Jueves, 28 de Noviembre 2024
Suplementos | III Domingo Ordinario

“Solo tú tienes palabras de vida eterna”

Jesús se revela como la Palabra eterna del Padre que no solo santifica a quien la escucha, sino que devuelve la armonía a toda la creación, recordando el plan salvífico de Dios

Por: Dinámica pastoral UNIVA

«El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva». WIKIMEDIA

«El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva». WIKIMEDIA

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Neh 8, 2-4.5-6.8-10.

«En aquellos días, Esdras, el sacerdote, trajo el libro de la ley ante la asamblea, formada por los hombres, las mujeres y todos los que tenían uso de razón.

Era el día primero del mes séptimo, y Esdras leyó desde el amanecer hasta el mediodía, en la plaza que está frente a la puerta del Agua, en presencia de los hombres, las mujeres y todos los que tenían uso de razón. Todo el pueblo estaba atento a la lectura del libro de la ley. Esdras estaba de pie sobre un estrado de madera, levantado para esta ocasión. Esdras abrió el libro a la vista del pueblo, pues estaba en un sitio más alto que todos, y cuando lo abrió, el pueblo entero se puso de pie. Esdras bendijo entonces al Señor, el gran Dios, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió: “¡Amén!”, e inclinándose, se postraron rostro en tierra. Los levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicaban el sentido, de suerte que el pueblo comprendía la lectura.

Entonces Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote y escriba, y los levitas que instruían a la gente, dijeron a todo el pueblo: “Éste es un día consagrado al Señor, nuestro Dios. No estén ustedes tristes ni lloren (porque todos lloraban al escuchar las palabras de la ley). Vayan a comer espléndidamente, tomen bebidas dulces y manden algo a los que nada tienen, pues hoy es un día consagrado al Señor, nuestro Dios. No estén tristes, porque celebrar al Señor es nuestra fuerza”».

SEGUNDA LECTURA

1 Cor 12, 12-30.

«Hermanos: Así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros y todos ellos, a pesar de ser muchos, forman un solo cuerpo, así también es Cristo. Porque todos nosotros, seamos judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo, y a todos se nos ha dado a beber del mismo Espíritu.

El cuerpo no se compone de un solo miembro, sino de muchos. Si el pie dijera: “No soy mano, entonces no formo parte del cuerpo”, ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Y si el oído dijera: “Puesto que no soy ojo, no soy del cuerpo”, ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿con qué oiríamos? Y si todo el cuerpo fuera oído, ¿con qué oleríamos? Ahora bien, Dios ha puesto los miembros del cuerpo cada uno en su lugar, según lo quiso. Si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?

Cierto que los miembros son muchos, pero el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decirle a la mano: “No te necesito”; ni la cabeza, a los pies: “Ustedes no me hacen falta”. Por el contrario, los miembros que parecen más débiles son los más necesarios. Y a los más íntimos los tratamos con mayor decoro, porque los demás no lo necesitan. Así formó Dios el cuerpo, dando más honor a los miembros que carecían de él, para que no haya división en el cuerpo y para que cada miembro se preocupe de los demás. Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; y cuando recibe honores, todos se alegran con él.

Pues bien, ustedes son el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro de él. En la Iglesia, Dios ha puesto en primer lugar a los apóstoles; en segundo lugar, a los profetas; en tercer lugar, a los maestros; luego, a los que hacen milagros, a los que tienen el don de curar a los enfermos, a los que ayudan, a los que administran, a los que tienen el don de lenguas y el de interpretarlas. ¿Acaso son todos apóstoles? ¿Son todos profetas? ¿Son todos maestros? ¿Hacen todos milagros? ¿Tienen todos el don de curar? ¿Tienen todos el don de lenguas y todos las interpretan?»

EVANGELIO

Lc 1, 1-4; 4,14-21.

«Muchos han tratado de escribir la historia de las cosas que pasaron entre nosotros, tal y como nos las trasmitieron los que las vieron desde el principio y que ayudaron en la predicación. Yo también, ilustre Teófilo, después de haberme informado minuciosamente de todo, desde sus principios, pensé escribírtelo por orden, para que veas la verdad de lo que se te ha enseñado.

(Después de que Jesús fue tentado por el demonio en el desierto), impulsado por el Espíritu, volvió a Galilea. Iba enseñando en las sinagogas; todos lo alababan y su fama se extendió por toda la región. Fue también a Nazaret, donde se había criado. Entró en la sinagoga, como era su costumbre hacerlo los sábados, y se levantó para hacer la lectura. Se le dio el volumen del profeta Isaías, lo desenrolló y encontró el pasaje en que estaba escrito: El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor.

Enrolló el volumen, lo devolvió al encargado y se sentó. Los ojos de todos los asistentes a la sinagoga estaban fijos en él. Entonces comenzó a hablar, diciendo: “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”».

