Viernes, 22 de Noviembre 2024

Retrocesos y desencantos

La remoción de Santiago Nieto como titular de la Fepade supone otro revés a la credibilidad de las instituciones políticas en México

Por: Enrique Toussaint

Los últimos acontecimientos en México nos colocan en un peligroso escenario de involución democrática. EL INFORMADOR / J. López

Los últimos acontecimientos en México nos colocan en un peligroso escenario de involución democrática. EL INFORMADOR / J. López

José Woldenberg, un símbolo de la democratización en México, publicó un sugerente libro llamado: “Cartas a una joven desencantada con la democracia”. En la conversación epistolar que simula el ex presidente del IFE con una joven harta de los partidos, la corrupción y las decepciones del sistema, Woldenberg explora las causas del desencanto democrático y reivindica el “deber ser” de la democracia. Siguiendo el argumento del politólogo, podemos definir al sexenio de Enrique Peña Nieto como una máquina generadora de mexicanos desencantados con la democracia.

La democracia mexicana vive “horas bajas”. La remoción del titular de la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales (FEPADE) es un signo inequívoco de la persecución a aquellos que osan poner en peligro el gran pacto de impunidad. Santiago Nieto, que tampoco se caracterizó por un ser un “fiscal de hierro”, fue removido de su cargo “formalmente” por violar el código de ética de la Procuraduría General de la República, al hacer públicas presiones que ha recibido para que archive la investigación sobre la posible financiación ilegal de Odebrecht en la campaña de Enrique Peña Nieto. Sin embargo, lo que está detrás de Santiago Nieto es una ofensiva de Los Pinos contra cualquier esbozo de disidencia: sean fiscales que protegen, como deben, su independencia, sean periodistas que ejercen responsablemente su labor cotidiana, o simplemente activistas connotados que se comprometen con causas públicas.

La democracia es votar, pero no se agota ahí. No hay sistema democrático posible sin un entramado de instituciones plurales que tengan como objetivo impedir la concentración del poder. La división de poderes, ésa que nos enseñan en la escuela, nace de esa idea: evitar que la centralización del poder ponga en riesgo la igualdad y la libertad de los ciudadanos. Sin autonomía entre los poderes, sin reconocimiento del valor de la pluralidad, no hay ni habrá democracia posible. Por ello, lo que hacen las dictaduras, como primer paso, es destrozar los contrapesos: cierran los congresos, someten a los jueces, prohíben que exista prensa crítica, impiden las manifestaciones en las calles, ilegalizan la pluralidad partidista. En pocas palabras, prohíben la disidencia.

Los últimos acontecimientos en México nos colocan en un peligroso escenario de involución democrática. No sólo por la remoción del fiscal Santiago Nieto, sino por la capacidad que tiene el sistema para fulminar a los pocos contrapesos sociales e institucionales que buscan proteger a la democracia. ¿Nos parece normal que en México exista un sistema avanzado de espionaje que infiltre los teléfonos de activistas como Juan Pardinas, Alexandra Zapata o Vidulfo Rosales, el abogado de los padres de los 43 normalistas masacrados en Iguala? ¿Nos parece natural que, durante este sexenio, tres periodistas -Ferriz de Con, Aristegui y Curzio- pierdan su espacio radiofónico matutino por presiones políticas? ¿Es entendible que en México estemos en una coyuntura en donde no haya ningún fiscal nombrado -ni el electoral, ni anticorrupción y menos el General del Estado?

Cuando comenzó el actual sexenio, un distinguido analista político me decía: ya llegó el PRI a restaurar el régimen previo a la transición. Lo escuché y pensé: está confundiendo deseos con realidad. Pensaba: en México hemos construido instituciones que impedirían esa vuelta al pasado. Existe pluralidad política, medios de comunicación libres, redes sociales. Y me sostengo, la involución democrática no nos ha llevado a escenarios previos a la transición. Me parece que en México todavía se puede disentir, opinar, manifestarse, discrepar del Gobierno. Sin embargo, los costos de oponerse se han encarecido brutalmente en el último lustro.

Lo que sí ha significado el peñanietismo es un descrédito incalculable a las instituciones que deben garantizar la democracia. Recordemos aquel exabrupto de Andrés Manuel López Obrador: ¡Al diablo con sus instituciones! Un error que reforzó la imagen de un político que no admite las reglas y el marco institucional. Sin embargo, 11 años después de aquella frase, vemos que la irresponsabilidad de algunos ha llevado a que tengamos en México un grave deterioro de la confianza en las instituciones. El peñanietismo con su afán, consuetudinario, de intervenir en los órganos autónomos -hasta en el INEGI-, y en el resto de instituciones democráticas, le ha infringido un daño incalculable a su credibilidad. Incluso terminó de matar políticamente a instituciones como la Secretaría de la Función Pública con la supuesta investigación por el presunto conflicto de interés de la Casa Blanca. La recomposición del poder presidencial también ha supuesto un retroceso para la autonomía de múltiples instituciones que medianamente funcionaron en el pasado.

Evitar la remoción de Santiago Nieto no sólo simboliza la defensa de un fiscal que se atreve a investigar un caso que ha supuesto un sismo político en América Latina. Por los sobornos de Odebrecht han caído ministros y toda una red de políticos cómplices de la trasnacional. Es también alertar sobre el descrédito que esta administración le está infringiendo a las instituciones autónomas, y el deterioro que vemos de la calidad democrática. Es autoritaria, por decir lo menos, la ofensiva de Los Pinos contra quien se atreva a disentir. La democracia es el sistema que protege el disenso, ya que nos asume como distintos y plurales. La remoción de Santiago Nieto profundiza ese sentimiento de desencanto con la débil democracia que hemos construido desde la transición. Defender a Nieto, su autonomía como fiscal, es una obligación de cualquier demócrata.

Tapatío

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