedes que encontrará fe sobre la tierra?"».

Tener un diálogo insistente con Dios

En este domingo XXIX del tiempo ordinario la Iglesia nos invita a adoptar en nuestra vida una oración confiada y perseverante, no sólo por hacer oración sino porque realmente necesitamos tener un diálogo insistente con Dios. La protagonista en el evangelio de este día es una viuda, que a fuerza de suplicar a un juez deshonesto logra que al fin haga justicia a su favor. Vemos cómo la fe de esta mujer la lleva hacer una oración inquebrantable, firme y constante; sin duda el amor de una madre hace todo lo posible para conseguir un bien para su hijo. 

Pero, ¿por qué una oración insistente? ¿Será que Dios no nos escucha en primera instancia? ¿No sabrá lo que necesitamos? Definitivamente Dios sabe todo lo que nos hace falta, nos conoce más que nosotros mismos. En nuestro diario caminar necesitamos de Dios, de su ayuda y auxilio; él está a nuestro lado y no permanece distante. La oración es nuestra arma ante las dificultades, la oración que más allá de repetir rezos de memoria es un diálogo honesto y sincero con Dios que brota del corazón. 

Ante las injusticias en nuestro mundo necesitamos permanecer fieles, como las madres que buscan a sus hijos desaparecidos, como la de tantas víctimas que insisten por años, que dan vueltas y vueltas a juzgados esperando a que su caso sea resuelto. 

Como la misma viuda que insistía ante el juez injusto justicia. Pero, Dios no es así, no necesitamos forzarlo o cansarlo para que nos escuche. No necesitamos convencerlo de que mire nuestros dolores y se ponga del lado de la justicia, pero necesita nuestras manos para actuar, de que hagamos lo que nos corresponde y no dejarle todo a él. 

Necesita jueces decentes, auténticos, personas generosas. Pidamos hoy por quienes piden justicia, y hablemos de ellos con nuestro Dios, el que escucha, el justo por excelencia, confiando en que nuestra oración siempre será escuchada.

“Nada te turbe”

Con esta frase comienza el poema más famoso de Santa Teresa de Jesús, a quien celebramos el 15 de octubre. Se trata de una petición audaz para nuestros tiempos, hecha por una “andariega de Dios”, con la tarea no sólo de fundar un nuevo instituto religioso sino de convertirlo en un refugio de esperanza en un mundo de violencias, sospechas, miedos y el riesgo seguro de ser mal comprendida. 

¿Cómo, pues, pedir con convicción este “nada te turbe, nada te espante”? Sólo una razón, que sostiene toda su vida y oración: “Dios no se muda”. Es la piedra angular de su experiencia, no una inmutabilidad de dura, férrea resistencia, con profunda rigidez, sino una tierna fidelidad que sabe lo que quiere y se acomoda a todas las circunstancias para hacernos participar de su misión y libertad.

Teresa aprendió a hablar con su Dios, su Jesús, como una amiga habla con un amigo, como una esposa a su esposo (cuando la experiencia esponsalicia es de una amable y profunda confianza). Aprendió a descubrirle sus modos, a hacerle conocer sus diferencias y a esperar de Él respuestas que, aunque podían a veces desconcertarla, siempre acababan mostrando profundo respeto a la promesa que un día se habían hecho y a la vida real que vivían. No la engañaba con ilusiones, ni quitaba las duras aristas de su tiempo. Pero tampoco la dejaba sumergirse en la desolación, pues le recordaba siempre para quién había nacido y en dónde se sostenían su esperanza y su alegría. 

Día a día, su dulce trato descubría a Teresa la ternura de las personas, que la fortalecía y le recordaba lo dulce de su misión: toda ella destinada a llevar el amor de su amado a toda persona, en los rincones más olvidados de la Tierra.

Hoy, Teresa nos repite su “nada te turbe”. Busca nuestros oídos y da valentía al corazón que habita esta Tierra. “Dios no se muda”, dice, y nos lanza a descubrir también, en nuestros caminos, lo que hace posible su amable fidelidad. Nos invita a convertir el mundo en un hogar donde Jesús pueda nacer, donde el pobre sea atendido y Dios se pasee como una cocinera deseosa de alegrar corazones con sus mejores guisos, por las cazuelas.

Pedro Reyes, SJ - ITESO

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