“Solo tú tienes palabras de vida eterna”

En este domingo instituido por el Papa Francisco en el 2019, como un día muy especial en que recordamos que la Palabra de Dios santifica todo lo que toca, es ella quien de manera especial a creado todo cuanto existe, es ella quien de manera especial ha capacitado a los profetas, es ella quien de formas muy especiales ha conferido los ministerios a lo largo de la historia de la salvación, es ella quien de formas admirables sirve como vinculo y comunicación entre Dios y su pueblo.

El evangelio comienza con una presentación por parte de san Lucas, quien como investigador ha decidido colocar sus frutos por orden cronológico, dando al lector de su evangelio una adecuada y ordenada narrativa que ayuda a entender a manera de proceso, que ese Jesús del que todos hablan, es el cumplimiento de las antiguas promesas, es la presencia del Reino de Dios, es el signo de la misericordia del Padre, es la Palabra de Dios encarnada.

Estos signos son más palpables a través del evangelio escrito por san Lucas, sin embargo, en este pasaje en particular, en el que Jesús lee al profeta Isaías, nos conecta directamente con la promesa de Dios con su pueblo, de cómo a través de signos concretos, es que el Señor les manifestará su presencia y su salvación.

La asistencia de Jesús a la sinagoga en el día sábado que es dedicado al Señor, en medio de la asamblea reunida, es un signo de la presencia de Dios, proclama la Palabra no solo para santificar la reunión, sino sobre todo para revelar la presencia de esa Palabra hecha carne, que es él mismo, Jesús se revela en ese preciso momento como la Palabra eterna del Padre que no solo santifica a quien la escucha, sino que devuelve la armonía a toda la creación, recordando el plan salvífico de Dios.

La sentencia dada por Jesús sobre el cumplimiento de la Escritura, afirmando que se está cumpliendo lo dicho por el profeta Isaías, inaugura de forma oficial la presencia del Reino de Dios, un Reino que no es presencia militar o judicial, sino que es presencia real de un Dios que es cercano, que se compadece del sufrimiento de su pueblo, que comunica la gracia de manera habitual.

Celebrar la Palabra de Dios es reconocer que su decisión es estable, que su promesa siempre se cumple, que su presencia está garantizada y que a pesar de que las decisiones del mundo quieran alejarlo de las relaciones humanas, es en realidad la Palabra de Dios la que da el sentido y la profundidad a dichas relaciones, recordando el carácter de hijos de Dios que nos hace iguales a sus ojos y entre nosotros nos revela la verdadera fraternidad.

Escuchemos atentamente la Palabra de Dios, dejemos que nos ilumine y nos conduzca para acercarnos a Él, estemos dispuestos a recuperar la armonía querida por el Creador desde el inicio y abramos nuestro corazón para encarnar esa Palabra transformadora.

Cuerpo y comunidad

Los condicionamientos que experimentan los empleados en sus lugares de trabajo; los retos de profesores, familias y estudiantes de todos los niveles educativos ante las modalidades presenciales, virtuales e híbridas en los procesos formativos, y los aforos restringidos en las reuniones familiares y de amigos son algunos cambios que vivimos en este contexto pandémico que ha trastocado estilos de vida, pero que también ha ofrecido oportunidades de aprendizaje con y de otros. Ante las circunstancias actuales provocadas por el COVID y sus variantes, ¿cuál ha sido nuestra respuesta como seguidores de Jesús? ¿Cómo hemos actualizado el camino trazado por Él ante contagios exponencialmente multiplicados?

A finales del año es común hacer balances de lo positivo y negativo que se ha vivido, y formular propósitos para el nuevo año, mismos que dan la esperanza de tener oportunidades para mejorar y cambiar. Transcurridos los primeros días de 2022 tocaría preguntarnos si esas intenciones se pensaron desde la realidad que estamos transitando.

La Palabra hecha realidad en Jesús da pistas para ajustar nuestros propósitos, la cuestión es saber qué tanta apertura tenemos para ponerla en práctica y qué hacer para que estén en sintonía con el Proyecto de Jesús.

Estar en comunión con Jesús significa, entre otras acciones, tomar en cuenta a los que sufren, a los que no cuentan con lo necesario para cubrir sus requerimientos básicos, a los enfermos y a los que migran para encontrar mejores oportunidades de vida.

Ser seguidor de Jesús es poner en práctica “la Palabra” que da vida, luz y libertad; es dejarse orientar por el Espíritu para abonar a la construcción del reinado del Padre y participar en comunidad, en un cuerpo integrado por la pluralidad, contribuyendo con los dones, carismas y servicios por el bien del cuerpo.

Pablo invita a reconocernos como un solo cuerpo. Si un miembro sufre, todo el cuerpo se afecta. Ante las circunstancias actuales, la unidad es respuesta. Jesús integra a la comunidad a los segregados (Lc 15, 11) y muestra que la armonía es signo de un cuerpo sano. Valoremos la comunidad -cuerpo- como sacramento y lugar donde está Jesucristo.

Luis Octavio Lozano, SJ - ITESO

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